Hablando como los locos…

17-07-2025
Política
Ojalá, República Dominicana
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Hablando como los locos, me llegó como recuerdo, con la misma vigencia del pasado, ahora hasta con el Senasa.

Con el permiso de los invitados:

La belleza de la música aumenta exponencialmente cuando los acordes de los ejecutantes están sincronizados, llevándonos a un viaje placentero por el mismo centro del universo, que, según muchos, junto con la matemática, es el idioma común de toda la naturaleza.

Así, una orquesta sinfónica está compuesta por una serie de elementos perfectamente integrados para el buen desempeño colectivo.

Tiene cinco secciones instrumentales agrupadas por familias, relacionadas por la similitud del sonido que proyectan: percusión, viento, teclado, metales y cuerdas.

Para lograr la sincronización perfecta, además del director —responsable último del pulso musical y del ritmo métrico— intervienen otros protagonistas de la ejecución: el director musical, el concertino y los jefes de sección, también llamados líderes o primeras sillas.

Son estos quienes marcan entradas y salidas, ejecutan solos, y cuidan de los detalles técnicos que garantizan la magnificencia de la obra.

De forma similar a una orquesta, se supone que debe funcionar un gobierno, con una dirección clara y una ejecución coordinada.

Pero, más allá de las buenas intenciones del director (que, como advertía San Bernardo de Claraval, son el empedrado del camino al infierno), los músicos andan por la libre: unos tocando a Chaikovski, otros a Vivaldi, unos pocos a Mozart, algunos un merengue apambichao, y la mayoría, desgañitados a ritmo de dembow.

Una verdadera ensalada sonora que nos retrotrae a una sociedad de principios de los años 90.
¿La novedad? Que, después de cinco años, los culpables siguen siendo “los otros”.

— Que si el 911 es ya el 423: la culpa es de los otros.
— Que si no hay medicinas y los hospitales son almacenes de cuerpos: la culpa es de los otros.
— Que si la comida está por las nubes (de Hiroshima): la culpa es de los otros.
— Que si la criminalidad rebosa por los cuatro costados: los otros son los culpables.
— Que si la inmigración está desbordada y amenaza con dejarnos sin nación: la culpa es de los otros.
— Que si ya casi no hay bosques ni ríos: los otros, otra vez.
— Que si el narco está protegido y mandando: culpa de los otros.
— Que si la educación está por la cañada de los potreros (y con tanta inversión, cada muchacho debiera ser físico nuclear): los otros son los culpables.

Pero donde se le puso la tapa al pomo —y por lo cual no puedo quedarme callado, porque hacerlo sería ser cómplice— fue hoy, cuando un funcionario del sector eléctrico, hablando de los apagones, declaró con tono profesoral y cara de sabihondo:
“El problema de la luz es del otro partido. Prometieron arreglarla desde 2012 y no pudieron. Nosotros sí la estamos arreglando.”

¡Anda pal sirete! ¡Qué maldito descaro! Con eso, abrió el hueco donde caben el ataúd y la lápida del atortojamiento del pueblo.
¡Carajo!

Un gobierno que ha buscado préstamos de tal magnitud, con los que se podrían haber construido de porcelana china todos los edificios públicos del país.

Que pudo haber importado media Amazonía y asfaltado con poliéster cada carretera nacional.

Y lo peor: nadie dice nada. Todos creen que ayudan al director callando. Piensan: “¡Que se joda!”.
Pero esos no creen ni en el presidente, ni en el país. Y han olvidado que la crítica y la autocrítica son las mejores formas de enmendar entuertos.

Yo, por mi parte, todavía creo en la destreza del director.
Pero estoy a punto —¡pero a punto!— de dejar de corregir y de pedirle cuentas solo a los músicos.
Estoy al borde de pensar que lo que hay que hacer antes de que se nos joda el país entero, es cambiar al mismísimo director…
Antes de que los musicólogos nos terminen de dañar la fiesta.
Asdrovel T.
Boston, MA.