Jarrones despreciados
Con o sin narco diputados, con extraditables y funcionarios imputados. Con y sin el odio como manera de comunicar, persiste la convocatoria.
Sin agenda, con vocería dispersa y prodigios narrativos, el miércoles habrá un encuentro para viabilizar el “Diálogo Nacional”. En esta ocasión la reunión será magnificada con la presencia del presidente de la República.
Las características y el origen de la convocatoria, ratifican el éxito de un proyecto diseñado con el auspicio de influyentes representantes de las ONG. Propaladores del discurso ético se empeñan en desacreditar a los políticos.
Persiguen la privatización de la administración pública, el Estado desacralizado. Conciben la gobernanza como asunto propio de una SRL. Los ejemplos demuestran el buen desempeño de la estratagema.
Sus voceros aúpan, sin miramientos, el desprestigio de los políticos y de las instituciones. Solo la independencia cívica es capaz de reordenar el país, nadie más. Intocables, apuestan a sacar del templo a los desafectos y poco a poco ocupan espacios. Usan la canalla para llegar al solio y luego se apartan del pecado, reniegan de pactos y de amistades peligrosas.
En la medida que lanzan el lastre para que el barco continúe navegando es más que evidente la disociación. Se impone la anti política de manera subrepticia, a pesar de los efectos nocivos del fenómeno en la región.
Quizás por eso propician la inhabilitación de los tres expresidentes de la República, vivos y viables. Desprecian su experiencia, prefieren la cháchara de alquiler que provoca emoción.
Varias generaciones criollas no conocieron relevo en el mando. Crecieron bajo la sombra de la inmutable continuidad.
A partir de 1978 hubo reemplazo en la Presidencia. El trágico destino de los dos protagonistas del periodo 78-86 imposibilitó valorar la importancia de un expresidente.
Ahora coexisten tres. Cada uno vituperado, difamado por las huestes oportunistas. El insulto varía cuando la conveniencia dicta. Ninguno ha sido condenado.
El desprecio a su experiencia obliga a concluir que la anti política preside. En ese mundo aséptico, el liderazgo pertenece a Luis Abinader, el menos político de los presidentes contemporáneos. Llega impoluto a Palacio. Su inexpugnable fortuna permite la donación del salario correspondiente a su investidura.
El límpido talante impide la interlocución con políticos, prefiere escuchar a los cívicos. Reina en el desierto de virtudes, sin contradictores idóneos.
Felipe González -1982-1996- comparó a los expresidentes con jarrones chinos en un apartamento pequeño. “Es un objeto de valor, pero nadie sabe dónde ponerlo”.
Años después, el antiguo líder del PSOE, preocupado con el decurso de la política española, advirtió: “el jarrón corre el riesgo de que un niño con un codazo lo acabe tirando a la basura”.
Aquí, esos jarrones son útiles. Sirven para sostener la institucionalidad agredida por la insolencia.
Tirarlos a la basura es una opción que podría revertirse cuando el presidente concluya su gestión. Él conoce el poder de las tropas mediáticas oficialistas. Sabe que pueden convertir al papa en paria. Debería cuidarse.
La deferencia con los ex, su inclusión en las conversaciones, enviaría un contundente mensaje de Estado.
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