¿Por qué odiamos la política? Y por qué esto también es política

11-07-2025
Política
Ojalá, República Dominicana
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Nos han enseñado a descartarlo todo, a odiarlo todo, a tomarlo todo o quedarnos con nada. Y es precisamente la razón por la que se hace necesario hablar sobre nuestra relación con la política, o, mejor dicho, la falta de relación con ella.

Sinceramente, ¿quién no ha sentido alguna vez que la política es como un club exclusivo que no admite nuevos miembros? Como si la política estuviera diseñada para que no la entiendas, para que te canses, para que no te metas. Un lenguaje frío, codificado y cargado de protocolos eternos. La perfecta obra de teatro, y tú ocupando un lugar en la última fila, sin micrófono, sin libreto y sin derecho a decir una sola línea.

Pero, ¿qué es lo más político de todo esto? La apatía.

¡Sí! La apatía es política.

Cuando decimos “no me interesa la política”, estamos tomando una posición política.

Estamos diciendo, entre muchas otras cosas, que no nos sentimos representados, o que no creemos en el sistema. Y eso es una declaración política en sí misma. Una mentira cómoda que muchos prefieren abrazar para no asumir que sí, vivimos metidos hasta el cuello en lo político.

Porque no hacer nada también es hacer algo. No elegir también es elegir. No participar tiene consecuencias. La apoliticidad es una ilusión.

La política está en todas partes, no empieza ni termina en el Congreso. Está en cómo vives tu día a día, en las razones de por qué algunos tienen acceso a servicios de salud de calidad y otros no, en por qué una madre trabaja doce horas y no le alcanza, y en la realidad de que muchos tengan que elegir entre estudiar o trabajar para sobrevivir y otros tengan todo esto garantizado.

Eso es político, porque todo eso es producto de decisiones. Y las decisiones no se toman solas: las toma alguien, y muchas veces sin ti. La política también está en lo íntimo.

En tus relaciones, en cómo se reparten las tareas del hogar, en cómo se educa, en quién tiene el poder en una conversación. La política atraviesa todo, incluso aquello que creemos neutral.

Porque en una sociedad atravesada por jerarquías, privilegios y desigualdades, nada es neutral.

Cuando alguien dice “yo no me meto en política”, lo que está diciendo sin saberlo es: “acepto el mundo tal y como es”. Es un acto de rendición disfrazado de indiferencia, y muchos creen que hasta de valentía.

Cuando eliges no incomodar, no preguntar, no exigir, dejas que otros tomen el control. Y esos otros, casi siempre, no están pensando en ti.

La política moderna ha logrado algo muy astuto: hacernos creer que no vale la pena involucrarse. Nos quieren lejos.

Nos prefieren ocupados, distraídos, entretenidos y divididos. Mientras más fragmentados estemos, más fácil es que nos gobiernen sin rendir cuentas. Mientras más indiferentes seamos, más cómodo es el poder.

Pero también hay una trampa: nos enseñaron que la política es solo votar, y no. Votar es apenas una mínima parte. La verdadera política se hace todos los días. En la forma en que consumes, en lo que denuncias, en lo que compartes, en lo que callas.

La política está en el contenido que ves, en cómo usas tus redes, en la causa que decides apoyar y también en la que decides ignorar.

Y aquí va lo importante: todos estamos haciendo política, incluso cuando creemos que no. La diferencia está en quién la hace conscientemente… y quién la hace dormido.

La apoliticidad no es una opción. Mientras tú no hablas, otros hablan por ti. Mientras tú no decides, otros deciden por ti. Así que, en lugar de alejarnos de la política, debemos involucrarnos más. Porque reclamar lo político también es reclamar lo humano.