Indiferencia y excusas
Un representante de un prestigioso organismo internacional respondió de manera contundente, una pregunta relacionada con un proyecto en ciernes, a desarrollarse en el país: la solidaridad no está en la agenda de la agencia para este año.
Comenzaba el siglo y se recomponían objetivos y cooperación. El asombro con la respuesta no encontró eco. Incomprensible la crudeza para personas apartadas de los entresijos de agencias y de organismos internacionales que, en ocasiones, refugian a indolentes con ropaje de misericordiosos.
En ese momento, hombres y mujeres cansados de la apuesta por la utopía, cargados de buenas intenciones, diseñaban proyectos estupendos de realización incierta. Los favorecidos comenzaron a engrosar su patrimonio gracias al financiamiento de esos organismos, aunque la solidaridad no estuviera en agenda.
La afirmación coincidió con la visita al país del escritor peruano, Germán Carnero Roqué, director de la Unesco en México, fallecido el 12 de agosto. Cuando le comenté la declaración dijo: “Estamos viviendo una época encanallada”.
Transcurrió el tiempo y ahora, cada vez que los funcionarios opinan, regocijados con sus declaraciones y proclamas, es fácil concluir que “la solidaridad no está en agenda”. Sin recato, escrúpulos aparte, el nuevo orden no se entretiene con sentimientos.
Reinventan, acotejan hechos y encima de cadáveres, publican cifras como mortaja inadecuada.
La responsabilidad desaparece encubierta con frases como “tragedias que pasan” y sistemas que rechazan denuncias. El ardid favorito para que la inimputabilidad exculpe, es la salud mental de los autores de crímenes. Titubeos desde la arrogancia que el poder permite. Infanticidios, estupros, filicidios, actos de barbarie, descuartizamientos, son convertidos en “noticias desagradables”.
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La conmoción reditúa solo en tiempos de campaña electoral cuando se multiplican pésames y dádivas. Los candidatos exponen sus zapatos al lodo de los parajes y comparten mendrugos con los electores.
Los estrategas del Cambio desplegaron su creatividad redentora en la plaza pública. Importaron modelos de venganza privada y propusieron, amparados por el furor verde, abuchear a los corruptos sin sentencia, gritarles en los lugares públicos “ladrón” y enrostrarles vicios que los bots difundían con convicción.
Entre los injuriadores, indignados por tanto crimen y tanta competencia desleal que afectaba sus negocios, había personas conocidas por sus fechorías.
La élite impoluta permitió la suma de acosadores, de padres y tíos incestuosos, de violadores, soplones, extorsionadores, de corruptos que supieron guardar debajo de la alfombra sus culpas.
La inclusión en la causa para lograr el desplazamiento de la canalla gobernante los liberó de agravios. Recibieron la recompensa proporcional a su militancia oportunista y a la cantidad de insultos proferidos. La nómina pública acalló sus voces.
La violencia cotidiana, el desamparo de la niñez, de la adolescencia, de los adultos mayores, esa ancianidad deambulante y maltratada, ameritaría un levantamiento como aquel del 2020.
Un reclamo colectivo para que las autoridades reconozcan deficiencias e incompetencias y protejan a la ciudadanía vulnerable. Prevengan y también admitan el horror y la inseguridad que nos circunda.
Condolerse no está en la agenda del Cambio, sería reconocer errores del proyecto ético renovador. Es mejor repetir con el presidente que la sucesión de hechos atroces “son tragedias que pasan”.
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