“El acoso sexual es un abuso de poder y la ciencia es un sistema muy vertical ”
Tras regresar de una baja laboral de medio año y reincorporarse a su puesto en un laboratorio de la Universidad de Cornell, una de las más prestigiosas de los EEUU, Carmita Wood, empezó a experimentar dolores físicos y dificultades para dormir. Sentía mucha ansiedad. El atosigamiento al que la sometía desde hacía tiempo el físico Boyce McDaniel, uno de los científicos que habían participado en el Proyecto Manhattan para desarrollar la primera bomba atómica durante la II Guerra Mundial, había convertido su vida en un verdadero infierno.
Este la asediaba constantemente, realizando gestos e insinuaciones que Wood ni consentía ni aceptaba. Esta administrativa había intentado todo lo que estaba en su mano para detener aquella situación: había pedido cambio de departamento; usaba las escaleras en lugar del ascensor para evitar encontrárselo; había modificado su forma de vestir. Y en última instancia, reunió a testigos que confirmaron su versión y presentó una queja a la universidad, que fue rechazada por no resultar “convincente”. Wood terminó por dejar su trabajo.
El de este mujer es uno de los casos que la periodista de ciencia Ángela Bernardo recoge en Acoso. #MeToo en la ciencia española (Next Door Publishers, 2021), una investigación centrada en el acoso sexual y por razón de género en las universidades y organismos públicos de investigación en España que se acaba de publicar.
“La ciencia no es ajena a la sociedad y este es un problema que nos afecta a todos y que no es para nada nuevo, sino que viene de muy lejos”, asegura Bernardo, que subraya que en EE UU la academia es el segundo ámbito, por detrás del ejército, en el que más comportamientos de este tipo se producen. Seguramente, apunta, porque está muy jerarquizada, predomina el liderazgo masculino y abunda una gran precariedad en las primeras etapas de la carrera profesional. “Al final, se trata de un abuso de poder”, sentencia esta periodista.
La publicación de este libro no puede ser más oportuna y pertinente, tan solo unos meses después del último escándalo en el mundo científico, con la expulsión del biólogo evolutivo Francisco Ayala de la Academia de las Ciencias de los EEUU; y en un momento en que, gracias en buena medida al movimiento del #MeToo lanzado en 2018, cada vez hay más visibilidad y conciencia social sobre la gravedad de estos comportamientos abusadores.
El de Wood es un caso claro de acoso sexual. Sin embargo, en el libro defiendes que es más prevalente el acoso por razón de género, como el trato despectivo sufrido por Rosalind Franklin, cuyo trabajo permitió que Francis Crick y James Watson descubrieran la estructura del ADN, por parte de algunos colegas simplemente por el hecho de ser mujer.
Son dos problemas distintos. Por una parte, está el acoso sexual, que es un delito tipificado. Estamos hablando de chantaje sexual, de que te pidan relaciones sexuales o invitarte a salir a cambio de algo, contactos físicos no deseados, gestos obscenos, coaccionar a alguien para obtener favores sexuales. Y luego está el acoso por razón de género, que es mucho más frecuente y que consiste en mensajes peyorativos, de corte sexista; minusvalorar o ridiculizar a personas, sobre todo a mujeres, por el hecho de ser mujeres, o por ejercer su maternidad. También hay algunos hombres que sufren este tipo de acoso por el hecho de no desempeñar el rol de género asignado socialmente, pero son menos.
En ocasiones puede resultar difícil diferenciar acoso por razón de género de comentarios desagradables o desafortunados que tienen que ver con el trabajo que uno desempeña.
El acoso por razón de género es tan frecuente y está tan normalizado y tolerado que ni se llega a detectar. Aunque tampoco somos capaces de identificar bien algunas conductas específicas que pueden ocurrir como acoso sexual…
… como que un compañero de trabajo te ponga la mano en un hombro.
Una de las profesoras que entrevisto en el libro utiliza la metáfora de una escalera para describir el acoso: vas subiendo peldaños sin darte cuenta y cuando llegas arriba ya estás en un abismo en el que no sabes qué hacer ni como salir de ahí. Eso dificulta que las personas que sufren situaciones de acoso las identifiquen y puedan salir de ellas.
Recoges el caso de una mujer que durante años fue hostigada por un profesor y que, sin embargo, no fue consciente de que estaba siendo acosada hasta mucho después.
Así es, el profesor la ciberacosó durante años; y ella cambió su forma de actuar, de vestir; iba siempre con el teléfono en la mano por si se topaba con él en los pasillos de la facultad. Se levantaba angustiada pensando en su acosador y se iba a la cama pensando en él. Su vida estaba condicionada por aquella persona.
