La cocaína en la política norteamericana
El presente artículo fue escrito por Juan Bosch el 03 de junio de 1988 y apareció en el número 99 de la revista Política: Teoría y Acción, órgano del Comité Central del Partido de la Liberación Dominicana.
De allí lo ha tomado ojala.do para compartirlo con sus seguidores porque, a pesar de que han transcurrido casi cuarenta años de su publicación, este trabajo mantiene toda su vigencia porque los gobiernos de los Estados Unidos han continuado desde entonces cometiendo los mismos errores que refiere Bosch en este trabajo en el tratamiento del problema del tráfico de drogas.
El peor de todos, creer que la fiebre está en la sábana y no en el enfermo, que son los millones de ciudadanos estadounidenses consumidores de drogas quienes constituyen un mercado fabuloso. Hoy el problema es aún mayor y los errores siguen siendo los mismos y peores. He aquí el artículo del Maestro:
Los funcionarios del gobierno estadounidense, incluyendo entre ellos al presidente de la República y los miembros de su Gabinete, a los senadores y representantes (diputados), a los jueces federales, a los jefes del Departamento Anti-drogas (DEA) y a los directores de los diferentes servicios policiales, incluyendo al F.B.I., vienen librando hace tiempo lo que podríamos llamar la Guerra de la Cocaína que se lleva a cabo en varios terrenos, pero sobre todo en el de la publicidad, pues no hay día en que los periódicos, las estaciones de radio y la televisión no den noticias, y con frecuencia más de una, de algún aspecto de esa guerra. La última, contando como fecha de su salida el día en que se escriben estas líneas, se refiere a la solicitud hecha al Pentágono por congresistas y por el presidente Reagan para que las Fuerzas Armadas se involucren en esa tenebrosa contienda.
Eso quedó expuesto por el senador Ted Steven al decir que los militares de Estados Unidos “tienen que darse cuenta de que el pueblo norteamericano quiere su ayuda.
Hay una guerra en contra de nuestro pueblo, la guerra de las drogas, y necesitamos que los militares nos ayuden en esta guerra”; y un cable de la AP, fechado en Washington el día 27 de marzo, afirma que la Cámara de Representantes por 385 votos contra 23 y el Senado por 83 contra 6 aprobaron una solicitud del presidente Reagan para que las Fuerzas Armadas tomen las medidas destinadas a evitar la llegada de drogas a territorio norteamericano.
En Estados Unidos hay varios cuerpos de Policía: los de cada ciudad o municipio, los rurales o de condados, la Policía del Tesoro, el F.B.I., y por lo visto ninguno de ellos ni todos juntos han podido ponerle coto a la entrada de cocaína en el país, y lo que es más grave, a su comercialización, actividad en la que intervienen millones de personas divididas en distribuidoras, transportadoras, vendedoras y compradoras.
De estas últimas dicen las encuestas, según lo afirma William F. Buckley Jr. “que 90 millones de estadounidenses han experimentado con drogas”, y si de experimentadores bajamos a usuarios tenemos que admitir que por lo menos la mitad de esa cantidad son consumidores, lo que supone la existencia de un mercado seguro y rico para los traficantes de la cocaína.
El lector puede deducir lo que en el aspecto económico significa ese mercado de un dato que ofrece Buckley Jr. “El valor de 32 onzas de cocaína”, dice él, “es de unos 100 mil dólares”, de manera que, si 45 millones de drogadictos se limitaran a consumir cada uno sólo 32 onzas del polvo maldito por año, el mercado comprador norteamericano sería de 4 mil 500 millones de dólares anuales, y eso significa 45 mil millones en diez años.
La existencia de ese fabuloso mercado de compradores de cocaína tiene anonadados a los políticos y funcionarios públicos norteamericanos a tal punto que no aciertan a darse cuenta de que el mal no está en la sábana sino en el enfermo, como dice un conocido refrán de nuestra lengua, y el enfermo en este caso es el pueblo estadounidense que se ha habituado a ingerir cocaína para amenguar las fuertes tensiones a que está sometido, tensiones que son producidas por el tipo de sociedad en que vive.
Quiénes son los Consumidores
Involucrar al Ejército estadounidense en la lucha contra la droga sería una violación a una ley de 1878 que prohíbe a los militares hacer cumplir las leyes civiles, y sin embargo eso se proponen hacer el gobierno y los políticos norteamericanos con olvido de que el sistema que rige la vida de su país mantiene como uno de sus fundamentos el principio de que la economía se rige por una ley que en el mundo de los negocios cumple todo el mundo.
Esa ley es la que relaciona a la oferta con la demanda, que se aplica en el mundo capitalista llevando a un lugar dado el o los productos que consumen los pobladores de ese lugar, o, dicho de otra manera, satisfaciendo con la aportación de una mercancía dada lo que demanda un mercado consumidor, y en el caso de la cocaína, ese mercado es el de Estados Unidos.
Lo es a tal grado que él solo consume más de esa droga que todos los demás países juntos a pesar de que su población es apenas el 5 por ciento de la mundial.
Ese enorme mercado consumidor de cocaína fue creado en los últimos años de la guerra de Viet Nam por traficantes de la droga que no procedían de Colombia ni de ninguna parte de la América española. En esos tiempos la cocaína llegaba a Estados Unidos precisamente de la península Indochina, desde donde era enviada a Europa, y de ahí, por la vía de la llamada Conexión Marsella, llegaba a Norteamérica.
