Cada uno con el suyo

24-05-2021
Anjá
Hoy, República Dominicana
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Pablo Escobar quiso participar, de manera directa, en la política colombiana. Su decisión fue rechazada por el Cartel de Medellín. 

El control de prominentes políticos y funcionarios, desde el anonimato, bastaba. Por miedo o por codicia lograban la genuflexión y garantizaban la impunidad requerida para el éxito del negocio.

Escobar, sin embargo, estaba obsesionado. Quizás intuía la posibilidad de adquirir prestancia social a través de una curul o de una designación que hubiera sido difícil, solo por guardar las formas.

En aquel tiempo todos sabían a quiénes aupaban los distintos carteles, a quién obedecían ministros, militares, policías, congresistas, jueces, periodistas, sacerdotes.

La influencia de los reyes de la coca fue más que conocida y determinante en la época de dominio e incertidumbre. Plata o plomo era himno.

El éxito estaba en la discreción, el ocultamiento permitía acrecentar el poder y preservarse. El creador del programa “Medellín sin Tugurios” era terco, persistió hasta lograr la efímera posición de diputado suplente y luego, por la ausencia del titular, el rango apetecido.

El cargo puso en evidencia el descaro de la clase política que aceptaba por debajo de la mesa las papeletas, pero le asqueaba sentarse al lado de un tosco narcotraficante asesino.

Disfrutó mientras pudo el cargo. 

Viajó a España, invitado por el PSOE, para presenciar las elecciones en el 1982. El periodista Gonzalo Guillén relata su encuentro en el avión con Escobar. Describe su talante con sarcasmo, después narra cómo el temible antioqueño le presentó a Felipe González, ganador de esas elecciones -Revista Semana-11.05.2007-.

La exposición del advenedizo congresista obligó a la prensa, aguerrida e insobornable, a desnudar al capo. Sus negocios ilícitos fueron denunciados. Fallido fue su intento institucional. 

Saltó de la curul y compensó el agravio ordenando el asesinato del director de El Espectador y del ministro de Justicia.

Así como ha sucedido en el país y otros países de la región, con los representantes de las elites que decidieron pasar del patrocinio al mando, algunos ciudadanos, dedicados a la producción y distribución de sustancias controladas, optan por la participación política. 

Les protege el asigún criollo, esa manera de acotejar la situación para favorecer o desfavorecer en distintas circunstancias.

Quirino fue un discreto repartidor de bienes. Desconocido en los centros urbanos, con su desbordante fortuna ayudaba a los habitantes de su depauperada región y solventaba políticos. 

Obligó al desgarro de vestiduras cuando fue evidente el origen de su patrimonio. Todos lo negaron como Pedro a Jesús. 

Ocurrió con Figueroa Agosto, con Florián, con César, Toño. Ninguno, empero, quiso figurar en una boleta electoral, mejor auspiciar que participar.

El libreto está cambiando. Ya no se trata de la fiereza en campañas electorales cuando es posible acusar sin riesgo. Ahora en la cancha juegan todos, protegidos naturalmente por una presunción de inocencia y amparados por actividades que permiten quitar mugre a las monedas.

El miedo se escapa por la ventana y la ley también. Es tan atrabiliario todo. Contigo si contigo no, depende el instante. Sorprende el silencio, las excusas, el acomodo que intentan, prestantes hacedores de opinión, en relación al percance que afecta al diputado más votado en Santiago.

El representante del PRM, benefactor municipal, piropeado por la gobernadora de la Ciudad Corazón y por el presidente del Senado de la República, ha estado en el torbellino de los rumores siempre. 

Atribuían la maledicencia al deseo de empañar la trayectoria de un candidato que solo quería, con la gracia de Dios, ayudar a su pueblo. Hoy, exigen prudencia, antes de ofenderlo.

La captura del diputado en la Florida, luce entrega más que aprehensión. Lo esperaban. Poco importó su jerarquía, ganada en buena lid, con espléndido respaldo financiero y partidista.

El remolino oportunista es tal que procede parafrasear a Rafael Herrera. “Cada comunista tiene su general y cada general su comunista”-decía-. 

En esta feria de cinismo, para entender el discurso de ocasión, habría que admitir entonces que cada partido, cada gobierno, tiene su narco y cada narco, un gobierno, una oportunidad”.