Argentina: Las historias detrás del otro robo de niños
Angustia, soledad, culpa, vergüenza son algunas de las palabras que un grupo de mujeres utiliza para definir el momento al que una mamá recién parida puede llegar a ser sometida: el arrebato de su bebé.
Esperanza, fuerza, constancia, amor, son las otras de las que se ayudan para describir otro momento que refleja un empoderamiento propio y un acto de amor: la búsqueda de esa niña o niño.
“Hay muchos hijos que esperan a sus mamás. Les digo a ellas que salgan, que hay mucho cariño para recibir”, invita Marta Pérez, una de las «Madres que buscan», la campaña que lanzó la Secretaría de Derechos Humanos con el objetivo de convocar a mujeres que han atravesado el robo o la entrega forzada por diferentes circunstancias de un hije para que se acerquen a la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi).
“A muchas de nosotras nos dijeron que nuestros hijos habían muerto al nacer e incluso ese hecho, esa muerte, es menos compleja de acomodar en la vida de una madre que lo tan siniestro y oscuro de que alguien se lo robe. ¿Cómo puede caber semejante maldad?” Quién se lo pregunta es Ester Hublich, que durante 37 años “acomodó” la supuesta muerte de su segundo hijo hasta que se dio cuenta de que se lo habían arrebatado.
La experiencia de Ester, junto a la de Marta y la de Mónica Ruz, a quien una partera de Córdoba le arrancó a su bebé del regazo, son los pilares de la propuesta que se desarrolla en el marco del Programa Nacional sobre el Derecho a la Identidad Biológica, la herramienta con la que la Conadi abrazó a aquellas personas que durante años y años se acercaron a la comisión para buscar su identidad, pero que resultaron casos no vinculados con los crímenes de lesa humanidad de la última dictadura.
“Gracias a la lucha de Abuelas hoy hay mucha conciencia sobre la importancia del derecho a la identidad. Son muchos los hombres y mujeres que a partir de esa lucha se empezaron a preguntar por su origen biológico. Lamentablemente, la apropiación es una práctica que en nuestro país existía antes de la dictadura, que la sistematizó.
Después de la dictadura y en democracia también siguieron los casos”, remarcó el secretario de Derechos Humanos, Horacio Pietragalla, a propósito del programa en el que se inscribe la campaña «Mamás que buscan” y que “tiene que ver con saldar deudas”: la de les argentines cuya identidad fue vulnerada, la de mamás cuyo derecho a maternar les fue negado.
La herramienta, que fue presentada públicamente a principios de octubre pasado, refleja que por primera vez el Estado nacional atiende la problemática del origen biológico de quienes no lo conocen y desean hacerlo.
El programa crea una base de datos de hijes que buscan a sus madres; de madres que buscan a sus hijes, y de hermanes que quieren encontrar a sus pares, de registro confidencial, e impulsa una investigación por acervos públicos y privados. Los cotejos genéticos no están a cargo del Programa; el Banco Nacional de Datos Genéticos solo interviene si las fechas de los casos coinciden con nacimientos ocurridos durante la última dictadura cívico militar.
Arrebatos
Con calma, Ester traduce en términos mercantiles el hecho que dio vuelta su vida de piso a techo: “Se suele describir a las mujeres a las que les fue robado un hijo o hija como ‘vulnerables’, ‘pobres’, ‘adolescentes’, ‘de vidas precarias’, pero sinceramente eso es poner el foco en ellas, cuando la realidad es otra. Yo siempre digo que me robaron a mi bebé porque existió un cliente que necesitaba un producto que le cumpliera el rol de hijo y un comerciante que estuvo dispuesto a vendérselo”.
El 27 de marzo de 1978, cuando faltaban dos días para parir, Ester se acercó a la maternidad Sardá porque sentía la “panza baja”. La ingresaron por guardia y la dejaron en una habitación “dos días, sin ningún tipo de asistencia”, describe. Cuando llegó la fecha de parto, el 29 de aquel mes y de aquel año, la trasladaron a una “piecita en la que cabía una camilla y había dos puertas”.
Por una, ingresó el médico que la había ingresado; por la otra, otro médico que ni la miró, ni le habló en ningún momento. Ni siquiera durante el parto, ni siquiera cuando recibió al bebé de Ester, su segundo hijo. Cuando ella quiso incorporarse en la camilla para ver al niño, el otro doctor la acostó de un empujón, almohada en su cara.
“Alcancé a verlo, le dije a mi hermana que era rosado y largo como Andrés, mi primer hijo”. Ester se fue de la maternidad con una versión de los hechos y ninguna prueba: su bebé había muerto. Nunca le entregaron el cuerpo.
A Mónica también le dijeron que su bebé había nacido “muy grave” y que había fallecido horas después del parto, que atendió en una vivienda de Córdoba Capital la partera Flora Muñoz, una mujer que intervino en por lo menos otra historia de hijes separados de sus madres al nacer. “Pero yo lo tuve en mi regazo, me lo apoyaron para cortar el cordón umbilical, y era muy vital y fuerte, hermoso varón”, cuenta Mónica en diálogo con Página|12. Cuando ella quiso verlo de cerca, también la empujaron sobre la camilla para impedírselo.
Durante muchos años, la mujer, que hoy tiene 70 años, calló sus dudas sobre la muerte del bebé que dio a luz el 15 de abril de 1972. El contacto con la partera lo hicieron sus hermanas mayores, que la acusaron de ser una vergüenza para la familia por estar embarazada –su novio “de toda la vida” era trabajador golondrina–, y que le ocultaron que en realidad el hijo de Mónica había nacido vivo y lo habían entregado a otra familia.
