Mejor el desvío
Están en la esquina, en los zaguanes, en los parques. Cerca de los templos, de los restaurantes, en las inmediaciones de los hoteles, en los Drinks, en las frituras.
Están en el puerto, también en la playa, en el semáforo, en los aparcamientos de clínicas y universidades. Merodean por los centros de poder. Saben donde anida la clientela. Compiten con adultas que comenzaron a la misma edad e intentan protegerlas, no disuadirlas, porque conocen las consecuencias de la deserción.
En trulla y solitarias, con la jefatura vigilante. Están sin escondrijo ni coartada, desafiando la moral de ocasión, las poses redentoras. Cerca del río y detrás de la peluquería. Al final de la cuartería las examina el proxeneta cuando el buscón entrega la mercancía.
El hacendado ha tenido siempre su proveedor, como lo tiene el legislador, el alcalde, el coronel, el general, el cura y el empresario, el fiscal, el profesor, el juez. Como lo encuentra el turista y los lascivos políticos locales.
Donde no están es en la agenda que redacta el protectorado. Solo un tema desvela y es parte de la preocupación trasnacional, todo los demás vendrá por añadidura.
Es mejor callar o desviar. Atribuir a imponderables la responsabilidad, esa que ha estado revoloteando, desde el siglo pasado, en los corrillos de los hacedores de opinión y de los redactores de leyes y sentencias.
Es mejor tergiversar porque de otro modo quedaría expuesta una vez más, la persistente impunidad criolla, esa que pretenden exorcizar con el castigo solo a los responsables de la corrupción administrativa. Así dicta el momento y prohíja el poder de facto, cada vez más omnímodo.
Resurge el tema, debido a los escándalos protagonizados por los opulentos e invulnerables recitadores de procacidad y violencia. Aflora, gracias al desenfado delincuencial de los repetidores de un chapucero hilván de frases inconexas, propias de la agrafía de sus autores.
Desde antes del año 1983 he participado en las investigaciones y1 actividades relacionadas con el tema, aquí y fuera del país. El trabajo permite reafirmar que la prostitución infantil es una realidad en República Dominicana, una vergonzosa marca país.
Decenas de reportajes en periódicos internacionales ratifican su existencia y la ausencia de condenas para los proxenetas. Y es que a nadie importa la persecución contra alguno. La práctica jamás ha sido tema de campaña ni concitaría las adhesiones populistas que tanto aportan a la estabilidad. Además, la calidad de la ciudadanía y la fortaleza institucional hoy son valoradas por el repudio a los corruptos, lo demás vendrá después.
La mención de la infancia en venta provoca repulsión en algunos, en otros, negación. Sirve asimismo para la realización de esporádicas acciones caritativas. Anima a reescribir investigaciones, sin citas ni referencias a trabajos precedentes. Y, como está en boga vivir sin antecedentes y la situación pervive, es productivo plagiar, desconocer.
Conviene desviar la atención. El tema no cabe en el espacio contingente de la cruzada ética. Con depredadores del erario juzgados, no importa que el colectivo esté plagado de una infancia prostituida, sin remedio, con justificación y sin responsables.
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