Vacunas: una geopolítica de la desigualdad
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Pablo Esteban
Apenas una decena de países concentra cerca del 80% de las dosis producidas y más de 130 naciones no recibieron (ni recibirán hasta el año que viene) ni una sola vacuna para inmunizar a su población. Es decir que la Argentina hoy está entre los poco más de 60 países del mundo que están inoculando a su población.
Analizar el vínculo entre vacunas y geopolítica es abordar la desigualdad. La economía política subyacente a un recurso tan escaso como codiciado revela, de modo concreto, las diferencias de acceso que existe entre los países potencia y los periféricos.
Por un lado, los poderosos que producen las propias y acaparan buena parte de los recursos para inmunizar a sus poblaciones; por otra parte, los marginales, cuyos gobiernos pujan –con pocas alegrías y mayoría de sinsabores– entablar negociaciones con farmacéuticas que, en sus contratos, prometen más allá de sus posibilidades. En el medio, una propuesta como Covax (promovida por la OMS para reducir la inequidad en el acceso) que marcha, despacio, hacia el fracaso porque los países centrales erosionan la iniciativa.
En este marco, se vislumbran dos salidas: una de mayor dependencia, que se vincula con que el país, previa liberación de una patente por parte de alguna corporación biotecnológica (situación utópica si la hay), pueda comenzar a producirla a nivel local.
La otra involucra cuotas de mayor soberanía: que los equipos científicos locales avancen hacia una tecnología autóctona. Lleva tiempo, pero es una apuesta de mediano plazo: En la Argentina, aunque aún se encuentran en fase preclínica, hay desarrollos de vacunas propias, y de acuerdo a lo planificado podrían comenzar las pruebas en humanos a partir del año próximo.
Para comprender la dinámica del reparto mundial, la liberación de las patentes y las posibilidades que se abren a mediano plazo, Página/12 dialogó con dos especialistas. Darío Codner es físico y desde hace años se especializa en transferencia tecnológica; Sonia Tarragona es economista y actualmente está al frente de la Jefatura de Gabinete del Ministerio de Salud de la Nación.
Una desigualdad que enferma
La distribución equitativa de las vacunas es algo que se discute desde hace meses, cuando todavía no había ninguna aprobada ni mucho menos siendo aplicada. “No es casual que, en el presente, aquellas naciones que tienen a cargo su producción sean las que cuentan con las tasas más altas de aplicación. Me refiero a potencias como Estados Unidos, Reino Unido, China, Corea, Alemania e incluso India, que en el rubro es muy fuerte. Era evidente que así sucedería: aquellos que las fabrican son los que más distribuyen en sus poblaciones”, señala Darío Codner, secretario de Innovación y Transferencia Tecnológica de la Universidad Nacional de Quilmes.
La desigualdad en el acceso es palpable, en la medida en que apenas una decena de países concentra casi el 80% de las dosis. “El mundo está en alerta por este tema. En España, por caso, un grupo de científicos y académicos se organizaron para manifestar su preocupación al respecto de la distribución. Ni hablar de lo que sucede en Sudamérica o en África”, sostiene Codner.
“El tema es que, a la larga, será insostenible: es un virus y para frenar la propagación hay que inmunizar a la población mundial. Muta tan rápido que llevará al cierre intermitente de fronteras y a una división social, donde los que mejores condiciones tengan estarán inmunizados y el resto no. Se parece a una película de ciencia ficción, pero no lo es tanto”.
El reverso de la concentración y el acaparamiento de los recursos es la incertidumbre: cuando las reglas de juego se dictan en otras latitudes, lo que resta es esperar.
La dinámica de la desigualdad se expresa en términos de opuestos: a la riqueza absoluta, se opone la pobreza absoluta; casi que no hay lugar para matices. Más de 130 naciones, en 2021, no recibirán ni una sola vacuna para combatir el coronavirus.
“En el presente, solo somos sesenta y pico de países los que tenemos la tremenda fortuna de poder estar vacunando”, apunta Sonia Tarragona.
