Junio de valientes

14-06-2021
Anjá
Ojalá, República Dominicana
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Inconcebible el hecho. Impensable el desafío a un régimen que convirtió en fortín el territorio y logró vencer todas las tempestades. Ocurrió, a pesar del inventario de cruces, de la percepción de tragedia que un atrevimiento de esa magnitud provocaba entonces. Cita con la muerte que garantizó la gloria.

Derrotas previas no arredraron a los intrépidos que conformaron el Ejército de Liberación Dominicana.

Además de los combatientes dominicanos, la escuadra se convirtió en internacionalista al sumar: 22 cubanos, 13 venezolanos, 5 puertorriqueños, dos españoles y dos estadounidenses.

Diez años antes, el saldo había sido fatal. El desastroso desembarco por la Bahía de Luperón, el 19 de junio, permitió a la tiranía hacer alarde de su omnipotencia, de su invulnerabilidad.

El grupo pretendía combatir y vencer la autocracia que desde el 1930 desconocía derechos, interfería la intimidad, el patrimonio, la seguridad ciudadana. Disponía de la vida y el honor de los súbditos. Restringía, extorsionaba, estupraba, encarcelaba.

La delación consiguió infiltrar el movimiento. Ladinos y sagaces lograron los detalles pertinentes para preparar el descalabro de la osadía. Un ¡Viva Trujillo! recibió a los valientes, aquel domingo trágico, como relatan aquellos que el destino salvó. La utopía no era compartida por el pueblo atemorizado.

También fue domingo el 14 de junio del año 1959 cuando aterrizó el avión C- 46 en el aeródromo militar de Constanza. Transportaba a los insurgentes que iniciarían la ofensiva contra el trujillato. Una apuesta temeraria gestada en el campamento Mil Cumbres -Cuba- con el auspicio de la revolución cubana y del gobierno venezolano presidido por Rómulo Betancourt.

Después de la escaramuza de bienvenida el conjunto se dividió. El fracaso inició con esa primera dispersión -es la opinión de los analistas de la guerrilla-.

Delio Gómez Ochoa y Enrique Jiménez Moya comandaban las tropas que esperaban el arribo de dos lanchas con más expedicionarios. El plan no pudo ejecutarse como fue concebido, la intentona marítima fue fallida. Cuando las lanchas llegaban a Estero Hondo y a Maimón, el día 20, ya todo estaba develado.

La actitud de los lugareños fue violenta y de irremisible rechazo a los guerrilleros. Además de “Los Cocuyos de la Cordillera” el grupo organizado por Petán, decenas de serranos se encargaron de ubicar y denunciar a “los barbudos” desperdigados y hambrientos.

Hubo errores de los comandantes que precipitaron el lamentable desenlace. Del mismo modo, la ausencia de respaldo de la población, ajena a los planes de la insurgencia, permitió que de nuevo “el jefe” venciera la disidencia.

El bombardeo no tuvo tregua. Sobrevivientes de la montaña y de la costa, fueron sometidos a inenarrables torturas. La confesión ayudó a completar la información que tenía la tiranía sobre la expedición, gracias a sus excelentes servicios de inteligencia en el territorio y fuera del país.

Indetenible, feroz fue la persecución contra los intrusos que desafiaron el poder del jefe. El tirano no escatimó esfuerzos para que todo su arsenal se desfogara contra los representantes de la raza inmortal.

En “La Era de Trujillo. Narraciones de Don Cucho”, Virgilio Álvarez Pina afirma que “las arcas nacionales quedaron prácticamente vacías concluida la parte bélica de junio”.

El sadismo de Johnny Abbes García fue desplegado en todo su esplendor. Ramfis Trujillo Martínez, jefe de Estado Mayor Conjunto, pretendió igualarlo y compitió. El dolor fue diversión, excitación compartida. De aquella orgía sangrienta pervivieron cuatro dominicanos y dos cubanos.

La manera de enfrentar la expedición tuvo consecuencias funestas para la tiranía. La demencial arremetida en contra de los “enamorados de un puro ideal” fue tal que hasta los más serviles se estremecieron.

“La expedición sembró una semilla peligrosa que germinaría dentro de la sociedad …” op.cit

La propaganda no podía impedir la agonía del régimen. Fue determinante la tardía reacción del clero católico contra el horror. Y el preludio del fin sucedió el 25 de noviembre del 1960.

Sirven los aniversarios para insistir con la memoria. Recordar es necesario, como insistía Juan Gelman-Premio Cervantes 2007-. El silencio solo beneficia a los asesinos y cobardes.