2° Festival de Teatro en la Cárcel: salir del encierro para entrar en la ficción
Llevar el teatro a la cárcel no es un objetivo sencillo pero un grupo de personas lo hizo posible. La dramaturga y directora Laura Sbdar y la productora Valeria Casielles trabajan desde el año pasado junto a Cynthia Bustelo –doctora en Ciencias de la Educación por la UBA, coordinadora pedagógica y docente del Programa de Extensión en Cárceles (PEC) de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA– para expandir los horizontes en los establecimientos penitenciarios y mostrar a las estudiantes privadas de su libertad algo de lo que se está produciendo hoy en la escena porteña.
La premisa es llevar obras de creadorxs contemporánexs: «Acercamos ficciones vivas, obras en cartel, para que un pedacito del afuera entre. Un cachito del afuera, porque de ficción estamos hablando», dice Sbdar. Página/12 asistió a una función del Festival de Teatro en la Cárcel dentro del Complejo Penitenciario Federal IV de Mujeres Cis y Trans.
En la 1° edición del festival creado y dirigido por Sbdar se presentaron Breve enciclopedia sobre la amistad, Suavecita y Un tiro cada uno. En la 2° ya pasaron Ametralladora, Sombras, por supuesto y Desertoras, y el 25 de octubre cerrará el ciclo La verdad efímera.
«Creamos este Festival con todo lo que un acto de creación conlleva: acción, prueba y fantasía. Fabricación, error y deleite. Invención, escucha y duración», enumera Sbdar. La autora había sido invitada por su hermana Julieta (docente del PEC) a dar un taller de dramaturgia.
En una clase compartió una obra corta de Beto Villa titulada Basurita que las estudiantes, naturalmente, empezaron a actuar. Ese gesto dio pie para empezar a pensar cómo llevar propuestas teatrales al penal.
Entonces sucedió algo que no siempre sucede: la idea se concretó y el viernes 25 presentarán la séptima obra, algo impensado si se consideran los escollos que pueden presentar las burocracias del sistema penitenciario. Del otro lado de los muros, el tiempo se percibe y dimensiona de manera diferente: una serie de arbitrariedades puede hacer que una espera dure diez minutos o una hora.
El viaje comienza a la mañana temprano porque es preciso estar con tiempo suficiente por cualquier imprevisto.
En el auto, Bustelo comenta que el PEC lleva casi 20 años en penales federales y centros socioeducativos de régimen cerrado: «Desde ese lugar garantizamos el derecho a la educación superior pero también la posibilidad de construir una experiencia universitaria distinta. La educación es un derecho llave que posibilita otros como el derecho a la cultura, a la comunicación, a la expresión. La idea es generar y compartir herramientas y saberes”.
En la cárcel de Devoto y en los complejos I y IV de Ezeiza se realizan talleres de música, radio, narrativa, derechos laborales, cooperativismo, edición (en Devoto se publica la revista La Resistencia, en Ezeiza I Los monstruos tienen miedo y en Ezeiza IV Desatadas).
Para Bustelo es un territorio que les permite a lxs docentes «plantar una bandera pedagógica» en un intento por transformar las condiciones materiales dentro de un lugar hostil: «Decimos que trabajamos en la cárcel pero también en contra de la cárcel y a pesar de la cárcel. Lo que hacemos no tiene que ver con las condiciones que hay ahí –dolor, injusticias, maltratos– pero trabajamos a pesar de eso».
El PEC articula varias actividades. Una de ellas es el Encuentro Nacional de Escritura en la Cárcel que este año tendrá su 11° edición. «Pensamos la escritura como acción: una herramienta de transformación para decir y leer el mundo”, define Bustelo.
En estos encuentros hay paneles y mesas de lectura donde estudiantes (algunxs están detenidxs pero pueden salir a leer) y personas que recuperaron su libertad comparten lo que produjeron en contextos de encierro.
Bustelo remarca que «la idea es visibilizar una problemática marginal que está totalmente silenciada y disputar el sentido sobre lo que se dice y se piensa de las personas detenidas, ideas que muchas veces aparecen en los medios hegemónicos de manera espectacularizada, morbosa o estigmatizante». Aquí se propone «decir otra cosa, soltar la lengua», como sugiere el lema del encuentro.
En relación al Festival, Bustelo explica que la idea es llevar teatro de calidad a la cárcel para que las estudiantes puedan «vivir la experiencia de ser espectadoras de una obra, ver en vivo actores y actrices, compartir su trabajo y su talento, generar ese momento de silencio, intimidad y reflexión que permite una obra de arte».
