El 17 de Orlando
Nunca hubo convocatoria para multiplicar el grito. Las flores al mar congregaban a los amigos entrañables y algunos liberales siempre dispuestos a sumarse. La prescripción amenazaba cuando la persistencia de los desconsolados padres, decidió interrumpirla para continuar el calvario de la impunidad.
Jamás la indignación anduvo por los cenáculos vengadores, por los predios de los portaestandartes de la ética. La violencia y su secuela de sangre y tumba, de orfandad y miedo, nunca ha estado en esas pulcras agendas.
El límite no es el cielo sino el patrimonio, la competencia como desafío. Las bienhechoras agencias internacionales multiplicarían su financiamiento si la muerte estuviera en las subastas de virtudes protagonizadas por representantes de los poderes fácticos. La violencia y sus estragos nunca ha estado en el programa de reivindicación ética diseñado por los mandarines de la opinión publicada, tampoco en las preocupaciones de los activistas de las cruzadas que demandan condena para los depredadores del erario.
De las Tablas de la Ley sólo el séptimo mandamiento encandila, solo importa uno. A fin de cuentas, los asesinos pueden lavarse las manos, los torturadores pedir pruebas de las tropelías, los estupradores, acosadores, incestuosos, sumarse a la vocería cívica y justificar sus actos alegando provocación.
Los crímenes de Estado, las muertes atribuidas a los honorables con fortunas salpicadas, no excitan la sed de justicia. De ladrones queremos lleno el infierno, para los autores de crímenes y delitos contra las personas, la indulgencia. El código penal permite el acotejo y si la bulla no se produce, mejor.
El miércoles pasado, 17 de marzo, fue día para recordar a Orlando Martínez Howley. Día para repetir el memorial de la infamia, la cansina reiteración de la impotencia y de la derrota. No hacerlo sería más grave, una traición individual y al exiguo grupo que continúa con la tea en la mano después de las claudicaciones y el olvido.
La sentencia contra los autores materiales del asesinato del Director Ejecutivo de la revista “Ahora”, autor de la columna más leída de entonces, “Microscopio”, publicada en “El Nacional”, la obtuvo un abogado que era un imberbe cuando mataron al periodista. 32 años después del 17.3.1975, quedaba en la sala de audiencias la permanencia del afecto. Aquellos colegas que jamás le creyeron sus comentarios e ignoraron la amenaza que lo perseguía, estuvieron ausentes. Callados unos, resabiosos otros, porque la conciencia arrastra el pesado fardo de la culpa, esa que no se expía, molesta.
Lejos de la melancolía y del dolor, de la indolencia que mira, sin estupor, a uno de los autores intelectuales del crimen brindar por la vida en su plácido refugio, ubicado en La Romana, vale el aniversario para subrayar que la atrocidad cometida sería imposible hoy.
Si existiera la excelencia conceptual de Orlando, su arrojo y reciedumbre, a nadie se le ocurriría, desde Palacio y sus cercanías, ordenar su muerte ni asustarlo.
La última parodia de la vesania oficial, no fue contra las ideas sino para contener el alza del dólar.
Ahora las órdenes son para el descrédito. Encubren las ganas de disparar, difamando. Es la cobardía sin balas, parapetada tras la mentira. Remedo de la tiranía que “cuando no podía herir físicamente sabía herir el alma ajena” – Juan Bosch. “Trujillo: Causas de una tiranía sin ejemplo”-.
El miércoles pasado una minoría evocó la ignominia. Es ese 17 que une a cada vez menos. Camaradas, compañeros de generación, amigos estremecidos por aquello, pisan el umbral de la vejez. Queda, sin embargo, la palabra, la rabia, también el hastío.
Orlando permanece en la utopía que guarda el eco de los caracoles. Está en las canciones y poemas compartidos, mientras acechaba el deslumbre del atardecer. Pervive como añoranza de la amistad temprana. Asoma en los desvaríos que la senilidad permite a la memoria. Esa minoría no lo deja morir, cree, como Javier Marías, que “el secreto de la inmortalidad reside en estarse muriendo imperecederamente”… y a pesar de la indiferencia y el silencio, apuestan a la inmutabilidad del recuerdo.
Espacio pagado
Quienes habitamos la Comunidad Ojalá sabemos que somos diferentes y nos alegra serlo.
Nuestros contenidos son útiles para comprender y mejorar la vida cotidiana. Están libres de publicidad. Los anima la curiosidad, el rigor y los financia la gente.
Únete. Participa. Haz un donativo.