Alianza histórica para reconstruir Brasil
Un soplo de esperanza viene de Sao Paulo, la mayor ciudad de Brasil, y, estoy seguro, cobrará fuerza en todo el país: la definición de la candidatura de Lula y Alckmin para la Presidencia de la República representa un acuerdo histórico de fuerzas políticas dispuestas a dejar de lado las diferencias para luchar juntas en defensa de la democracia.
En las elecciones de 2022 necesitamos vencer el atraso liderado por el bolsonarismo, que convirtió a Brasil en un pozo de miseria, inflación creciente y desigualdad inhumana. Queremos superar de una vez por todas la crisis que vivimos desde hace seis años, desde el golpe de Estado contra la presidenta Dilma Rousseff, en 2016.
El PT reitera su compromiso con la lucha por la justicia social, en un país que durante siglos ha relegado a la mayoría de su pueblo a la miseria y la ignorancia, al hambre y a la pobreza.
Todos escucharon las promesas de los golpistas: solo era cuestión de destituir a Dilma para que la vida de la gente mejorara. Pero la realidad es muy diferente. Ahora, tenemos la inflación de nuevo en niveles alarmantes.
Recordemos cómo era la realidad brasileña en el período del PT. Con Lula, la inflación fue del 3,14% en 2006. Ahora, el índice acumulado en los últimos 12 meses ya supera el 12%. El índice de abril alcanzó el 1,73%, ¡el mayor aumento para un mes de abril en 27 años!
Las cifras son asombrosas y muestran cómo la criminal política económica del actual gobierno ha sumido al país en el atraso.
¿Y los precios de los combustibles? En 2003, el primer año de Lula, un litro de gasolina costaba 2,21 reales. En 2014, con Dilma, R$ 2,98. Ahora, el precio promedio es de R$ 6,81. El presidente de la República logró producir el mayor aumento de diésel y gasolina en 20 años. Sólo en 2022 hubo 7 reajustes de precio. En 2021, el precio del diésel subió un 64,7% y el de la gasolina, un 68,6%.
¿Y el desempleo? La vida ha empeorado mucho para la clase trabajadora. Brasil es actualmente el subcampeón en desempleo entre los países del G-20. Entre 102 países, Brasil tiene el noveno desempleo más alto y se espera que termine 2022 con un 13,7 %, según el FMI, muy por encima del promedio mundial de 7,7 %.
Según el IBGE, el instituto oficial de estadísticas de Brasil, tenemos hoy 12 millones de desocupados, de los cuales 4,7 millones hace más de dos años. El escenario es peor en las clases D y E, las más pobres, que representan el 81% de este total.
En 2014, con Dilma, el país cerró el año con la tasa de desempleo más baja jamás registrada: 4,8%. Desde 2016, año del golpe, el desempleo se ha mantenido por encima de los dos dígitos. La situación ha empeorado desde la “reforma laboral” de 2017.
Con el PT en el gobierno, la vida de la gente mejoró, el país fue sacado del Mapa del Hambre de la ONU, 30 millones de personas salieron de la pobreza, el espectro de la deuda externa se transformó en reservas de 370 mil millones de dólares, nos convertimos en la 6ª economía del mundo, fuimos protagonistas del respeto en el escenario mundial.
A partir del golpe y el ascenso del presidente negacionista y antinacionalista, todo empeoró. Volvió el hambre, cayeron los ingresos, explotó la inflación, colapsamos a la duodécima economía del mundo y nos convertimos en un paria internacional.
Lula es el único candidato que reúne las cualidades de un estadista, imprescindibles para rescatar la esperanza, garantizar dignidad y oportunidades a los trabajadores, reducir el flagelo de la desigualdad y asegurar un futuro mejor a las generaciones venideras.
Los sectores progresistas de la economía –industria, comercio, banqueros– confían en Lula y en su capacidad para rescatar al país de la recesión.
No es de extrañar que Lula esté en la portada de la revista Time. El mundo lo reconoce como un líder capaz de conducir a Brasil con la autoridad y el conocimiento de quienes ya hicieron tanto, y con la voluntad y determinación de quienes pueden hacer aún más y mejor.
Paulo Rocha es líder del Partido de los Trabajadores en el Senado Federal brasileño.