Casielles es productora y gestora cultural. Desde 2004 es una de las responsables del Teatro Abasto Social Club, y dice que cuando empezaron a pensar el Festival tenían «una idea preconcebida» con respecto a las obras que debían llevar a escena y cómo hacerlo en «un lugar totalmente atípico y una realidad desconocida».
«Ese miedo y preconcepto se rompió a partir de la realidad: de estar ahí, con las espectadoras y lxs intérpretes. Por un momento sólo eso importa. Sólo sucede teatro. Del más puro. Con miradas sensibles y profundas, reafirmando que el hecho teatral puede suceder en espacios y contextos inimaginables».
Una platea activa
En un auto llegan las organizadoras y en otro los miembros del elenco: las actrices (Nicole Kaplan, Camila Tabet y Laila Selci), la música en escena (Catalina Telerman), la directora (Violeta Marquís) y el productor (Sebastián Cáneva).
La escenografía y los vestuarios vienen en un flete que por alguna razón se desvía –lo desvían– hacia el penal de varones, pero finalmente llega a destino. Por momentos todo se asemeja a un relato kafkiano repleto de laberintos burocráticos.
Tras una inspección exhaustiva, el vehículo avanza para dejar su cargamento en la entrada del centro cultural donde se llevará a cabo la función, cargamento que más tarde será transportado manualmente por el equipo porque las reglas impiden que el flete vuelva a ingresar.
Desertoras está basada en Las aventuras de la China Iron, novela de Gabriela Cabezón Cámara que narra las peripecias de un personaje lateral del Martín Fierro: la China. Durante un viaje en carreta surge el romance con Liz, una viajera inglesa.
Es una obra interesante para el ciclo, no sólo porque sus protagonistas son mujeres sino porque el foco está puesto en ese choque cultural. Una toma mate, habla español y conoce la pampa como la palma de su mano; la otra toma té, habla inglés y observa todo desde su extranjería.
En la cárcel, las obras adquieren resonancias novedosas e interactúan con un público activo: las espectadoras se ríen con euforia en momentos inesperados, celebran los besos, las chicanas, las escenas de acción o los pasos de comedia, cuchichean entre ellas ante algo que consideran polémico y exclaman sin ningún empacho, como si estuvieran viendo la novela de la tarde. Si afuera una palabra pasa inadvertida, ahí adentro adopta nuevos significados.
En la platea está la presidenta del Centro de Estudiantes y también la Reina de la Primavera, que llega con un look total pink y una coronita de flores con luces led que no dejarán de iluminar la primera fila. Hay algunas agentes penitenciarias apostadas en las esquinas del salón y otras ubicadas en la última fila (una de ellas se pondrá de pie en varios momentos para no perderse ningún detalle de la escena).
Como gestora y testigo del ciclo, Sbdar enumera las reacciones que suele ver: «El aliento, el baile, las manos levantadas acariciando la música de les actores, pidiendo que no frenen, que sigan con eso que saben hacer, con eso que las hace salir, viajar, flashear, sentirse afuera por un ratito. Y entonces, los aaayyy enternecidos, los uhhh preocupados, los ruidos indescifrables de una emoción nueva, esa que no entra en el cuerpo, esa que sale con gestos y sugerencias».
Se trata de una recepción que no es pasiva ni está estructurada por el deber ser de los protocolos de expectación ya instaurados: un intercambio vital.
Las funciones no están exentas de tensiones y elementos disruptivos. «Es que los cuerpos están ahí defendiendo la ficción –advierte Sbdar–, incluso cuando la policía desfila por el escenario, en un torpe intento por interrumpir las fantasías, por intervenir con el paso firme a les actuantes en su titánica presencia».
Durante la presentación hay apagones intempestivos, pequeños parpadeos lumínicos, ruidos estrepitosos porque afuera están descargando alguna cosa. Pero la magia de la ficción se impone y la función continúa: Desertoras llevó a Ezeiza el horizonte infinito, la extensión de la pampa argenta, el universo sonoro del folklore en la voz y la guitarra de Telerman, el relato de un amor liberado en el cuerpo de las actrices. Y no es poca cosa.
Bitácora de una experiencia
Marquís asegura que para el elenco «fue muy emocionante hacer esta función», una experiencia enriquecedora que les permitió repensar la propia obra y la relación con los públicos.