En este sentido, resulta muy reveladora una encuesta que realizó el CSIC a 6.000 trabajadoras: tan solo el 1,9% de las encuestadas reconocía haber padecido acoso sexual. Pero cuando les hacían preguntas específicas, con ejemplos concretos, el porcentaje llegaba al 10%. Había un salto muy grande. Al final, lo que nos llega, lo que vemos, es la punta del famoso iceberg. Hay que pensar que el entorno de la academia es el segundo, solo por detrás del militar, en el que se produce más acoso.
¿Por qué?
Después de leer informes y consultar con fuentes expertas, tiene que ver con el sistema jerárquico de la ciencia. Al final, el acoso sexual y de género es un abuso de poder. Y la academia, tradicionalmente, es un sistema muy vertical en que unas pocas personas tienen mucho poder. Eso propicia que puedan darse situaciones de abuso y que pueda resultar más difícil establecer mecanismos para prevenirlas, identificarlas cuando ocurren y sancionarlas.
Y a ese sistema tan jerarquizado se suma la precariedad que existe en la investigación y en las universidades. Si una mujer sufre acoso sexual o por razón de género y está en una situación muy inestable, en la que su continuidad depende de su jefe o de publicaciones que tiene hacer con su jefe, no va tener los recursos necesarios para dejar de sufrir ese comportamiento. Porque se pueden tomar represalias contra ella, como no dejarla publicar, y eso hacer que se quede atrás en la carrera investigadora o que sea expulsada de la academia.
¿Qué factores propician que se produzca este tipos de comportamientos ímprobos?
Según un informe de las Academias Nacionales de Ciencias, Ingenierías y Medicina de los EE UU (NASEM) centrado en el acoso contra la mujer, los entornos más masculinizados o con mayor liderazgo masculino son los que más incidencia de acoso registran. Los casos más conocidos y que salen a la luz implican a científicos famosos, como Ayala o el astrónomo Geoff Marcy, pero lo cierto es que no hay un perfil claro de acosador más allá de que sea hombre. A veces se trata de personas más mayores, o más jóvenes, profesores, compañeros de facultad. Faltan estudios al respecto que arrojen luz sobre las personas que cometen estos comportamientos. Y eso limita las intervenciones que se pueden acometer para prevenirlo.
En ocasiones, como mencionas en el libro, son situaciones que el entorno laboral de la víctima conoce. Se suelen hacer comentarios o advertencias como “cuidado con ese profesor” o “evita quedarte a solas con él”.
El acoso no solo es una situación que se produce entre la persona que acosa y la víctima, sino que para que ocurra, todo el entorno está involucrado.
¿En qué sentido?
En el sentido de que se minusvalora. Se le suele quitar importancia, visibilidad, a este tipo de comportamientos, lo que contribuye a perpetuarlos. En el libro me hago eco de una sentencia judicial muy famosa que condenaba a la Universidad de Sevilla por no haber tomado medidas contra un catedrático del que se sabía que estaba cometiendo acoso. Es realmente un caso paradigmático. Quizás el entorno no conoce la gravedad o los comportamientos específicos que se producen, porque suelen suceder en la intimidad, pero, en general, sí se sabe que pasa algo. Y entonces, es su obligación actuar desde el minuto uno.
¿Qué acciones se pueden tomar para combatir el acoso sexual y de género?
Está claro que la solución no pasa por hacer un buzón de denuncias y ya está, sino en dar alternativas y recursos a las personas denunciantes. Por ejemplo, en la Universidad Autónoma de Madrid, cuando una mujer presenta una denuncia o queja, mientras se realiza la investigación de lo sucedido, se la cambia de itinerario académico o de lugar de prácticas para, precisamente, evitar que esa situación dolorosa que está experimentando le afecte más. Hay que ofrecer a las víctimas mecanismos para que puedan denunciar lo que es pasa, asegurarles de que no sufrirán represalias, protegerlas, respetando, también, la presunción de inocencia.
En Estados Unidos y Reino Unido, además, se han puesto en marcha iniciativas para concienciar a potenciales testigos para que actúen y contribuyan a frenar situaciones de acoso. No solo se trata del trámite de presentar la denuncia, sino de evitar que esos comportamientos sigan impactando en la víctima, porque al final tienen consecuencias muy negativas sobre ella, tanto emocionales, como sobre la salud física, además de repercusiones laborales claras. Son situaciones muy dolorosas.
Comentas que no hay un perfil concreto de acosador, pero ¿y de víctima?
