«Las indígenas estamos viviendo un entramado jodido de opresiones»
La entrevista es en un bar de Bilbao, de esos que hacen esquina, pero las palabras de Lorena Cabnal llevan a otro contexto, lejano, no solo en lo físico, también en lo conceptual, en lo epistémico, como dice la sanadora. P
alabras lejanas pero que resuenan, no solo por la fuerza con las que son pronunciadas, con cadencia, cuidado y reflexión, sino porque tratan en todo momento de buscar unión y tejer lazos; acuerpar, como dice la sanadora.
Lorena Cabnal, de la Red de Sanadoras Ancestrales del Feminismo Comunitario Territorial de Iximulew, ha viajado desde Guatemala para participar en la actividad ‘Tejiendo territorios 2022, encuentro de activistas migrantes y defensoras por la dignidad aquí y allá’, organizado por Calala.
“Si bien es cierto que acá hay una cobija feminista muy ampliada y bastante fuerte e importante, se hacen necesarias también las enunciaciones que vienen de tu territorio”, responde al ser preguntada por la importancia de estos momentos de encuentro.
“Queremos conocer cuál es el sentido de las mujeres inmigradas que están acá y cómo han estado poniendo el cuerpo de manera política, interpelando, cuestionando, pero también aportando al movimiento feminista”, añade.
Hablas de acuerpar y de propuestas cercanas a la tierra. Estos conceptos, acuerpar o cuerpo-territorio, aquí no estaban tan interiorizados en el feminismo, son conceptos y prácticas políticas que se están aprendiendo de las mujeres de Abya Yala. ¿Hay receptividad o todavía queda por entender lo que implican?
El feminismo comunitario territorial no es teoría escrita, es oralidad reivindicativa, feminista, comunitaria, territorial, que viene de mujeres mayas, y el código maya es muy oral. La propuesta feminista comunitaria territorial no tiene enunciado ni constructo ni conceptos, en principio.
El pensamiento maya parte de sentir mucho la vida, de sentipensar, y ese es otro punto para elaboración de pensamiento. Y en esa relación de sentipensar hemos traído la dimensión de cómo lo cotidiano se hace político para las mujeres indígenas, tenemos una cotidianidad muy política a la que le vamos a dar un sentido cosmogónico, pero a la vez político y con una intencionalidad feminista.
Y estamos hablando de territorio-cuerpo-tierra: siempre ponemos el territorio como primera palabra, porque ahí empieza nuestra relación política; no lo hablamos como cuerpo-territorio.
En una palabra castellana como territorio nos queremos acercar a todas las relaciones de vida que existen y el territorio no se circunscribe a lo geográfico, al mapa, eso es apenas una parte del territorio en la configuración originaria o indígena; en el territorio están los idiomas, los ciclos lunares, los calendarios, los tejidos, las formas de organización, la medicina, las relaciones planetarias, todo.
Y cuando decimos cuerpo-tierra hay una relación de conciencia de las corporalidades con la tierra en ese tiempo. A una mujer indígena le dices en su idioma la relación de vida de territorio-cuerpo-tierra y lo siente y lo reflexiona para actuar. Las mujeres indígenas somos sujetas epistémicas, tenemos saberes muy epistémicos, pero con otros códigos.
Ante la ausencia de textos escritos hace que sean más importantes los espacios físicos, de diálogo.
Mirarnos, escucharnos, sentir las opresiones que nos cruzan los cuerpos, y sentir también la sanación. Cuestionamos mucho la racionalidad feminista, tan naturalizada en muchas teorías. Estamos trayendo otra propuesta: sentipensar la vida. Nosotras hablamos mucho de la pluralidad, porque la pluralidad es un principio de cosmogonía en los pueblos.
Sueles hacer referencia a la defensa de la tierra; no sé hasta qué punto el feminismo acá tiene interiorizada esa lucha.
Una de las críticas que hemos hecho, desde hace ya varios años, a los feminismos que nos han llegado de otros territorios es precisamente que encontrábamos una desvinculación de los cuerpos con la tierra.
