Luchando contra las enfermedades de la pobreza
En el siglo XXI, los efectos de una enfermedad siguen dependiendo del país en el que se ha nacido. Existe una brecha de inequidad entre los países ricos y los países pobres. Aunque hay ciertos progresos en cooperación al desarrollo de la medicina y la investigación, éstos son lentos y todavía muy mejorables. En el podcast de Cerebros sin fronteras de esta semana, Pere Estupinyà entrevista a Elisa López, pediatra e investigadora en el área de Tuberculosis/VIH del ISGlobal, actualmente destinada en Mozambique.
Desigualdad en investigación
“Todavía hay mucha desigualdad respecto a dónde estamos poniendo los fondos de investigación”, aclara Elisa. “El 90 % de los fondos de investigación se dedican al 10 % de las enfermedades”. Es la famosa brecha del 90/10.
Y eso que la medicina no deja de progresar. Sin embargo, “hay que enfocar el progreso a donde realmente están las muertes”, señala López. Y esas muertes están en enfermedades infecciosas como la tuberculosis, el VIH, la malaria y, ahora, también la COVID-19.
“Yo espero que el COVID haya ayudado a que la gente entienda que las enfermedades infecciosas siguen siendo todavía una amenaza para los países desarrollados y los no desarrollados. Que hay que hacer esfuerzos globales, porque erradicar una determinada enfermedad solamente en una ciudad o en un país no sirve. En el caso de la tuberculosis o del VIH, o es un avance global, o no conseguiremos realmente un progreso significativo”.
La Covid en África
La COVID-19 ha puesto de manifiesto muchas cosas. También las desigualdades en los sistemas de salud a lo largo del mundo. Así, “cuando partimos todos de condiciones relativamente iguales, estamos yendo a dos epidemias: la epidemia de países muy vacunados -con menos transmisión, con menos mortalidad y con más herramientas- y la de otros donde hay tasas de vacunación del 2 %, pocas herramientas diagnósticas, pocos fármacos y poca capacidad de tratar esos casos graves”, dice Elisa López. Es una brecha “que se va a ir acentuando”.
Interacción biológica
En África, la COVID-19 ha afectado también a enfermedades como la malaria, la tuberculosis o el VIH. “En los servicios de tuberculosis se habla de una disminución en los diagnósticos de por lo menos un 20 %”. Una cifra muy elevada, porque “el retraso diagnóstico, en algunos casos en niños, implica mortalidad”. También en VIH se han observado más dificultades para “dar acceso a medicamentos y un retraso en el diagnóstico. Los pacientes no se acercaban al centro de salud por miedo o porque estaba cerrado o porque el propio sistema estaba colapsado”.
Además, se empieza a ver que “hay interacción biológica”. Los primeros informes sobre VIH y COVID que se publicaron en Europa sugerían que el VIH no aumentaba la mortalidad. Sin embargo, ahora que se dispone de más datos, parece que “hay un aumento de mortalidad por COVID, en los pacientes que tienen VIH, de por lo menos un 20 %. Y lo mismo con la tuberculosis. Un paciente con tuberculosis tiene probablemente más riesgo de tener COVID y de que esta COVID sea más severa”.
La vacuna contra la malaria
Pero la investigación y la cooperación también están dando algunos frutos. Recientemente, se ha aprobado la primera vacuna contra un parásito, el Plasmodium falciparum, causante de la malaria. Es el resultado de dos décadas de investigaciones. Aunque será difícil de implantar (se necesitan cuatro dosis) y su eficacia no es la óptima, científicamente “es un avance único”, porque “el hecho de tener una vacuna de un parásito ya quiere decir que es factible hacerlo”, dice Elisa López.
En cuanto a los resultados, la vacuna también es un gran logro: “La OMS dice que este tipo de avance puede reducir hasta 10.000 casos por año de malaria grave. Eso es mucho”. Además, “estamos hablando de una eficacia de un 20 % en cuanto a reducción de mortalidad, con lo cual la vacuna en sí misma es uno de los logros más importantes”. La Organización Mundial de la Salud recuerda que la malaria mata anualmente a 260.000 niños menores de cinco años en el África Subsahariana.
Aunque queda mucho por hacer y las dificultades y soluciones están más allá de la ciencia -son políticas, económicas y de desarrollo-, esta especialista en salud pública tiene claro que está dónde quería estar, haciendo lo que deseaba hacer. “Yo animo a los jóvenes investigadores a hacer este tipo de investigación donde se puede juntar la excelencia académica con hacer cosas que sean innovadoras y a la vez muy cercanas y muy aplicadas”.