Por las entrevistas que he realizado, los testimonios y sentencias que he leído, son personas que se encuentran en situaciones de precariedad. Desde mujeres que están cursando la carrera o haciendo la tesis doctoral, a mujeres a quienes acaban de contratar, como fue el caso de las tres profesoras acosadas por un catedrático de la Universidad de Sevilla. Este señor las amenazaba, les repetía que su futuro en la academia dependía de él. Y abusó de ellas de forma continua durante casi cinco años. En casos como éste, se suman la estructura jerárquica de la universidad y la precariedad e inestabilidad de la víctima.
Uno de los hitos del #MeToo es dar luz a estas conductas y dejar claro que no es algo aislado, algo que suceda solo una vez en una universidad, sino que son experiencias compartidas. No es que haya muchos acosadores, sino que una sola persona acosa a muchas víctimas y que hay un entorno de impunidad y de restar importancia a lo que ocurre. Por eso son importantes los casos que salen a la luz, porque dan fuerzas y animan a denunciar a personas que sufren situaciones de acoso.
El acoso por cuestión de género también, como señalas, se da en personas del colectivo LGTBIQ+.
Según un informe de la Unidad de Igualdad de Género de la Universidad Complutense de Madrid, las personas que estaban en situación más vulnerable, como las que forman parte de la comunidad LGTBIQ+, son las que tienen más riesgo de sufrir estas conductas de acoso. Es un problema grave, que requiere concienciar a toda la comunidad. La ciencia no es una burbuja y los problemas de la sociedad también afectan a centros de investigación y universidades.
En EE UU parece que, en comparación con Europa, se han tomado más en serio combatir esta lacra social.
Nos llevan ventaja, sí. Los primeros casos de acoso sexual se empezaron a visibilizar en Estados Unidos en los años 70, aunque es un problema muy antiguo. Ya en una carta de 1907 dirigida a un periódico estadounidense se describían una serie de comportamientos que encajarían dentro del término acoso sexual. Es cierto que desde los EE UU nos llegan muchos más casos de acoso y que aquí parece haber pocos. Pero no es un tema de que haya más o menos, sino de que cuentan con regulaciones desde hace más tiempo, empezaron los casos judiciales antes y eso ha ido sentando las bases para concienciar y visibilizar el problema. Aquí hemos tardado más. En España los casos de acoso se juzgan por la vía penal; el delito como tal se tipificó en los años 90 y el acoso por razón de género se introdujo en la Ley de igualdad de 2007.
En Estados Unidos, además, asumieron desde el principio que el acoso por razón de género era una cuestión de discriminación. Y eso fue un punto clave, reconocer que hay una cuestión de desigualdad, fruto de una relación en la que una parte abusa de su poder para humillar o atosigar a la otra. Y en ocasiones esta desigualdad se basa en una discriminación de género.
¿Se ha avanzado algo? ¿Cómo valoras la situación actual en la academia española?
Aunque algo hemos mejorado y, afortunadamente, no estamos como hace 10 años, la situación está lejos de ser optimista y deseable. Falta mucho por hacer. Por ejemplo, se necesitan protocolos contra el acoso; en España no todas las universidades o centros de investigación cuentan con uno. Ni tampoco todas las instituciones registran los datos sobre denuncias. Por eso hay algunas de las que ofrezco cifras en el libro y otras de las que no. No quiere decir que las primeras en concreto sean las que tienen problemas de este tipo, sino simplemente que han implementado sistemas o mecanismos para facilitar la denuncia de este tipo de vejaciones. Pero tiene que quedar claro que es un problema sistémico, que afecta a todas las universidades y organismos públicos, por eso es importante que se visibilice.
Falta mucha investigación sobre la prevalencia del acoso, sobre las personas que acosan. Falta educación en igualdad. También que haya protocolos contra el acoso en todas las instituciones científicas, porque algunas tienen aún esta asignatura pendiente. Y las que disponen de uno, deben asegurarse de que es suficientemente efectivo. Al final, se requiere un trabajo más global, de concienciación, que todo el mundo sepa qué hacer cuando sufre acoso o sabe de un caso de este tipo. La única herramienta para combatir estos comportamientos es la educación y la concienciación en igualdad.
Antes de dedicarte al periodismo de ciencia, trabajaste un tiempo como biotecnóloga. ¿Has sufrido situaciones de acoso sexual o por razón de género?
En primera persona yo no lo he vivido, pero sí conozco casos y cuando trabajaba en el libro y lo comentaba entre conocidos, muchas personas me confesaban que habían padecido acoso tenían personas cercanas que los habían padecido. Es, lamentablemente, una experiencia compartida.
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