Entre Alix y Bazil
Osvaldo Bazil, poeta, diplomático, sibarita, orgulloso de su desparpajo y de su amistad con Rubén Darío, supo salir de un difícil percance, con perverso donaire.
Su gracejo fue salvífico, aunque desnudara el talante moral y oportunista, necesario para sobrevivir durante la “era gloriosa”.
Presidía la “Misión Diplomática” en España – no había embajada – y Joaquín Balaguer, adscrito a la misión, le solicitó, y fue complacido, un breve prefacio para “Trujillo y su Obra”.
Los adulones se alborotaron cuando descubrieron en el libro la mención elogiosa de Estrella Ureña, atrevimiento del autor porque ya el antiguo aliado de Trujillo estaba en la lista de desafectos.
Enterado Bazil de la reacción adversa y del disgusto del mandamás, envió un telegrama a Trujillo con el siguiente texto: “Escribí prólogo, pero no leí el libro”.
El 11 de enero, 102 diputados aprobaron sin coerción alguna, luego de una “única lectura”, la propuesta enviada por el Presidente de la República, contentiva del Contrato de Fideicomiso Público Termoeléctrica Punta Catalina-CTPC-, entre el Estado, la CDEE y Fiduciaria Reservas.
Con el estilo descrito por Juan Antonio Alix en una décima emblemática dijeron “corroboro, corroboro”. Hubo reseña y tranquilidad. Tirios y troyanos, unidos.
Fue la calle que reaccionó, esa calle tan apreciada y escuchada por “el Cambio”. Dimes y diretes y los miembros del primer poder del Estado seguros de su invulnerabilidad.
Las concesiones, las alianzas, las promesas, sustituyen la violencia de Fujimori, cuando en el año 1992 decidió gobernar sin Congreso.
Evitan el grotesco estilo de Bukele. Simplemente acatan y lejos de justificarse, cuentan, sin necesidad de ocultamiento. Con asunción de culpa, sin vergüenza, vale más el descaro que la sinceridad.
Lo más escabroso, quizás lo peor, ha sido escuchar a los gestores del mundo nuevo, desde la asepsia cívica, excusar el yerro de algunos patrocinados.
Es que les hizo falta tiempo-alegan-como a los amantes de la canción de Manzanero. Para subsanar la falta, aprobaron sin leer.
Es una ventaja contar con el apañamiento del apostolado ético, sirve para exculpar a su discipulado. Malos los otros, no nosotros, parecen decir.
En otra época “la guardia leía al revés” y el resultado era oprobioso. Ahora no hace falta la lectura, los diputados aprueban convencidos de la ausencia de represalias. Se producen escarceos inútiles para disimular respaldos.
Rige el pensamiento único, sin disensión contundente.
La calle seguirá teorizando, buscando motivos para defender el patrimonio público y execrar la privatización tras el CTPC. Lo destacable, sin embargo, es como, en el primer poder del estado, se impone la voluntad del ejecutivo.
En el artículo “Es un poder, no son tres”– 22.02.2021-, cito la conclusión de una investigación sobre la dependencia del poder legislativo. “La tradición personalista de la política latinoamericana confiere un plus a la figura presidencial. El Congreso no es una institución indispensable”.
El comportamiento de los legisladores está más cerca del diputado de Alix que de la sagacidad y cinismo de Bazil. La admisión del desacierto ratifica la connivencia entre los poderes del Estado. Destellos de la independencia, cada vez más dependiente.
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