El fin de la abundancia
lo tienes todo y, de repente, todo cambia. En Europa la sensación es de cambio de época. Lo que ayer parecía ridículo hoy es evidente. Lo que ayer era imposible hoy es lo natural. Se empieza a hablar de racionamiento, disfrazado de “medidas de ahorro”. Se nacionalizan empresas estratégicas – en muchos casos para socializar pérdidas-. Se comienza a decir en las más altas instancias que este invierno será muy duro. Y, de repente, en pleno Consejo de Ministros, el presidente francés, Emmanuel Macron, le pone palabras a este momento axial, y con gesto compungido, declara “el fin de la abundancia”.
El fin de la abundancia. Nada menos. El trasfondo de semejantes declaraciones es gigantesco y los porqués de las mismas vamos a padecerlos en unos pocos meses, pero… ¿Qué pensaran de las palabras de Macron millones de trabajadores que viven con lo justo? ¿Dónde estaba esa abundancia que ahora nos dicen que ha acabado?
Para la mayor parte de la clase trabajadora de los países occidentales la renta real ha ido disminuyendo sin cesar desde los años ochenta del siglo pasado. La historia de la clase media europea en las últimas décadas de neoliberalismo y desregulación financiera ha sido una de progresivo empobrecimiento. Una en la que la mayor parte perdíamos poder adquisitivo para sostener el obsceno beneficio de unos pocos. Y ahora nos dicen que se acabó la abundancia.
Se acerca el otoño. Sí, el astronómico, pero también El Otoño de la Civilización, del que tantas veces hemos hablado –anticipándonos a nuevas excusas que ahora se usan para tratar de tapar la luna con un dedo–. Ese momento en el que habrá que tomar decisiones difíciles para evitar un Invierno letal y perpetuo y poder llegar así a una nueva Primavera en la cual una sociedad realmente sostenible pueda florecer sin dañar las ya maltrechas bases de la Vida.
Antes de atravesar ese Otoño, lo hemos repetido hasta la saciedad, antes de que la escasez de recursos y la crisis ambiental nos abrumen, tenemos que prepararnos, haciendo acopio de lo imprescindible, cambiando los modos de producir para priorizar el bienestar general por encima del beneficio particular y, sobre todo, repartiendo mejor, entendiendo que, o nos salvamos la gran mayoría, o pereceremos como Civilización. Es algo estudiado en profundidad y conocido: una sociedad desigual se deshilacha y desangra entre las brechas que permite en su seno. La clave de una sociedad que se sostiene está en la fortaleza de la base, no en la aparente brillantez que se puede contemplar desde su cima.
Durante años, desde cientos de lugares, se ha explicado lo evidente: que el planeta es grande pero no infinito, que estábamos chocando contra sus límites biofísicos. Hemos acumulado evidencia científica de que el clima se desbocaba –como ahora ya estamos padeciendo–, de que faltarían recursos incluso para mantener las cosechas, de que la inflación destruiría a la clase media. Nos cargábamos de razones para decir que hacía falta parar, que hacía falta repensar, que debíamos emprender un nuevo rumbo: que necesitábamos decrecer, sí. Pero durante todo este tiempo, nuestros líderes políticos y económicos nos han ignorado. Han preferido seguir escuchando los cantos de sirena del poder económico a los cientos de académicos, divulgadores, activistas o simplemente gente concienciada que hemos repetido una y otra vez la evidencia de que un mundo finito no podía albergar ambiciones infinitas. La posibilidad de un decrecimiento fue ridiculizada y ninguneada (a veces, con mala leche, confundida torticera y deliberadamente con propuestas apocalípticas del fin del mundo). El clásico difama, difama, que algo queda.
