Saltarse el principio del chiismo, el primer motivo de la caída de los ayatolás

21-11-2022
Mundo
Público, España
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La primera vez que la casta clerical chiita toma el poder, y encima lo hace gracias a los G4, sucede en Irán en 1978, y sin duda será la última. Pero, ¿por qué durante 1400 años de su existencia nunca llegó a gobernar?

Veamos: El chiismo, la corriente minoritaria del islam (con cerca del 15% de la población musulmana), se separó del sunismo «El Tradicionalismo» básicamente por la lucha por el poder, y abogar por su transmisión hereditaria y además exclusivamente dentro de la familia de Mahoma, empezando por Alí bin Abú Taleb (hacia 600-661), primo y yerno del profeta. El término Chiismo, «Partidarios» se aplicó sólo a los leales de Alí. Mientras, sus oponentes seguían apostando por la fórmula del califato: la designación de uno de los hombres de la élite como gobernante por los jefes de las tribus árabes.

El chiismo, si bien comparte con el resto de los credos abrahámicos, -el sunnismo, el judaísmo y el cristianismo-, los fundamentos de la filosofía dualista zoroastriana (la creencia en un Dios y un Anti-dios, la resucitación de las almas tras la muerte para celebrar un Juicio Final, que les enviará al Cielo o al Infierno, la existencia de los ángeles alados, etc.), al contrario del sunnismo, toma prestados otros elementos de esta creencia persa: que en el periodo entre la muerte de Zaratustra (alrededor del s. X a.C.) y la «aparición» en un futuro lejano de El Salvador Sushiyans, por la concepción virginal de un descendiente de este profeta, serán los sacerdotes Mogh (los supuestos Reyes Magos), ayudados por 12 ángeles, mitad del sexo femenino y mitad masculino, quienes dirijan la comunidad. El grupo «duodecimanos» del chiismo cuenta con 12 santos a los que llama Imán («Emam» en persa), de los que el último, Mahdi, que desapareció a la edad de siete años en 873, regresará al Final de los Tiempos para anunciar el Juicio Final. La desaparición de Mahdi le salvaba del destino trágico que sufrieron los otros once, todos asesinados por los rivales. Dichos hombres inmaculados e infalibles eran los únicos seres humanos con legitimidad para gobernar a la comunidad chiita, por lo que se prohíbe a los líderes religiosos participar en el podereste es el fundamento del chiismo. Se trata del mismo principio que lleva a los judíos ortodoxos oponerse al Estado de Israel, que debería ser proclamado por el Mesías. Esta estrategia, no sólo protegía el prestigio de este estamento de la ira de los pueblos hacia sus mandatarios políticos, sino que le llevaba a pactar con ellos los términos de las condiciones de esta «pasividad política»: «Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios», por lo que, en Irán, el islam ha estado separado del poder político.

Mientras, los fieles serán guiados por una jerarquía clerical, institución inexiste en el islam original: la legitimidad del matrimonio, por ejemplo, no requiere la presencia de un sacerdote. Los Ulama «sacerdotes sabios» (luego se llamarán «ayatolás») forman esta casta, quienes afirman que no solo conocen los secretos ocultos en los mensajes del Corán, sino que reciben los signos enviados por Mahdi preparando su advenimiento. Esta misión, así como la «complejidad» de la comprensión de los versículos del Libro Sagrado hacen imprescindible, aseguran, la existencia del clérigo para analizarlos, aunque se les olvida que para ello hace falta un tercer factor: considerar discapacitados mentales y rebaño a los files, y no darse cuenta del avance de las ciencias y el conocimiento, y seguir con este negocio religioso. Uno de los símbolos de esta estafa es el Pozo de Peticiones, situado en la parte trasera de la Mezquita Yamkarand en Qom, patrocinado por un tal Mahmud Ahmadineyad. Donde acuden miles de personas, que lanzan sus hojas de deseo y dinero para que Mahdi los recoja y salve a sus hijos de alguna enfermedad curable en un país donde la sanidad es privada, o a ellos mismos del hambre y pobreza, en uno de los países más ricos del planeta.

