La vida en la Tierra puede recuperarse de un cambio climático importante… La humanidad no

02-07-2021
Medioambiente
Contexto y Acción, CTXT, España
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Incendio en Lytton (Canadá), durante la ola de calor que ha provocado temperaturas récord de 49,6ºC.

El caos climático ha vuelto a las portadas y a los telediarios. Y por varias razones. La más llamativa es sin duda la histórica ola de calor en el oeste de Norteamérica. En Lytton, Canadá, se ha pulverizado el anterior récord de temperatura nacional –era de 45 °C desde 1937– durante tres infernales días consecutivos. El termómetro canadiense ha llegado a registrar unos increíbles 49,6 °C a finales de junio, cuando los días más cálidos suelen ser en julio y agosto. Casi 5 grados de diferencia respecto al récord anterior. Casi 50 grados de temperatura en una localidad cuya latitud es cercana a la de Londres. Centenares de muertos y un incendio que ha obligado a evacuar el pueblo de Lytton por completo. 

La estupefacción de los climatólogos y meteorólogos ha ido aumentando proporcionalmente con cada nuevo registro. La probabilidad de que se dé un evento de estas características es de una vez cada 1.000 años, o más –o al menos esa era la probabilidad de que se diera. Otras tantas decenas de ciudades de Canadá y Estados Unidos han batido también sus temperaturas máximas particulares. Hay tantos récords que resumirlos es imposible, hay que elegir. Y el clima no se ha vuelto loco solo en esa zona: también ha habido registros para la historia en zonas de Rusia, Escandinavia y el Ártico desde mitades de junio, o un tornado de inusual virulencia en la República Checa. Mientras, en países más apartados del foco mediático, como Madagascar, la sequía sigue siendo terrible y está generando una tremenda crisis humanitaria. Y, ojo, para quien crea que todo eso le pilla lejos, los eventos extremos se están multiplicando exponencialmente y con ello las posibilidades de boleto perdedor en la lotería climática. El día que nos toque estar por estas latitudes bajo el foco –o bajo el domo de calor, en este caso– las temperaturas de esa península que es frontera con el desierto pueden superar fácilmente las del flamante récord canadiense.

En realidad, el clima está muy cuerdo, tanto, que busca como siempre y como puede su equilibrio, su homeostasis. Los que estamos locos quizá seamos el resto. Al menos los creyentes restantes en un sistema económico basado en el crecimiento perpetuo dentro de un planeta finito, que además ya ha sobrepasado los límites planetarios más cruciales con creces. En plena ola de calor, en Tacoma, Washington, las habitaciones con aire acondicionado de los hoteles han pasado a costar de 100 a 400 dólares. En el capitalismo el dinero todo lo puede comprar, hasta un billete al infierno. Pero todo proyecto socialista que en pleno siglo XXI no abjure absolutamente del productivismo caerá en casi las mismas contradicciones. 

El clima está muy cuerdo, tanto, que busca como siempre y como puede su equilibrio, su homeostasis. Los que estamos locos quizá seamos el resto

Pero vayamos a la otra razón de las portadas. Casualmente –o no–, en la noche del 22 al 23 de junio, justo entre los dos picos de la ola de calor –tengamos en cuenta que estos fenómenos son previsibles con bastante margen de tiempo–, ocurría otro hecho inaudito: la agencia de prensa francesa (AFP) publicaba una filtración de un borrador del organismo más importante del mundo en cuestiones climáticas, el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), que está ultimando, tras siete años de trabajo, su sexto Informe de Evaluación.

Los titulares de los medios han resaltado una de las frases más llamativas del informe filtrado, el Resumen para Responsables Políticos del Grupo de Trabajo II, encargado de analizar los impactos del cambio climático y la posible adaptación a los mismos, que reza: “La vida en la Tierra puede recuperarse de un cambio climático importante evolucionando hacia nuevas especies y creando nuevos ecosistemas. La humanidad no”. También han destacado que  “lo peor está por llegar”, “con implicaciones para la vida de nuestros hijos y nietos”. Esta serie de declaraciones son también inusuales, muy directas para un organismo que, en busca de una impecabilidad científica que nadie cabal podría poner en duda, y con la tarea titánica de dar cuerpo al conocimiento científico más puntero, en ocasiones sí peca de conservador, de quedarse corto, debido a su funcionamiento interno basado en el consenso y sujeto a múltiples revisiones que ralentizan el proceso.