Nosotras acuerpamos que lo personal es político y acuerpamos la libre autodeterminación de los cuerpos -yo aborto, yo decido mi sexualidad con quien la vivo, si quiero ser madre; y eso lo tenemos claro las mujeres feministas comunitarias territoriales- sin embargo también nos empezamos a encontrar que este cuerpo que aborta, que decide, que tiene muy claros los principios feministas tiene un vacío que no da sostenibilidad a la propuesta política: porque este cuerpo todos días toma agua, todos los días respira, toma aire. Y ¿qué está pasando con el bosque?, ¿qué está pasando con las montañas?, ¿con las fuentes de agua? Para nosotras la sostenibilidad política de los feminismos, de cualquier feminismo, tendría que traer la dimensión de lo personal puesto como político, pero también de la relación con la tierra.
Y de ahí que hemos acuñado que lo comunal es político, porque la fuerza de la comunal te va a traer a la tierra. No queremos que los feminismos vengan y tutelen nuestra defensa territorial, que nos desplacen.
Queremos tejer pluralidad para ser fuertes, porque creemos que las mujeres defensoras de la tierra estamos aportando, y ahí es donde podemos ver las posibilidades de acuerparnos con otros feminismos. Tenemos que seguir desaprendiendo o aprendiendo juntas. Para nosotras acuerparnos también es enunciar las violencias machistas contra la tierra. Todas las formas de extractivismo contra la tierra, la hidroeléctricas, el monocultivo extendido, son formas de machismo contra la tierra.
Mucha de la ciudadanía del Estado español no sabe que el dinero de su jubilación se está convirtiendo en dinero que financia en países como los nuestros grandes proyectos de muerte y de grave violación de los derechos de los pueblos indígenas a la vida.
Trabajas con mujeres sometidas a diferentes ejes de opresión, el sistema patriarcal, la violencia sexual y también la economía extractivista, ¿qué tienen en común?
Las formas del sistema patriarcal son múltiples. Como mujeres indígenas hacemos luchas frente a todas las formas de las opresiones machistas indígenas, que eso no lo llevan los cuerpos blancos.
Pero a la vez te enfrentas con expresiones del machismo que están fuera de la comunidad, y ahí están los cuerpos mestizos, los funcionarios, los guardias de seguridad privada. Y eres defensora de la vida y estás librando una batalla dentro de la comunalidad, porque las mujeres indígenas que estamos visibles en esto también hemos roto patrones bastantes estereotipados de mujeres indígenas y nos hemos puesto en una situación de riesgo político por ser contestatarias.
Hay un hilo muy antiguo que es el patriarcal y se vuelve un sistema histórico, estructural, de opresiones sobre nuestros cuerpos y sobre la tierra. Y es un hilo común. El sistema patriarcal milenario se junta con formas del machismo indígena y formas del machismo colonial que nos llegó y luego configura un sistema racista: expropiación, violencia sexual, genocidio.
Los pueblos indígenas y las mujeres indígenas estamos viviendo un entramado jodido de opresiones, hay un continuo histórico de violencias sobre cuerpos y sobre la tierra. Ese acumulado es jodido y complejo.
Y te vas dando cuenta que se va reforzando la creación de un Estado nación colonial, que se crean políticas continentales colonizadores y todo esto va a desembocar en lo que hoy nos tiene en ese continuo histórico de violencias, de guerra contrainsurgente, una etapa neoliberal y ahora lo pandémico.
Hacemos una lucha muy compleja. Y también estamos haciendo otras cosas para sanar con conciencia, porque también tenemos derecho a la alegría, al placer, a la dicha, al gozo.
¿El análisis decolonial qué aporta para esta lucha?
Valoramos los aportes que se están haciendo desde la decolonialidad o descolonialidad, pero no partimos de ahí.
Es importante que los feminismos reconozcan que hay una propuesta dialogante que está aportando desde la oralidad su propia interpretación.
Nosotras no podemos partir del tiempo colonizador para acá, no podemos interpretar las opresiones de mujeres indígenas de 534 de años para acá, estamos yendo más allá en el tiempo ancestral; por eso no planteo lo decolonial, porque estamos haciendo acercamientos a calendarios mayas, a temporalidades maya, que eso rompe con la interpretación de la temporalidad de cómo se configuró el sistema patriarcal en pueblos indígenas en relación con el mundo occidental.
Y ahí hemos planteado que mi cuerpo es mi primer territorio de defensa; en esa constatación podemos tener la claridad de cómo se han expresado las lógicas patriarcales y cómo nos ha cruzado y cómo hoy, para nosotras, las formas de colonización se juntan y se crean acuerdos, pactos y mandatos patriarcales: por eso las mujeres indígenas somos sumamente empobrecidas, eso tiene una lógica acumulada, por eso hablamos entramado histórico estructural de opresión; esos son nombramientos muy epistémicos.