Pero dejemos el pasado y volvamos a la escena inicial: ¿qué nos está diciendo Macron con la cabeza gacha y rehuyendo la mirada? Lo que nos está diciendo es que el experimento neoliberal, que nos ha atenazado desde el There is no alternative de Thatcher y Reagan de principios de los años 80, ha fracasado. Ha fracasado estrepitosamente. Y ha fracasado porque no hay gas suficiente, no hay diésel, fallan las cosechas por la combinación de un cambio climático desbocado con la falta de fertilizantes, y encima, a la Francia muy nuclear y mucho nuclear, le falla su núcleo: en este momento, 31 de las 57 centrales nucleares francesas están paradas, y la mayoría lo estará por largo tiempo. El invierno del 2022 será durísimo en Francia, el país que dio origen a las ideas decrecentistas. El modelo del crecimiento infinito en un planeta finito no podía funcionar, y no ha funcionado. Pero la mirada de Macron dice más, mucho más. Está diciendo: “Y esto va a recaer sobre vuestras espaldas”.
Ninguno de nuestros líderes quiere reconocer la verdad. Le echan la culpa de todo a “la guerra en Ucrania”, cuando a finales del 2021 la crisis energética mundial ya era evidente, cuando ya comenzaba a haber problemas de suministros de todo tipo y aumentos de precios fuera de toda lógica.
Y respecto a la crisis climática, qué decir. Se ha ido gestando durante décadas y décadas. Nuestros líderes no quieren reconocer que su único plan de gobierno, el crecentismo –la inercia de los negocios como siempre– está fracasando estrepitosamente y causando dolor y sufrimiento en todo el mundo.
Porque en este momento hay revueltas en decenas de países por el precio de la energía y de los alimentos, pero eso no sale en los telediarios. Nos dicen cínicamente que todos los problemas del mundo, incluso los que comenzaron en 2021, son debidos a la guerra de Ucrania. Tanto si Australia prohíbe la exportación de carbón para evitar apagones en Sídney como si la multitud asalta dos veces el parlamento de Irak. Tanto si queman panaderías en Irán como si los panaderos de Nigeria se declaran en huelga por falta de harina. Tanto si falta diésel en el norte de Argentina como si lo hace en el norte de Alemania, en Austria o en la costa este de los EE.UU.
Lo que Macron –aunque hay que reconocerle el atrevimiento– no tiene arrestos para reconocer aún, es que ese fin de la abundancia que preconiza será penoso porque realmente no quieren cambiar lo único que realmente sería importante cambiar: este sistema económico suicida, ecocida y liberticida. Pretenden pilotar esa nueva tanda de austeridad y miseria con las mismas recetas de siempre, e incluso quizá apropiándose/desactivando la palabra “decrecimiento”, como ya intentaron por ejemplo en el foro de Davos.
Solo que ya nada funciona como antes: un día Europa aprueba que el gas y la nuclear son verdes; otro, que se pueda consumir más carbón al tiempo que dice fomentar unas renovables con una viabilidad cada vez más puesta en tela de juicio. En Alemania llegan al absurdo de proponer generar electricidad quemando diésel, cuando falta diésel en la propia Alemania. En Japón quieren abrir nuevas centrales nucleares cuando no han sido capaces aún de contener el desastre de Fukushima y cuando la extracción mundial de uranio cae inexorablemente, víctima de los límites geológicos del planeta, y ya está un 24% por debajo de los niveles de 2016, mientras Francia mantiene a la desesperada sus tropas destacadas en Níger con la esperanza de parar la sangría del descenso de las minas de ese país, que proveía el 40% del uranio consumido en el país galo.
Es muy simple: los mismos que nos han metido en este embrollo no tienen ni la más remota idea de cómo salir de él. No la tienen porque se niegan a aceptar una simple verdad: hay que decrecer, sí, pero de verdad, repartiendo y haciendo justicia social.
Es el fin de la historia de Fukuyama, pero no el que él pensaba. Y muy probablemente la única manera de que la Historia continúe de buena manera sea asumir que lo es. Ya lo decía Cortazar: “Nada está perdido si se tiene el valor de reconocer que todo está perdido y hay que comenzar de nuevo”.
Señor Macron: es verdad, es el fin de la abundancia. De la abundancia de engaños, de excusas, de eufemismos y también de la hipocresía y avaricia sin límites de las grandes corporaciones. Esas son las abundancias a las que hay que poner fin de inmediato. Si eliminamos esas abundancias, las que usted no quiere tocar, entonces podremos tener abundancia de lo que es realmente importante para todos los seres humanos de este planeta.
Juan Bordera
Es guionista, periodista y activista en Extinction Rebellion y València en Transició.