Para el doctor en Ingeniería Química Eloy Sanz, quien precisamente es revisor experto del IPCC, la filtración no cambia demasiado el proceso: “Los revisores de estos informes tenemos un compromiso de confidencialidad igual que ocurre con cualquier otro trabajo científico en revisión. La transparencia del proceso es máxima, ya que todas las modificaciones y revisiones se publican juntamente con el informe final. Publicar versiones preliminares antes de que un trabajo definitivo esté disponible no es algo deseable. Se puede generar confusión o visiones distorsionadas de la versión final. También hay que aclarar que en los informes del IPCC, la ciencia no se debate en una mesa política ni se modifica en reuniones con miembros de los diferentes gobiernos. El resumen sí, precisamente porque va dirigido a políticos”.

El ingeniero y periodista Ferran Puig Vilar, quien ya nos relató el estado de los puntos de no retorno climáticos (tipping points), anticipándose meses a algunas de las conclusiones que ahora refleja el polémico borrador, lo tiene claro: “La filtración es para evitar influencias, y que al menos se sepa el contenido del borrador antes de la última revisión, que ahora se tendrá que hacer condicionada por la filtración. Alguien debe de estar preocupado por los eventos que ya estamos viviendo. Me gustaría saber cómo van a tratar de justificar la diferencia que hay con los anteriores informes. Cada vez es más visible que el punto de no retorno global puede estar cerca de ser sobrepasado, si no lo ha sido ya. Hemos chocado con los límites del crecimiento, quién sabe hace cuánto tiempo”. 

El científico del CSIC, Antonio Turiel, Ferran Puig Vilar, y quien escribe, coincidimos en que tras el aumento de los fenómenos extremos y la polarización del clima está el debilitamiento de la Corriente en Chorro o Jet Stream. En palabras del propio Antonio Turiel: “La circulación atmosférica de las latitudes polares y la de las latitudes medias son separadas por la Corriente en Chorro Polar, que evita que el calor africano pueda llegar al Polo Norte o que las olas de frío bajen a menudo hasta el Sáhara. Eso se acabó: esa corriente depende de la diferencia de temperatura entre el Polo y el Ecuador, y por culpa del cambio climático (y la amplificación polar) esa diferencia se ha reducido y con ello la Corriente de Chorro se ha vuelto más perezosa y más inestable. Hoy nos horrorizamos porque un lazo roto de esa Corriente ha embolsado aire increíblemente caliente sobre el oeste de Canadá, con temperaturas que rozan los 50 °C y mañana, veremos nevar, en pleno verano, en algunos puntos de Europa. Y dentro de unas semanas será al revés: fuego en Europa y hielo en América. Por eso este sentido repentino de urgencia de alguien del IPCC. Esto se nos va de las manos”.

“Se acabó el Holoceno, esa era benévola que permitió desarrollar la agricultura –prosigue Turiel. La Emergencia Climática era para ayer, pero hoy seguimos cegados en nuestra soberbia de creer que todo lo podemos arreglar con nuestra tecnología… justo cuando nuestra tecnología está fallando. Faltan chips, plásticos, escasea el cobre, el litio o el acero, y sin todos ellos no habrá tecnología. No es una escasez coyuntural, por la covid o alguna otra excusa barata que se da. Es un problema estructural. La maquinaria pesada y el transporte van con diésel, que escasea porque falta petróleo, y éste escaseará cada vez más porque ya no se invierte, porque cada vez queda menos petróleo barato y rentable en la Tierra. Delante del mayor reto de nuestras vidas –el climático– nos van a faltar recursos. Podemos responder, aún, a esta realidad, pero tenemos que cambiar, radicalmente, el chip. Lástima que éstos también escasean”.

