Las convenientes fantasías
Luis Peña Valdez, albañil, permaneció diez años olvidado en el muladar penitenciario de La Victoria. Su rostro ocupó los primeros espacios de los periódicos, las redes repetían una y otra vez su historia. No hubo programa de radio ni transmisión de tv sin el relato de su desventura.
Todos comentaban el abuso de un sistema desconocedor de derechos inalienables. Su calvario servía para apuntalar las maldades del pasado, el oprobio de todo aquello que fue sepultado a partir de la entronización del Cambio.
Un ingeniero, con la complicidad de agentes de la PN, logró encerrar a Luis luego del reclamo de una deuda pendiente. El gabinete penitenciario, presidido por un veterano miembro del ministerio público, salvó al hombre. No se había percatado de la situación, pero una nueva estrella alumbró el camino y actuó.
Aunque usted no lo crea, como diría Ripley, es frecuente la miseria penal, la cotidianidad del abuso, esa costumbre del maltrato institucional que no le gusta airear a los creadores de las convenientes fantasías.
Tan frecuente como la imposición de las inútiles penas largas y como la ausencia de vigilancia y seguimiento a los condenados.
Sirva para comprobación y ejemplo el reciente caso del homicida reincidente. El sujeto, después de cumplir una condena de más de diez años, obtuvo su libertad el 16 de febrero y el 29 de marzo mató a dos niños e intentó hacer lo mismo con el padre de las víctimas y con otro menor.
Y seguimos tan campantes. El horror no cabe en el discurso de los iluminados, para ellos los problemas nacionales están resueltos con la persecución a los corruptos del antiguo régimen. Porque la banalización también interfiere el ejercicio de la acción pública y acomoda el estado de derecho.
Dar a las gradas lo que las gradas quieren asegura la salvación, la permanencia. Evita un eventual conflicto entre “el prejuicio y la evidencia”.
Cuando la autoridad, atenta al reclamo de las minorías organizadas, comparte almuerzo, desayunos -algunos privados otros públicos- con sus representantes y le rinde cuentas de su trabajo, no menciona la cotidianidad violenta.
Obsecuente con la nueva nomenclatura, prefiere validar el éxito de la gestión con el detalle del combate al crimen trasnacional. Comunicar la satisfacción que produce la persecución a los delincuentes de cuello blanco que conforman el parque temático infractor. Esos perversos, condenados de manera inapelable, antes de cualquier sentencia.
Porque para garantizar la seguridad jurídica -insisten- basta que los corruptos permanezcan privados de libertad, degradados, como el populismo penal manda.
Poco importa el hacinamiento carcelario, tampoco preocupan los maltratos, la extorsión en los recintos carcelarios y en las oficinas de los fiscales.
Ajenos a la cotidianidad de machete y estupro, de golpes, heridas, parricidios e incestos, prefieren sumar adeptos para sostener el mundo fantástico. Ese paraíso con la acción pública complaciendo peticiones, hecha a la medida de las apetencias coyunturales.
Es la quimera que permite dormir tranquilos a los gestores de la recomposición ética criolla. Saben que Themis no los ve, ni verá. La diosa los protege con el movimiento de su balanza.
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