El feminismo negro ha planteado la interseccionalidad, y lo saludamos, pero yo no puedo plantearme desde la interseccionalidad para decir que pasó en pueblos indígenas, porque tenemos que ir a decodificar la cosmogonía y traer otras relaciones que son fundantes, históricas, sobre la tierra, sobre nuestros cuerpos.
Y los conceptos de decolonialidad o descolonialidad están en profunda crítica desde el otro lado; creemos que los lugares de enunciación, los cuerpos desde los que se enuncia la descolonialidad, son un punto político muy vital para ver quién está hablando de la descolonialidad.
¿Cómo te definirías?
Me gusta nombrarme como he sido nombrada, si quieres desde un nombramiento incoherente y colonial de este cuerpo, pero lo hago político precisamente para visibilizar en esta corporalidad que ha tenido la colonialidad: Lorena Cabnal. Cabnal [Kab’nal] es mi apellido maya. Me gusta mucho decir que soy sanadora ancestral maya, me gusta decir con conciencia que soy feminista comunitaria territorial, hay pluralidad de feminismos comunitarios y por eso nos gusta poner el apellido político feminismo comunitario territorial. Y soy integrante activa Red de Sanadoras Ancestrales del Feminismo Comunitario Territorial de Iximulew. Me gusta mucho decir en el nombre ancestral maya de dónde soy, de dónde nací, cuál es el lugar de enunciación: Iximulew, en Abya Yala.
Existe la crítica de que el lugar de enunciación tiene más peso de lo que se hace, se dice o se aporta.
Si se ve en la lógica de parcializar, posiblemente; pero, al contrario, nosotras le hemos puesto mucho cuerpo político a los lugares de enunciación porque lo planteamos desde primera persona política que vive la cotidianidad, y si la vives no hablas solo desde un lugar situado, trasciende; el lugar de enunciación es tu cuerpo, no solo un lugar geográfico. Por eso no sé qué interpretación le estén dando los debates. Para nosotras los lugares de enunciación son tu territorio cuerpo y tu territorio tierra y donde se camina. Lugares de enunciación son los cuerpos de mujeres inmigradas acá que están poniendo en debate político la instrumentalización o la mercantilización de los cuerpos de mujeres inmigradas trabajando para mujeres feministas blancas. Creemos profundamente que hablar en primera persona política es tener autoridad epistémica. Yo no puedo venir a hablar por mujeres indígenas si no soy mujer indígena, y no me puedo quedar solo en un lugar geográfico, tengo que transcender políticamente y tengo que traer otras interpretaciones a esas relaciones de configuración de opresiones y de emancipaciones.
¿En qué consiste tu labor de ser sanadora?
Nosotras, como parte de la Red de Sanadoras, venimos de la historia de criminalización, de riesgo político, por la defensa territorial. Traemos una propuesta que llamamos la sanación como camino cósmico político, es decir, todas las somatizaciones, los dolores, las enfermedades que nos cruzan el cuerpo están concatenados con historias de opresión, y decodificarlas desde nuestras formas y prácticas ancestrales es vital. Hacemos un abordaje para procesos de recuperación y sostenibilidad emocional, física y espiritual de mujeres indígenas afectadas por el riesgo político que han sido desplazadas de sus territorios, amenazadas de muerte, mujeres que tienen órdenes de captura. Caminamos a las comunidades, acuerpando entre mujeres desde nuestros propios códigos: acompañar el dolor, la rabia, la indignación. Pero también la indignación como acción política: acuerpar denuncias, hacer visitas a presas y presos políticos, acuerpar a la comunalidad ante el hambre, caminar entre la siembra y la cosecha. El femenino comunitario territorial se concibe únicamente en forma de comunalidad. El estar acá [en Bilbao] es también acuerpar a mujeres en la lejanía: la ausencia de la tierra y de las significaciones territoriales lleva a profundos vacíos existenciales, a mucho dolor y desesperanza, hay sentimientos de estar tan lejos y de ver muy gris el panorama, pero venir nosotras es traer como otras relaciones sanadoras. La tierra no ejerce racismo contra nosotras; son los cuerpos los que ejercen poder, la naturaleza, no. Para sostenernos y acuerparnos está la naturaleza de este lugar y la forma de relacionarnos con la tierra o con el bosque que hay acá.
