Caza indiscriminada de brujas que duró 300 años en Catalunya

19-07-2021
Mujeres
Público, España
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La caza de brujas es un fenómeno que duró del siglo XV hasta el XVIII a Europa y nació en el Pirineo catalán. De hecho, según ha podido recoger el historiador y profesor de la Universitat de Barcelona del departamento de historia medieval y moderna Pau Castell, se han documentado 1.000 ejecuciones por brujería en Catalunya –la gran mayoría mujeres–, mientras que en el Reino de Castilla se realizaron 1.949. A raíz de la campaña No eren bruixes: eren dones de la revista Sàpiens, pero también a través de libros como Dones al marge. Bruixes i altres històries d’estigma i oblit (Editorial Fonoll, 2020) u otras investigaciones, diferentes profesionales explican cómo fue esta persecución en las tierras catalanas, y también rompen ciertos tópicos muy arraigados.Ivet Eroles: «No son leyendas ni cuentos: son hechos históricos»

Durante años, se ha hablado de las brujas con un mismo estereotipo: nariz puntiaguda, maléficas y amigas del diablo. En los pueblos donde ha habido este fenómeno, desde Viladrau hasta Salem, se venden llaveros de brujas con escoba. Pero la realidad no se asemeja al merchandising: 1.000 personas en Catalunya perdieron la vida acusadas de un crimen que nunca cometieron. «No son leyendas ni cuentos: son hechos históricos», explica la periodista, escritora y autora de Dones al marge. Bruixes i altres històries d’estigma i oblitIvet Eroles. Tal como apunta la antropóloga, historiadora y docente de la Universitat de Lleida Nuria Morelló, la memoria histórica tiene que servir para «reivindicar y restaurar la dignidad» de las mujeres que fueron juzgadas de brujería, como ya se ha hecho en Escocia, donde mataron 3.563 personas por el mismo crimen. Según explica la directora de la revista SàpiensClàudia Pujol, una de las propuestas de la campaña de la revista es presentar en otoño en el Parlament una resolución de «justicia, reparación histórica y dignificación» de las mujeres que fueron asesinadas –las 700 mujeres que fueron procesadas en más 200 poblaciones catalanas– y también hacer un acto de desagravio a escala nacional.

¿Dónde nace el crimen de la brujería?

El siglo XV eran tiempos de crisis social, pobreza, de fenómenos climáticos que destrozaban las cosechas, y de bebés que morían a muy tierna edad. Como siempre, en tiempos convulsos, se quiso encontrar un culpable de todo esto, y es entonces cuando se crea la primera ley contra la brujería en el Pirineo Catalán, en concreto en les valls d’Àneu el 1424. El texto acusa las personas señaladas de pertenecer a una secta que actúa con el diablo para hacer el mal, y por tanto no se trata de un crimen sexuado, sino de un crimen que hace un grupo donde sus miembros realizarían «tratos impúdicos con el diablo», señala Morelló. Así pues, en un inicio la ley no apuntaba directamente a las mujeres, sino a supuestos herejes de la fe católica. Pero, ¿qué pasó el 1487? A través del Malleus Maleficarum, un texto escrito por dos monjes dominicanos alemanes Heinrich Kramer y Jacob Sprenger, se empieza a feminizar la brujería. Según este texto, el diablo puede encarnar una figura terrenal y tener relaciones sexuales con humanos, y acusa directamente a las mujeres de su «maldad femenina» y «debilidad», lo que las haría más débiles ante el diablo. «En la tradición medieval ya había muchísima misoginia, y a partir de este tratado la tendencia se gira hacia la persecución de las mujeres», apunta Castell. Morelló asegura que la creencia de la maldad femenina ya venía de Aristóteles, Sócrates, Pitágoras y Tomás de Aquino, quien decía que el mal se puede expresar en la Tierra a través del diablo, abriendo la puerta a la construcción del estereotipo de bruja. «El crimen de la brujería no está pensado contra las mujeres, pero la creencia que lo sustenta sí», declara.

¿Quién era bruja?