“Se suele criticar a los más adelantados que tienen a cargo la producción de las vacunas por inocular primero a sus ciudadanos y luego, una vez que están todos protegidos, distribuirla al mundo. Pienso que nosotros, si tuviéramos la posibilidad, haríamos lo mismo. Antes de sacarlas afuera atenderíamos a nuestra población. Es un comportamiento natural, si no fuera de ese modo, nuestro propio Congreso nos impediría exportarlas”, explica la referencia en el área.
“Es muy ingenuo mirar solo lo que le sucede a Argentina, este es un asunto mundial. Estamos atravesando un contexto en que el bien más escaso del mundo, tiene la menor oferta y la mayor demanda de la historia”, afirma.
En el planeta, las farmacéuticas suelen producir entre 400 y 500 millones de dosis de vacunas al año, y hoy la demanda las obliga a cuadriplicar la elaboración de vacunas para frenar la pandemia. Menudo desafío. “Afortunadamente comenzamos las negociaciones con Gamaleya, que es un Estado y no una empresa. Porque las que más incumplen sus contratos son las empresas”, subraya la funcionaria.
La liberación de patentes
Las patentes sirven para otorgar propiedad privada o pública sobre una tecnología. Los Estados son los encargados de decidir si abren o no una patente para que, luego, los laboratorios del resto de las naciones puedan realizar su propia producción.
A mediados de los ochentas se iniciaron las conversaciones entre los referentes de los diferentes países en el seno de la Organización Mundial del Comercio que condujo, finalmente, a los Acuerdos sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio (1994) para establecer parámetros internacionales y regular la propiedad intelectual.
Desde esta perspectiva, Codner comenta: “Una cosa es liberar una patente y otra muy distinta es su transferencia: existe un trabajo muy arduo que implica enseñar a otros todo lo que necesitan saber para llegar a buen puerto. Hace falta tener recursos humanos formados e infraestructura”.
En algún punto, liberar una patente de una vacuna es como liberar la fórmula de una gaseosa. Es clave, pero no alcanza para producirla y fabricarla en masa de inmediato. “El hecho de liberar las claves del manual de uso para hacer una vacuna no implica que todas las naciones del mundo tengan las capacidades de hacerlo. Brasil y Argentina podrían hacerlo, pero quizás otras como Bolivia o Uruguay no. En una situación de pandemia, cuantos más centros productores haya, más posibilidades de salir de esta situación habrá”, explica. En el presente, la producción está concentrada en muy pocos países y, para colmo, se stockean: compran muchas más dosis de las que necesitan. Las vacunas se convirtieron en un activo estratégico nacional, por ello, para que el escenario sea más equitativo, se debe distribuir la capacidad productiva, un riesgo para las biotecnológicas que hoy se apoderaron del negocio.
Tarragona insiste en el eje de la complejidad que implica copiar una vacuna. “Ante la liberación de una patente, una nación puede contar con la posibilidad sin tener la capacidad de producir la vacuna, o bien, puede suceder al revés, tener la capacidad pero que la patente lo haga inaccesible”. Siguiendo con su razonamiento, plantea: “La capacidad está asociada a una opción mucho más tecnológica y productiva.
Aun cuando te permitan copiar, hay que ver si efectivamente podés replicar esa tecnología. Evaluar si contás con los equipos, los recursos humanos, las inversiones, la planta, la chance de producir en serie y de hacerlo rápido”. De este modo, si mañana se liberaran las patentes, aquellos países que así lo desearan no podrían, inmediatamente, producir la vacuna.
Un ejemplo, en un ejercicio de maginación: ¿qué ocurriría si Pfizer el mes que viene libera su fórmula? Argentina cuenta con dos plantas productoras, Sinergium Biotech y mAbxience. Podría analizar la posibilidad de fabricar la nueva vacuna, pero para ello debería suspender toda su producción actual y reemplazarla por la nueva. Algo que llevaría mucho tiempo.
¿Por qué? Porque no se utilizarían los mismos equipos, recursos humanos, insumos ni procesos productivos. Debería además intervenir la autoridad regulatoria, certificar la calidad del proceso productivo nuevo, garantizar las normas de seguridad y bioseguridad, y autorizar la modificación de la actividad.