Las denuncias de los envíos de la droga aparecían con frecuencia en noticias que ponían a circular internacionalmente las agencias de prensa, y se sabe que de esos envíos se usó una parte en crear el mercado estadounidense de la cocaína, precisamente de ése que ahora abastece el llamado Cartel de Medellín.
De tal creación tuvieron conocimiento las autoridades norteamericanas y no movieron un dedo para ponerle fin a tan temible actividad.
¿En qué consistió esa actividad?
En proporcionales a niños de edad escolar, gratuitamente, cantidades de cocaína que eran mínimas para no provocar alarma, pero suficientes para hacer de tales niños consumidores de la droga de por vida.
Las noticias de ese crimen —porque hacer de un niño un drogadicto es un crimen —se esparcieron por todas partes, pero nadie se ocupó de perseguir a los autores de tal monstruosidad, y el resultado del trabajo de los traficantes de la cocaína prosperó con los años al ritmo al que crecían los niños enviciados y en las cantidades de amigos y relacionados de esos niños que cuando llegaron a ser jóvenes propagaban las falsas bondades del polvo maldito.
La creación, el mantenimiento y la ampliación de un mercado de drogadictos debía necesariamente provocar una respuesta que procedería de países extranjeros porque en Estados Unidos no se conocía el árbol de la coca, de cuyas hojas se extrae la cocaína, y sin coca no puede hacerse cocaína.
Esa respuesta era inevitable debido a que, a demanda de una mercancía, cualquiera que ésta sea, provoca su creación y oferta a menos que el poder del Estado se interponga entre el que la vende y el que la adquiere, y en ese caso la intervención del Estado debe ser doble pues se trata de que la mercancía llamada cocaína es a la vez un agente destructor de la salud de quienes la usan y un contrabando que beneficia económicamente y de manera ilegal a quienes la venden; y sucede que las autoridades norteamericanas persiguen sólo a los últimos, no a los consumidores, que son los ciudadanos de Estados Unidos.
Los Errores Cometidos
Si los drogadictos norteamericanos supieran que el uso de la cocaína sin que esté autorizado por disposición de médicos es un delito castigado con años de cárcel, los que se arriesgarían a pasar esos años en presidio serían los inevitables anormales que se hallan en toda sociedad humana, y su número quedaría reducido a tales extremos que los suplidores de cocaína pasarían a ser algunos pocos traficantes aislados en vez del poderoso Cartel de Medellín cuyos miembros acumulan beneficios de miles de millones de dólares.
Si aniquila hasta llevarlo a su desaparición el mercado consumidor de la droga, que está formado por millones de ciudadanos norteamericanos, el gobierno de Estados Unidos no tendría necesidad de pedirle al Pentágono que les haga la guerra a los que llevan la cocaína a su país porque en el mundo capitalista sólo se exponen a perder dinero los tontos y los que no conocen los hábitos comerciales que se aplican lo mismo para hacer negocios vendiendo alimentos que vendiendo drogas.
En el tratamiento del problema de la cocaína el gobierno norteamericano viene cometiendo errores desde hace tiempo.
El primero de esos errores fue no cortar en seco la creación del mercado de la droga cuando empezó a ser creado enviciando a niños escolares de las ciudades más importantes del país; el segundo ha sido tolerar el mantenimiento y la expansión de ese mercado que era fácil de disolver con la aprobación y aplicación de una ley severa que llevara a presidio a toda persona sorprendida haciendo uso en territorio de Estados Unidos de la droga maldita llamada cocaína, y para localizar a los violadores de esa ley el Estado norteamericano dispone de excelentes servicios policiales.
Pero en vez de enfrentar el problema que aqueja a millones de personas, el gobierno y los políticos estadounidenses se han dedicado a perseguir a los suplidores de la droga, principalmente fuera del territorio norteamericano, sin tomar en cuenta que los comerciantes de ese veneno son económicamente poderosos en sus países y dondequiera que circule el dólar, y los que disfrutan de ese poder hallan siempre protección de gente poderosa; y aplicando esa persecución han cometido otros errores graves: uno ha sido echar la responsabilidad de esa persecución sobre algunos gobiernos hispanoamericanos como lo dejó dicho el vicepresidente George Bush, quien, en un discurso pronunciado recientemente en Newark, New Jersey, dijo que si es electo presidente “propondrá a los presidentes latinoamericanos reunirse en una cumbre hemisférica para acelerar la guerra a muerte contra el narcotráfico”, y llegó más lejos al proponer la formación de una fuerza militar internacional para llevar adelante la lucha contra los estupefacientes.
Día tras día, como está dicho en el párrafo inicial de este artículo, se habla de la Guerra de la Cocaína en los periódicos, en las estaciones de radio y de televisión; se trata de una publicidad muy costosa que está mantenida en una forma o en otra por el gobierno de Estados Unidos, y sucede que en varias dependencias de ese gobierno hay expertos en publicidad que de ser consultados por sus superiores habrían dicho que la propaganda contra la cocaína es contraproducente porque son muchos los millones de personas, sobre todo de jóvenes, hombres y mujeres, que en todos los países de la Tierra imitan lo que se hace en Norteamérica, aunque se trate de algo tan dañino y peligroso como usar un estupefaciente llamado a perturbar las facultades mentales de quienes lo ingieren.
La propaganda que se le hace a la persecución de la cocaína es otro, y quizá el más grave, de los varios errores que en relación con el uso de esa droga vienen cometiendo desde hace años las autoridades y los políticos de América del Norte.
3 de junio, 1988.