Que quien ha filtrado el borrador busca evitar el posible maquillaje posterior es simplemente una intuición, una hipótesis del autor de este artículo, sin prueba alguna. Pero parece una tesis bastante probable, viendo el contenido del informe, el momento elegido, y sabiendo que este documento –el del Grupo II– estaba previsto para septiembre de 2021, justo antes de la COP26 en Glasgow (por lo que la podría haber influenciado), se retrasó por la pandemia y finalmente iba a publicarse en febrero 2022, atrasando todo otro año más, cuando ya es evidente que no hay tiempo

La doctora en Filosofía, Marta Tafalla, no comprende que nuestra sociedad no esté profundamente preocupada por el caos climático que viene y que nos anuncia este documento del IPCC y tantos otros: “La inmensa mayoría de políticos no parece que estén preocupados, ni tampoco la mayoría de intelectuales, gente del mundo académico, de la cultura y del periodismo, ni de la sociedad en general, o al menos no lo transmiten. Creo que la gente no está preocupada porque nuestra sociedad está tan desconectada de la biosfera, y entiende tan poco cómo funcionan los ecosistemas, que no comprende lo que significa un aumento de 2 o 3 grados. Necesitaríamos urgentemente convertir la educación ambiental y la ética ecológica en el eje vertebrador del sistema educativo y también de la prensa y la cultura. Si no logramos que el conjunto de la sociedad comprenda lo grave que es el caos climático, no habrá manera de poner en marcha medidas para intentar mitigarlo y/o adaptarnos a él, si es que todavía es posible, que cada vez tengo más dudas, pero al menos deberíamos intentarlo”. 

La gente no está preocupada porque no entiende cómo funcionan los ecosistemas y lo que significa un aumento de 2 o 3 grados.

Tafalla coincide en la importancia de la comunicación con Javier Peña, el divulgador climático y fundador de la página Hope, en pie por el planeta, que afirma: “Sin unos medios que eduquen continuamente sobre la gravedad de la emergencia, es imposible que las personas comprendan y acepten las medidas necesarias”.  

Para el filósofo y poeta Jorge Riechmann el problema tiene raíces más hondas y sistémicas. Así lo sintetiza: “Para no tocar los beneficios del capital y la rentabilidad de las inversiones de los rentistas, se está arriesgando la completa destrucción del mundo. Esto no da más de sí. En el intento de seguir creciendo, desestabilizamos el clima y destruimos la biosfera terrestre –y la geosfera, y la hidrosfera, y la criosfera… Degradamos trágicamente a Gaia. No se trata de salvar el planeta. Se trataría de resituar a la humanidad moldeada por el capitalismo (desde su mala posición o mala postura actual) de manera que podamos tener algún futuro”.

Y ante este contexto crítico hay quien quiere ampliar puertos como el de Valencia, aeropuertos como el de Barcelona o construir más carreteras esquilmando las exiguas huertas periurbanas. La incultura del pelotazo pervive en las mentes dementes del empresariado cortoplacista que ahora busca disfrazarse de verde para trincar fondos Next Generation, precisamente hurtándole a esta su mejor oportunidad de adaptarse a un mundo menos acelerado.

Para terminar, algo que nos deje buen sabor de boca y nos estimule a actuar y a coordinarnos para volver a poner a la emergencia climática en el centro del debate. Hay dos cosas positivas que podemos rescatar: la valentía de algunos de los científicos implicados parece estar aumentando, y queda claro que el interés mediático por estos asuntos también está aumentando. Aunque no tanto como para convertir este tema en prioritario, sí lo suficiente como para que las agencias de prensa publiquen filtraciones del IPCC a bombo y platillo, tildándolas de exclusiva mundial. Hace tiempo, probablemente, ni siquiera hubiera sido noticia. El caos climático ha vuelto a las portadas, sí, pero menos de lo que debería si queremos tener alguna posibilidad de adaptarnos a los efectos que ya hemos desatado.  

Juan Bordera