“Todo eso no es automático, por eso, me llama tanto la atención cuando se hace este planteo de expropiar mAbxience para quedarnos con las vacunas. Es de una simpleza que preocupa, no se le puede dar curso a una idea semejante”, opina Tarragona.
Las perspectivas a mediano plazo
El Sars CoV-2 es un virus que llegó para quedarse: la industria farmacéutica lo sabe y los Estados también. De hecho, aunque la propagación se atenúe en unos meses por efecto del avance de la vacunación, la inmunización contra la Covid, posiblemente, se incorpore al calendario obligatorio, tal y como ya están advirtiendo muchos especialistas. En este marco, aunque la liberación de una patente no es un acontecimiento que podría ocasionar transformaciones inmediatas, sí podría traer efectos benéficos a futuro.
“Ningún empresario del mundo pone una fábrica de cero para producir vacunas si antes no le liberan la patente. Luego arrancaría la transferencia de tecnología; hay múltiples cuestiones técnicas y científicas específicas que hay que saber hacer. No es una receta de cocina, es bastante más complejo que preparar una torta de cumpleaños.
El desarrollo de una copia de cualquiera de las dosis que hoy se aplican lleva tiempo. Sin embargo, en un año y medio, si se liberaran las patentes, todas las naciones que así lo desearan podrían comenzar a invertir y analizar el escenario de posibilidades ciertas para la producción”, analiza Tarragona.
Argentina no solo cuenta con las capacidades para eventualmente producir una vacuna en el futuro sino que ya lo hace, pues produce la fórmula de Oxford/AstraZeneca. El laboratorio mAbxience, de Hugo Sigman, fabrica la sustancia activa que luego envasa México (el laboratorio Liomont).
“Entre Argentina, Brasil y México podrían abastecer a toda la región sin problemas, pero hay un juego geopolítico liderado por compañías que dominan el mundo. Argentina es una singularidad en el planeta porque cuenta con una industria farmacéutica local que abastece a más del 50% de las necesidades domésticas de medicamentos. Como hasta el 2000 no hubo una adhesión explícita a la ley de patentes de medicamentos, se facilitó el negocio de privados y provocó que el empresariado local mantuviera su negocio sin que las gigantes farmacéuticas absorbieran sus activos”, describe Codner.
Es vital, en este sentido, estrechar los lazos de cooperación, sobre todo con las naciones vecinas: “En un marco como este, la cooperación es económicamente más rentable que la competencia. Habría que ir hacia un acuerdo internacional de transferencia tecnológica para resolver situaciones tan cruciales como esta que ponen en juego la salud y la estabilidad de todo el planeta. Si las vacunas transforman el mundo, es fundamental que su acceso equitativo esté regulado a partir de pactos políticos globales”, completa el secretario de Innovación y Transferencia Tecnológica de la UNQ.
Apoyo a las vacunas criollas
La otra salida, a mediano plazo, es robustecer el apoyo económico a los tres grupos de científicos del Conicet que, a partir de diversas líneas de trabajo, se hallan detrás de un desarrollo vacunal autóctono: la Universidad del Litoral, la Universidad Nacional de San Martín y la Universidad Nacional de La Plata. En todos los casos, las investigaciones están en fase preclínica y podrían comenzar las pruebas en humanos a partir del año que viene, si todo sale según lo planificado.
El Gobierno nacional, a través de la «Unidad Coronavirus» –integrada por el Ministerio de Ciencia y Técnica, la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación y el Conicet– anunció recientemente que financiará la etapa actual de los ensayos con 250 millones de pesos. El financiamiento será a través de fondos del BID y un refuerzo otorgado por la Jefatura de Gabinete de Ministros.
«Estamos poniendo en marcha estos proyectos para ir a un territorio donde, posiblemente, nunca antes llegó la promoción en ciencia y tecnología, el apoyo a proyectos de vacunas», destacó el presidente de la Agencia, Fernando Peirano.
Seguro llevará tiempo, pero elesfuerzo vale la pena: la ignorancia es cara, pero la ciencia también.