Castell: «Sin el beneplácito de gran parte de la población la cacería de brujas no habría durado 300 años»

A partir de este tratado, la diana apunta más hacia las mujeres, hecho que también se ve en el número de asesinatos: un 90% fueron mujeres y un 10% hombres en Catalunya. Según Morelló, los perfiles se van modificando y feminizando. En un inicio se empieza por las mujeres del ámbito mágico-medicinal, que se podían relacionar más fácilmente con la supuesta «secta de las brujas». Podían ser curanderas, comadronas, pero también cualquier mujer, añade Castell, porque en aquella época era muy común que utilizaran las plantas medicinales o las oraciones como remedios. Después, el perfil se amplía hasta las mujeres de otros estratos sociales, pero Morelló puntualiza que las más perseguidas son las más vulnerables, entre ellas las migradas –sobre todo del Sur de Francia– y las viudas. Ahora, quién era la principal acusación en Catalunya no eran los autodenominados cazadores de brujas ni siquiera la Iglesia, sino las mismas mujeres del pueblo o de la familia: gran parte de las denuncias vienen de madres que se le han muerto los hijos, pero también de envidias vecinales o reproches familiares. «No es que las autoridades fueran fanáticas. Sin el beneplácito de gran parte de la población la cacería de brujas no habría durado 300 años», remarca Castell.

¿Por qué hay tanta caza en Catalunya?

Catalunya fue uno de los territorios donde la cacería de brujas fue más importante, y una de las explicaciones más consolidadas por los expertos es porque se trataba de un reino feudal con leyes propias, donde los poderes locales tenían mucha autonomía jurídica. «La Corona catalanoaragonesa o el reino de Navarra tenían fueros y leyes propias donde la Inquisición no tenía competencia, puesto que se trata de juicios civiles y no eclesiásticos», explica Castell. Por lo tanto, en los lugares menos centralizados, ni la Inquisición ni los reyes católicos tenían tanta competencia ni autoridad como los poderes locales. «Los que juzgaban eran los alcaldes o los señores feudales».

¿Cómo funcionaban los juicios?

Según Castell, primero se recibía la acusación –principalmente de vecinas–; se procedía a detener a la mujer, la Fiscalía empezaba a recolectar «pruebas» a través de encuestas –allá es donde recibían más quejas de otra gente del pueblo–, y como no se encontraban pruebas concretas, se las inventaban buscando «marcas en el cuerpo» de las mujeres que probaran que eran brujas; la mujer negaba el crimen; se procedía a la tortura y, si no confesaba, se esperaba a hacerse el juicio, que podía durar un año. Quienes pagaban por estos juicios eran los mismos vecinos, que a su vez tenían que mantener viva a la acusada hasta el veredicto, así que para acelerar el proceso o se pedía la ayuda a un experto para que certificara si era bruja o se la seguía torturando hasta que confesara. Si la mujer finalmente confesaba, a veces decía nombres otras mujeres: podían ser nombres de difuntas para así evitar agravios, pero también de enemigas o de las mujeres que la habían inculpado. Además de la condena a muerte, también había la condena económica, que era la confiscación de bienes. A pesar de que como bien apunta Eroles, la Iglesia contribuyó a generar el discurso misógino que arraigaría en la persecución de las mujeres, era la Inquisición quien salvó más de una mujer de la horca en Catalunya. «Vieron que se estaba yendo de las manos y lo intentaron controlar por imagen pública,» relata la escritora. En 1618 centenares de mujeres fueron juzgadas por brujería en Catalunya, acusadas de provocar desastres climáticos, la enfermedad y la muerte de los vecinos. Ante la avalancha de casos, las autoridades virreinales tomaron el control de los juicios para absolverlas.

¿La caza de brujas continúa?

En el presente todavía se practica la caza de brujas en países como Sudáfrica, Mozambique o Tanzania, pero no hay que ir tan lejos. «La frase feminista somos las nietas de las brujas que no pudisteis colgarhace justicia histórica, pero si estamos vivas seguramente es porque somos nietas de gente que condujo a la horca a estas personas», lamenta Eroles. Tanto ella como Morelló y Castell aseguran que estudiar la caza de brujas puede servir para no volver a repetir la historia y dejar de señalar minorías en tiempos de crisis.