«Aún en este contexto tan hostil, gracias a la universidad pública se sigue trabajando para que la cultura sea para todxs y más personas puedan acceder al teatro», destaca la directora, y dice que fue una función completamente diferente a las demás porque «desde los momentos en los que se reían hasta esos en los que había un silencio total, se sentía que estaban muy concentradas, emocionadas con el relato».
Las artistas descubrieron que el personaje de la China tenía otro peso y hubo un interesante intercambio post-función: algunas espectadoras hicieron preguntas y devoluciones; otras escribieron cartas.
Uno de los temas abordados en la charla fue el rol de la universidad pública en los procesos creativos, porque las integrantes del elenco estudiaron en la UNA y la obra se gestó al calor de esa institución.
«Ahora vamos a hacer cuatro funciones en Morán y siento que nada va a ser lo mismo después de esta experiencia. Hubo todo tipo de reacciones: las protagonistas se besaban y gritaban aaah, el personaje sacaba un arma y se escuchaba uuuh. Una cosa menos formateada de lo que supone ir al teatro, una recepción más popular, juguetona y comprometida. Para mí eso es realmente entrar en la ficción», reflexiona Marquís.
Romina Paula, dramaturga y directora de Sombras, por supuesto, también compartió sus impresiones: «Fue muy conmovedor, pudimos hacer la obra súper bien, se re comunicó.
Es una pieza a cuatro frentes y nos la armaron así. Después de la función nos quedamos charlando con las chicas, algunas nos escribieron unas notitas e incluso se acercaban a mí, algo raro porque no me habían visto ahí aunque presenté la obra».
Paula dice que fue «una experiencia movilizante y poderosa»; las reacciones eran similares a las del público de ArtHaus pero «había algunos momentos en particular en los que se reían mucho, sobre todo esos que tenían que ver con la jerga policial». Dos personajes son policías: se trata de «unos agentes muy particulares porque no es una obra realista, pero creo que es el público que más sabe de lo que estoy hablando, el más juzgador».
Paula cuenta que «fue muy loco tener a los dos bandos mirando la obra» y, aunque las guardias estaban más serias, por momentos se les dibujaba una sonrisa. Al final, varias espectadoras les dijeron: «Gracias por acordarse de nosotras».
El día en el que se presentó Desertoras aún no se había vetado la Ley de Financiamiento Universitario pero la comunidad educativa estaba en pie de lucha y las organizadoras llevaron un pañuelo azul que rezaba «Sin universidad no hay futuro».
Bustelo cuenta que el día del veto, Waikiki –escritor formado en contexto de encierro– publicó su quinto libro, 33 boludeces (Tren en Movimiento), donde cuenta: «Yo no quería ser un delincuente, pero a quién le importa eso… Solo te queda aprender lo que te queda a mano».
«Para nosotros fue un gesto simbólico y político muy importante –destaca–. Creo que Waikiki da cátedra de qué es lo importante y de qué está bueno echar mano: cómo se aprende y qué se aprende cuando tenemos una herramienta, y qué pasaría si no tenemos más la universidad a la mano».
El Festival de Teatro en la Cárcel es una grieta adentro de un sistema rígido, una pequeña resistencia entre muros. Sbdar asegura que allí «aparecen preguntas nuevas acerca de las fronteras y lo sensible, preguntas que como las flores y los yuyos, disputan un lugar entre las piedras, y entonces lo humano es humano, demasiado humano».
El deseo de transformar la realidad ingresa a la institución en los cuerpos de docentes, actrices, actores, dramaturgxs, directorxs, productorxs, pero, a su vez, ellxs mismxs salen transformadxs porque allí, en el tiempo que dura la visita, cambia para siempre lo que traían.
El cambio opera de maneras sutiles pero poderosas: una carcajada, una lágrima, un codazo, una mirada cómplice, un apretón de manos, un murmullo, un silencio abrupto, una risita contenida o un chiste pueden tener un impacto inesperado. El momento exacto en que la realidad queda suspendida por un rato y, con toda su potencia, emerge la ficción.
*Más info sobre el Festival de Teatro en la Cárcel en Instagram (no es abierto al público). El XI Encuentro Nacional de Escritura en la Cárcel será el viernes 18 desde las 11 en el Centro Cultural Paco Urondo (25 de Mayo 201); programación en formato accesible y formulario de inscripción. Desertoras va los domingos a las 19 en Cultural Morán (Morán 2147) y Sombras, por supuesto va domingos y lunes a las 20 en ArtHaus (Bartolomé Mitre 434); entradas por Alternativa Teatral.