Los ayatolas tienen derecho a innovar («Bid’at») en materia de teología y jurisprudencia, promulgar decretos religiosos, suspender o congelar, temporalmente, los edictos del Corán y realizar un «Juicio Real Primario», sustituyéndolo, por conveniencia, el «Juicio Real Secundario», como lo que han hecho en Irán: la horca reemplaza a la Lapidación, para neutralizar las protestas internacionales. Justifican esta capacidad religiosa basándose en el versículo 2:173 del Corán, que prohíbe comer la carne de animales muertos y la del cerdo, para luego afirmar que «Si alguien se ve compelido por la necesidad -no por deseo ni por afán de contravenir- no peca. Alá es Indulgente, Misericordioso»: lo prohibido, ante la necesidad, se torna permitido. Algo que, si por un lado deja las manos de los ayatolás abiertas para modernizar la religión (nunca lo han hecho), sí que les ha permitido mentir (en el chiismo se llama «Taguiya»), engañar, estafar, matar, etc. Por otro lado, la ausencia de un «Papa», y la pluralidad de los ayatolás no ha convertido al chiismo en más «democrático» que el sunnismo: las diferencias en sus tesis se limitan en, por ejemplo, el tamaño de piedras que habría que lanzar a un ser humano caído en desgracia hasta morir.

La importación de ayatolás a Irán

Tras la invasión de los árabes procedentes de la Península Arábiga a Irán (637-651), y realizar la masacre y la destrucción inherentes a las agresiones militares, imponer su religión «sunnita», su forma de vestir, sus leyes y tradiciones, hasta su alfabeto a la lengua persa (de origen indoeuropeo), las continuas rebeliones nacionalistas iraníes consiguen expulsar a los ocupantes del poder, 200 años después. En el siglo XVI, un grupo de sufíes (la disidencia más grande del islam) asalta el poder, instaurando la dinastía Safavidas «Clan de los Sufíes», y uno de sus monarcas, Shah Ismail decide declarar el chiismo la religión oficial del Estado, con un principal objetivo: sabotear la declaración de soberanía sobre todo el «mundo islámico» por el Estado otomano. No iba a permitir que el antiguo imperio persa se convirtiese en otra provincia de los turcos: un león vale lo mismo vivo que muerto, reza un dicho persa. Así, impedirá la tentación de la absorción de las regiones de habla turca iraní por el vecino, al convertir Irán en el único Estado chiita.

Con este fin, contrata a los destacados clérigos chiitas libaneses, para crear un sistema de jurisprudencia, entregando el poder legislativo al clero mentiras, concentra en su mano el ejecutivo.

Pacto que se mantiene hasta 1924, fecha del golpe de Estado de Reza Pahlavi, un hombre indocto, autoritario y muy religioso-, que en su intento de secularización de Irán sí reduce el poder del clero, pero no toca las leyes islámicas, sobre todo las que afectan a los derechos de la mujer. Los ajund (forma despectiva de «clérigo islámico» en persa) que aparecían con la sotana son flagelados y «desturbantizados» en público. En 1935, Pahlavi convierte a Irán en el primer Estado (y aún hoy, el único) que prohíbe el velo, mientras mantiene la poliginia (él mismo tenía cuatro esposas simultáneas), el matrimonio de niñas, y otras aberraciones medievales del sistema patriarcal-religioso.

Más adelante, en 1946, Mohammad Reza Pahlavi, el Sha, al suceder a padre, suavizará estas medidas, levantando la prohibición a la vestimenta árabe-islámica, aunque por las necesidades del capitalismo, incluye en su «revolución Blanca» del año 64, (para impedir una «Roja»), dos puntos en una serie de reformas, que darían paso del feudalismo al capitalismo, que enfurecerán a los ayatolás:

1. Las desamortizaciones y la expropiación de las tierras «vaghfi» «religiosas» del clero, y

2. Conceder el derecho al voto a las mujeres. Pues, si en islam ellas no pueden opinar, ni decidir su propia vida, ¿Cómo van a determinar el destino del país? ¡Exageraban! ¡En una monarquía absolutista sólo «piensa» y «decide» el rey!

Por lo que un joven Jomeini organiza unas protestas contra la pérdida de la influencia y poder de su estamento. El Sha, que a partir del golpe de Estado de la CIA 1953, se puso a encarcelar y ejecutar a miles de comunistas y seguidores de Mosadeq, para no verse obligado a encarcelarle, pacta con Jomeini su salida del país (se irá a Irak).

De hecho, la Revolución 1978, al contrario de la francesa, rusa, china o cubana, hubo dos principales grupos que deseaban el fin del Sha: las fuerzas progresistas y las oscurantistas que se oponían a la modernización (capitalista o socialista) de la sociedad.

A partir del 1970, y siguiendo las directrices de Washington, el Sha se dedica en cuerpo y alma a sembrar el país de mezquitas -en vez de puestos de trabajo, escuelas y hospitales-, para frenar el avance imparable de las fuerzas de izquierda. Este terreno abonado es utilizado por los G4 que, durante la revolución espontánea del 1978, se ven sin alternativa al Sha derrocado, rescatan a Jomeini, le llevan a París y acuerdan con él entregarle el poder para instaurar su totalitarismo islámico a cambio de que acabe, de una vez, con el marxismo en Irán y participe en el acecho a la Unión Soviética desde los 1600 kilómetros de frontera común (lo mismo hace con los Muyahidines afganos y con Lech Walesa en Polonia el mismo año). Aquella Revolución, al igual que las primaveras árabes, que no tenía ninguna posibilidad de triunfar.