¿La sanación debe ser siempre colectiva?
Partimos de que la sanación es un proceso personal político y consciente que se hace comunal, no creemos en la sanación individual. Venimos de una lucha hegemónica muy individualista del mundo occidental. Claro, hay momentos en que los abordajes van a ocupar la dimensión personal. Para nosotras un nombramiento muy ancestral es traer la relación del tú soy yo y del yo soy tú. En la medida que tú vas fortaleciendo, tú vas sanando, tú también sanas mis relaciones contigo y sanamos ambas y sanando ambas nos hacemos fuertes en este camino. La sanación es mucho más allá que verla solo desde un autocuidado despolitizado o muy mercantilizado ahora, transciende del autocuidado a una sanación política comunal, que eso nos sostiene. Las hermanas inmigradas acá tienen mucha vida en comunidad, se buscan, hacen familias, no sanguíneas, políticas, de pueblo, porque traemos una memoria muy de comunalidad muy arraigada y esa es una manera comunal de sanación.
¿Qué supone ahora ser defensora de derechos humanos en Guatemala? Hay quien habla de dictadura, del camino dictatorial que está tomando el actual Gobierno.
Nos gusta nombrarnos defensoras de la vida, para reivindicar la memoria de mujeres que se opusieron a formas patriarcales muy ancestrales, porque el concepto derechos humanos tiene una temporalidad muy corta, política y colonial. Aunque también hay que hacer visible la defensa de los derechos humanos, porque creo que en estos tiempos implica ponerte al tanto de buscarte la sobrevivencia en un país tan complejo. 23 años de la firma de la paz en Guatemala y estamos hablando de estado de sitio, de desplazamiento político, territorial y forzado, de presos políticos, de femicidios territoriales, estamos hablando de complejidad en tiempo de guerra.
¿Es tiempo de guerra?
Si tú preguntas, en la comunalidad te van a decir que el Estado tiene una guerra contra las comunalidades cada vez que concesiona, cada vez que militariza, cada vez que hay un desalojo. Son miles de militares, de patrullas, de violencia. Para muchas comunidades el contexto de guerra contrainsurgente no ha cambiado, lo que cambió fueron las formas de arremeter, además de la legalización sobre territorios indígenas y concesionarlos. Siento que nombrarte defensor de derechos humanos te pone en riesgo en este contexto porque estás haciendo una perpetua denuncia pública, política. Estás denunciando cómo se concatenan hoy narcotráfico, altos funcionarios públicos, corrupción, impunidad, con concesiones, estás visibilizando toda la grave problemática en territorios; obviamente, estás tocando los tentáculos de poder. Y la forma en la que ha funcionado la represión es anular la resistencia de manera violenta. Ha sido muy importante, como formas de protección para mujeres ante el riesgo político, dejarnos acompañar por Brigadas Internacionales de Paz, por Front Line Defenders y otros mecanismos internacionales de protección. O tocar a las embajadas, sabemos que tienen muchos límites, pero cuando la vida está en riesgo… Quienes estamos ahí viviendo tenemos que sobrevivir con perfil bajo, sin redes sociales, sin hacer vida pública, sin enunciarnos abiertamente para poder sobrevivir.
Has hablado del derecho a la alegría, al placer y al goce, ¿son conceptos básicos para seguir avanzando?
Algo que a mí me ha dado mucha fuerza desde hace muchos años es seguir enunciándome desde “recupero la alegría sin perder la indignación”. Ese enunciado se hace real, se hace posible y se hace vida entre mujeres indígenas cuando nos juntamos y traemos a cuenta y a conciencia nuestros poderes y nuestros quehaceres. Recuperamos mucha fuerza y memoria sanadora, nos miramos en pluralidad de mujeres donde desmontamos las competencias que nos construyeron. Nos reconocemos en esos saberes: como tejedora, como la que siembra el cacao, como la comadrona ancestral, como la hierbera. También celebramos la posibilidad reírnos, de bañarnos juntas, de beber infusiones, de dormir juntas, de contarnos historias, de danzar, de cantar. Las formas de catarsis espiritual que hacemos las mujeres indígenas del consuelo y de la ternura dan mucha fuerza y nos devuelve la vida y una memoria muy antigua. Nacimos para ser cuerpos felices. Es una reivindicación para seguir chingando al sistema patriarcal.