Aquel 20 de diciembre

20-12-2021
Anjá | Política
Hoy, República Dominicana
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El Consejo de Estado, presidido por Rafael F. Bonnelly, promulgó la Ley Electoral 5884, el 3 de mayo de 1962. Ocurrió 337 días después del magnicidio.

El texto, redactado gracias a la colaboración de técnicos extranjeros, permitió la organización de las elecciones celebradas un día como hoy hace 59 años.

El Partido Dominicano, único vigente durante la tiranía, fue desplazado por una veintena de organizaciones. 

A pesar de la proliferación de partidos, la fortaleza para competir en las elecciones generales la tenían Unión Cívica Nacional -UCN- y el Partido Revolucionario Dominicano-PRD- creado en el exilio.

Es importante saber, para ponderar los sucesos, que el territorio estaba ocupado por 3 millones de habitantes, la mayoría de raigambre rural. A ese conjunto humano, poco le importaba el discurso del candidato de la UCN, Viriato Fiallo, víctima respetable del trujillato. 

El único que mencionaba el oprobio pasado y prometía venganza.

La propuesta del PRD fue más efectiva. Su candidato, Juan Bosch Gaviño, quería redención, el cese del odio para intentar reconstruir la nación. 

Realpolitik versus idealismo, aprendizaje durante un exilio de más de veinte años.

Rumbo al 20 de diciembre el entusiasmo era contagioso. El duelo por tantas muertes, desapariciones, encierros, fue postergado. Hubo un mientras tanto esperanzador.

El estreno de palabras y actitudes ocupaba la atención. Cada día un acontecimiento, a cada instante el asombro democrático embestía la quietud de una nación creyente en Dios y Trujillo.

Aquello fue un destello que luego se convertiría en tragedia. Un acaso incomprensible, otro episodio de la atipicidad dominicana.

La pregunta siempre será: ¿cómo aprendió tan rápido el colectivo? ¿Cómo creyó en la preservación del voto, en el destino de una boleta electoral? ¿Cómo, si todavía la sorpresa del 30 de mayo tejía el mito y las traiciones estaban a la orden el día?

Difícil entender la participación de la ciudadanía, otrora sitiada por el miedo y la conformidad, el susto y el presentimiento trágico.

Sin posibilidad de “destrujillizar” al país, el debate ocurría entre conversos y auténticos.

En el escenario estaba el oportunismo de los que, durante tres décadas sirvieron, satisfechos, al régimen y se empeñaban en negar su pasado. 

También estaba la pesadumbre de quienes soportaron el agravio “in situ” y observaban el regreso airoso de los exiliados que prefirieron abandonar el ruedo. Estaba el conflicto entre el sentimiento y la necesidad de alcanzar el poder para transformar el país.

El tiempo histórico transcurrido, desde la noche del atentado hasta la proclama electoral, resultaba insuficiente para la madurez política. Sin embargo, 1,054,944 acudió al llamado. Confió en el proceso y en el resultado de esas primeras elecciones sin “el jefe”. Fue el estreno del derecho a elegir.

El resultado sorprendió a quienes creyeron que el antitrujillismo ideológico se impondría. El candidato del PRD consiguió el 59.53% de los votos.

La fascinación que provocaba el ganador era proporcional al rechazo. Sus adversarios no descansaron hasta desalojarlo de Palacio. Poco importó su contundente triunfo.

Aquel 20 de diciembre, merece mención. Está en el inventario de aciertos institucionales criollos.