Líneas de Guerra: La pesada cruz haitiana
Luego que el Gobierno anunció sus ocho medidas para controlar el flujo de migración haitiana y la posterior convocatoria intempestiva a los partidos por parte del presidente Abinader para tratar el tema, uno tiene la impresión de que las autoridades no comprenden las dimensiones del problema en Haití y las implicaciones para el país.
Aunque su eficacia y aplicabilidad es de por sí cuestionable, el diseño de las acciones propuestas adolece de una falla que, además del dispendio de recursos humanos y económicos, entraña el agravamiento de los daños que pueden provocarnos los haitianos y su crisis: la mirada oficial solo toma en cuenta el aspecto migratorio.
Abordar la amenaza haitiana únicamente desde esa perspectiva es un error, sobre todo en este contexto de crisis global pandémica. Recordemos que una parte importante de nuestra economía depende del intercambio comercial (formal e informal) con Haití. ¿El equipo gubernamental ha concebido alguna alternativa para evitar que se desarticule la dinámica productiva de los mercados binacionales que operan en la línea fronteriza?
Comúnmente, cuando pensamos en el turismo, imaginamos a europeos y norteamericanos viniendo a RD para disfrutar de la belleza de sus playas y la hospitalidad de su gente, pero ¿ha calculado el Gobierno cuál sería el impacto en el turismo de la crisis haitiana? ¿Cuál turista, en su sano juicio, visita un país en el que a pocos kilómetros de su frontera terrestre se escenifica una atroz guerra civil o una invasión militar extranjera?
Amén de que Haití es el país con la tasa más baja de vacunación en el mundo (apenas el 0.3% de su población está completamente vacunada), y de que aún se desconoce el verdadero impacto de la COVID-19, enfermedades como la malaria, el cólera, el dengue o el SIDA, con una alta prevalencia entre los haitianos, podrían penetrar en la República Dominicana. ¿Qué hace el gabinete de salud para prevenir que los problemas sanitarios de Haití se expandan hasta nuestro territorio?
Necesitamos un plan de contingencia con una visión holística sobre Haití, que incluya todas las aristas e impactos que tendría en República Dominicana la inminente agudización de su crisis.
El presidente perdió el escenario de la ONU, en septiembre pasado, para doblar su apuesta por la intervención de la comunidad internacional y proponer en ese contexto, el establecimiento de un Protectorado a 30 años en Haití, fundamentado en el Capítulo XI de su Carta.
La civilización es el esfuerzo humano por atenuar sus instintos para convivir en paz y armonía. Agobiados por la miseria y el crimen, hace tiempo que los haitianos son gobernados por una clase dirigente cuyas decisiones responden a sus más salvajes y bajos instintos; eso pone en peligro a nuestra parte de la isla que, a pesar de los pesares, aún puede decir que tiene una convivencia civilizada.
Inicié estas líneas con la impresión de que el Gobierno no comprende la amenaza haitiana, pero mientras escribo me asalta una duda que me pone los pelos de punta: ¿será que el presidente Luis Abinader, desbordado totalmente por la situación, en realidad no sabe qué hacer con respecto a Haití?
Que Dios, dondequiera que esté, nos ampare.
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