Hemos visto al presidente ucraniano Volodimir Zelenski en casi todas las capitales europeas, en la ONU, en el Congreso estadounidense o en las instituciones de la UE. Pero no ha sido hasta los casi 600 días de guerra en su territorio cuando ha pisado por primera vez los cuarteles generales de la Alianza Atlántica. Por sorpresa, como acostumbra. El momento elegido no ha sido casual. La guerra en Oriente Próximo, las primeras fisuras en los aliados tranastlánticos o la escasez de munición hacen temer a Kiev que la atención mediática y política se desvíe a Israel y Palestina.

Por ello, el objetivo número uno de los 50 países de Ramstein y de los 31 ministros de Defensa, reunidos este miércoles y jueves en la sede de la Alianza Atlántica, ha sido enviar a Rusia el mensaje de que apoyarán a Ucrania el tiempo que haga falta. «Están en juego nuestros valores y nuestra seguridad», ha asegurado en rueda de prensa Jens Stoltenberg, secretario general del foro militar. En este marco, Estados Unidos ha comprometido un nuevo paquete de asistencia militar de 200 millones de euros y Bélgica ha anunciado que enviará sus primeros cazas de combate F-16 al frente.