Es así que Jomeini rompe la tradición chiita, y proclama no una «república» islámica, sino el Estado Islámico de Irán. «En el islam no hay republica», alega. Ante la ola de críticas y protestas, llegadas incluso desde las propias filas de los islamistas, cede, aunque utilizando la fórmula Taghiya: en la Constitución, el presidente será un mero personaje decorativo y sin facultades, y la totalidad del poder estará concentrando en la figura del Welayat-e Faghih («Gobierno de los jurisconsultos», no elegida por el pueblo sino por otros clérigos y juristas islamistas. Su plan levantó mucha polémica por su excesivo parecido a la monarquía del Sha. Tuvo que aclarase: «El Welayat ha sido ordenada por Dios. Un faqih no puede transformarse en un dictador. Si lo hace pierde la tutela de la gente«. Y como prueba de que detestaba el poder, regresó de Teherán a Qom, el Vaticano chiita. Pero, la tentación era más fuerte que su fe: bajo el pretexto de que «islam está en peligro», por sus enemigos iraníes (la izquierda atea, los musulmanes modernos, los republicanos laicos, etc.), vuelve a la capital, prohíbe a la totalidad de partidos políticos veteranos, sindicatos, organizaciones feministas, prensa libre, reuniones (incluida bodas y cumpleaños, y cenas familiares), instalando un totalitarismo religioso inaudito en la larga historia de Irán, que además es protegido por un cuerpo militar llamado Guardianes Islámicos (y sus decenas de ramas y «brazos»), cuya única misión es -no proteger la patria y a los iraníes-, sino a la casta clerical de sus adversarios internos y extranjeros. «Enemigos de Dios» serán las decenas de miles de iraníes ejecutados: en islam no hay concepto de cárcel, justifica sus crímenes, que provoca hasta la contundente protesta pública del gran Ayatola Montazeri (que estuvo 11 años en las cárceles del Sha), quien iba a ser su sucesor (y no un tal Ali Jamenei), quien será arrestado en su domicilio.  Al aparecer el islam en una sociedad beduina y de escasos recursos, se aplicaba la justicia inmediata: a los «malos» latigazos, la ley de Talión, y la pena de muerte: no podían llevar jaulas con seres humanos a cuesta. Varios años después, y al no poder ejecutar cientos de miles de opositores, se verá obligado a construir más y más cárceles, haciendo que los partidarios del Sha hoy le presentasen a aquel sanguinario como «hermano de caridad«.

Luego, la teocracia realiza un truco: llama Imán a Jomeini: ¿Pasó el chiismo de ser duodecimano a «tridecimano»? Se pueden imaginar los chistes que generó entre los iraníes que Jomeini fuese el Imán número 13.

A estas alturas, y cansados de la pantomima de «República», el propio Caudillo de Irán, Jamenei dijo, hace poco, que «Es posible que en el futuro no celebremos elecciones«, adelantando el plan de desmantelar uno de los pocos órganos «electos» de la teocracia, en un país sin partidos políticos reales. ¡Sr. Jamenei! No se moleste: esta es la última «república» de este Estado Islámico.

Chiismo quiere recuperar sus orígenes

Tanto los partidarios de la separación clara de las esferas temporal y espiritual como los que propugnan la teocracia pura expresan sus voces críticas contra el concepto de Welayat-e Faghih, que elimina la frontera entre lo político y lo religioso, anula el principio de «consulta» entre los ayatolás, y otorga el liderazgo político a un clero-rey. El Ayatolá Mohammad Shabastari pide que la religión no sea el fundamento ideológico de un gobierno. El Corán fija los valores del Estado y no debe ser utilizado como referente en su constitución, afirma. El Ayatolá Ali Sistani (en Irak) es otro que defiende el papel del clérigo como referente moral (bueno, ¿se refiere a los pederastas que casan a niñas de 7-8 años bajo el nombre de «matrimonio» o los que institucionalizan la prostitución?), que no dirigente político. Su discreto choque con el Alí Jamenei es constante, aunque no oculta su malestar por las injerencias de este clérigo en los asuntos de su herido país. En el propio Irán, el Ayatolá Kazem Shariatmadari (1905-1985), separaba la religión de la militancia política.

La actual revolución laica y anticlerical de Irán derribará a la teocracia, impactará al mapa del mundo, y también devolverá al chiismo a sus orígenes.