Otra pila de años silenciosos pasaron. Mónica y su “novio de toda la vida” se casaron y tuvieron tres hijes más. Sofía, la menor, fue la que insistió a Mónica para que rompa el cascarón, supere “vergüenza y el miedo” y se sume al camino que la joven había empezado en busca de su hermano.
Marta nació en Chaco y después de casarse se mudó a Santiago del Estero. Pero durante su adolescencia temprana vivió en Buenos Aires, adonde vino a trabajar para ayudar a su familia. “Siempre supe que acá tenía a alguien, pero este es un mundo tan grande que cómo buscar, ¿no?”, se pregunta entre sollozos. Cuando a los 14 años quedó embarazada, sus padres viajaron desde Chaco para “ocuparse” del asunto. Cuando llegó la fecha de su parto, en 1968, la dejaron en manos de la partera Nilda Civale de Álvarez, que en su casa de Laferrere la encerró en un cuarto, atendió el alumbramiento. De nuevo, la violencia: “Me quise levantar y una persona me empujó así para abajo, me apretó el pecho, no me dejó. Enloquecí y le pedí que me lo dejaran ver, porque ¿qué madre no quiere ver a su hijo?”, contó Marta. “No tenés derecho”, le contestó la partera, que en 2012 fue condenada a 12 años de prisión por la sustracción, retención y ocultamiento de tres bebés.
Agujas en un pajar
Como también enseñaron las Abuelas, la ausencia de huellas que permita desandar es una de las características del delito de apropiación de niñes: las personas llegan a la Comisión con la certeza de que no son hijes de quienes los criaron como tales, pero casi nunca cuentan con indicios para comenzar a buscar su identidad biológica. Y si bien el universo a atender es bien distinto al de hijos e hijas de mujeres desaparecidas que fueron separados de sus familias biológicas y entregados a otras que ocultaron su origen, “toda la experiencia de décadas de búsqueda que tiene la Conadi está puesta a disposición del Programa”, aseguró Claudia Carlotto, titular de la Comisión.
“Los casos en los que existe una adopción son más sencillos de resolver, pero en la mayoría se trata de inscripciones falsas que dificulta mucho todo”, cuenta María García Iglesias, que coordina el Programa Nacional. Así, concluyeron que “era imposible que quienes buscan sus orígenes encontraran a las madres. Debíamos hacer algo para que las madres los encuentren a ellos”, apuntó. De los 4.500 casos de apropiaciones registradas en el Programa que no están vinculadas con los crímenes de la dictadura, tan solo un 10 por ciento son madres. La campaña busca “romper con los prejuicios sociales que imposibilitaron a esas mujeres contar lo que les sucedió y salir al encuentro”, apuntó la psicóloga.
A Mónica, por ejemplo, el desaliento para encontrar a su hijo siempre provino de su familia, la misma que se lo arrebató al nacer. “A mí el silencio de tantos años se me convirtió en culpa. ¿Cómo podía aparecer en la vida de alguien así, después de 50 años?”, explicó. Con el tiempo y la ayuda de Sofía y sus otros hijos se fue “liberando de la angustia”: “Ahora emprendo esta tarea desde el amor. Quiero conocerlo para decirle que lo amo, que siempre lo amé, que no lo quise dar”.
Marta no sabe si su bebé es varón o mujer, pero “nunca lo olvidé”. Durante décadas tuvo mucho miedo hasta que conoció a “los pibes y las pibas que buscan a sus mamás”, como Clara Liz Pereyra, impulsora del juicio contra la partera que robó el bebé de Marta. Estos tiempos la tienen esperanzada: “Solo pido si lo o la encuentro, solo es para decirle que cómo fueron las cosas y darle un abrazo. Es una persona grande, hizo su vida, pero necesito decir la verdad. Y él o ella también”.
El derecho a la identidad, el derecho a maternar
“Existen los deberes que una tiene como madre, pero ¿qué pasa con el derecho que nosotras tenemos de criar a nuestros hijos y nos lo fue violentado?”, se pregunta sobre el “derecho humano a maternar, que no existe todavía”, Ester, que durante 37 años luchó contra el impulso de querer buscar a su hijo entre la gente. “Cada vez que me pasaba me repetía: ‘No, Ester tu bebé murió’”. Y, sin embargo, una mañana de 2015, mientras se preparaba para ir a trabajar, escuchó el testimonio de Patricia Giménez, del colectivo Mendoza por la verdad en la televisión y le cayeron todas las fichas: “Pegué un grito y rompí en llanto”.
Luego, les contó toda la historia a sus otros hijos y dio los primeros pasos en la búsqueda de la verdad, la suya y la de su bebé: Maternidad Sardá, Abuelas de Plaza de Mayo, Registro civil, Secretaría de Derechos Humanos.
Su participación en “Madres que buscan” tiene que ver con su compromiso con “muchos hijos e hijas que están esperando desesperadamente encontrarnos a sus mamás para saber quiénes son”. La campaña convoca a las madres a que se acerquen a la Conadi y compartan su historia para poder “entrecruzar su información, tanto desde la investigación como desde la genética, con la enorme cantidad de personas que se acercan a buscar su identidad biológica día a día”.
“A todas las mamás a las que alguna vez les dijeron que su hijo o hija había nacido muerto o muerto tras el parto. O aquellas que saben que les arrebataron a sus bebés, que se los sacaron, las apartaron de ellos. Acérquense, busquemos todas juntas, es un camino difícil, sobre todo emocional, pero necesario”, subrayó Ester. Marta insistió: “No pierdan el tiempo, hay muchos chicos y chicas que esperan conocerlas”. “Es el derecho de nuestros hijos e hijas y también el de ustedes de contarles que sí han sido amados, que lo son. Eso es fundamental para que puedan tener ustedes y ellos, una vida distinta”, concluyó Ester.