De las imágenes impactantes en las Cataratas del Iguazú a lo que pasará en Rosario con el río Paraná
Las imágenes de las cataratas del Iguazú desbordantes de agua abruman y en algunos casos fueron acompañadas de afirmaciones temerarias sobre lo que vendría y pronósticos exagerados sobre las consecuencias para el Paraná, en sequía histórica desde hace casi tres años. Sin embargo, las características del río marrón y de cómo le impactan las intensas lluvias sobre las cuencas de sus afluentes en el norte del país, junto al momento climático que atraviesa la región por el fenómeno de La Niña, avalan otras estimaciones: habrá, como ya viene ocurriendo, una recomposición en las alturas de sus aguas a la altura de Rosario, que por unos días podrían incluso superar las medias para la época del año, pero será transitoria y lenta. Nada indica que el ciclo de bajante se revertirá, al menos, hasta fin de año. Hay sí, como consecuencia de un déficit hídrico prolongado, otro riesgo alimentado por la situación socioeconómica: la instalación de viviendas precarias en terrenos costeros hoy secos que, a mediano plazo, el agua reclamará.
La medición de la altura del río en el Puerto de Rosario este sábado 15 de octubre fue de 1.75 metro. Muy lejos del nivel de alerta de 5 metros e incluso de la media para la época del año, de alrededor de 3.30 metros. Y nada permite atisbar que el repunte será significativo ni, menos, violento.
El Paraná es el segundo río más largo de América del Sur, después del Amazonas. Recorre 4880 kilómetros por territorios de Brasil, Paraguay y Argentina desde su nacimiento en la confluencia de los ríos Paranaíba y Grande hasta su desembocadura en el Atlántico a través del Río de la Plata.
Su cuenca es una de las más grandes del mundo y tiene “un comportamiento paquidérmico”, grafica el ingeniero Juan Carlos Bertoni. Con un doctorado en Francia y experto internacional en materia hídrica y ambiental, es el presidente del Instituto Nacional de Agua (INA). Por esa característica, es que “cuando arrastra una bajante tan extraordinaria como la actual, le cuesta volver a sus niveles normales”. No bastan las lluvias sucedidas en los últimos días, por intensas que sean, para romper con una tendencia que lleva casi tres años.
No obstante, sí hay una situación diferente. Bertoni la repasa: “Se produjeron lluvias bastante significativas sobre las cabeceras de los ríos Iguazú, al norte de la provincia de Misiones, y en la misma zona sobre buena parte de la cabecera del río Uruguay, además de en lo que se conoce como la cuenca incremental de Itaipú, la represa paraguayo-brasilera que está muy próxima al límite argentino”. Sin embargo, el referente del INA aclara que esas precipitaciones no fueron de niveles extraordinarios, y además el impacto de las mismas sobre cada curso de agua –e incluso sobre diferentes tramos del mismo– depende de su morfología particular.
“En el caso del río Iguazú, su cuenca es nerviosa: llueve y enseguida responde, porque es muy chica, una lluvia importante suele abarcarla casi en su totalidad y las características de los suelos potencian el rápido aumento del caudal”, explica el presidente del INA. Es lo que se reflejó en las llamativas imágenes de las cataratas. Hay otro factor para este desenlace. En la cuenca de este curso que nace en el cordón montañoso brasileño Serra do Mar hay “varias represas, pero ya están colmadas, con entre un 80 y 90 por ciento de su nivel máximo, sin capacidad de retener la masa extra de agua para amortiguar el impacto”.
La crecida del Iguazú alcanzó un pico en Andresito (donde el río toca el norte de Misiones) el 12 de octubre último, con un caudal estimado de 17.500 metros cúbicos por segundo que no se registraba desde octubre de 2014. La situación del Paraná es diferente.
Las lluvias en el área de respuesta hidrológica rápida al este de Paraguay, Misiones, cuenca de aporte directo al embalse de Itaipú, cuenca media y baja del río Iguazú y parte de la alta cuenca del río Uruguay aportaron un mayor caudal al “pariente del mar” en el primer tramo argentino, que comparte la provincia de Misiones con el Paraguay.
Además, la represa de Yacyretá recuperó caudales desde la tercera semana de septiembre y opera con un nivel cercano al normal, por lo que no puede retener agua para amortiguar excedentes y “prácticamente eroga lo que recibe”. Bertoni completa el cuadro y focaliza “un punto muy importante, aguas abajo: el conocido como Confluencia, cerca de la ciudad de Corrientes, donde desemboca el río Paraguay”. Es un curso, señala, sin represas para morigerar, pero en cuya cuenca no se produjeron lluvias intensas y “por lo tanto, aporta poco”.
Corrientes hacia abajo
Lo anterior, sin embargo, no se replica igual a lo largo de todo el curso. “De Corrientes aguas abajo, el Paraná viene de niveles muy bajos, y eso hace que la crecida tienda a amortiguarse a medida que avanza hacia Rosario”. Bertoni explica por qué: “Hay muchos sectores donde la vegetación costera ha invadido zonas que el agua cubre cuando los niveles son los promedios”. Entonces, la mayor masa hídrica aportada por las lluvias en el norte “debe realizar un gran esfuerzo para pasar, y eso achata la onda de crecida”.
La conclusión es que “habrá aumentos importantes de caudal, pero no críticos ni peligrosos. El especialista, nacido en Rosario, agrega que a la altura de la ciudad “se podrán recuperar por momentos los niveles promedio, e incluso podrán darse algo superiores, pero la permanencia de esa situación va a depender de si continúan las grandes precipitaciones”. Caso contrario, “volverá la tendencia a la baja, porque una lluvia significativa sobre sólo un tramo de la cuenca no permite sostener el crecimiento del caudal en el tiempo”.
Lo que es del agua
En Rosario hubo ya casos de viviendas precarias a la vera del Paraná destruidas por desmoronamientos de las barrancas, que pierden sustento ante la falta de la presión del agua con el río en bajante. Bertoni señala un riesgo similar con los asentamientos sucedidos en estos casi tres años de sequía en zonas aledañas a las ciudades donde el agua se retrajo. Es un movimiento potenciado por el contexto socioeconómico que desde el INA ven con preocupación.
Es que, a mediano plazo, con el fin del ciclo de La Niña a fines de año, la recuperación de las medias de las precipitaciones y los consiguientes aumentos de nivel del río, esas tierras ahora afloradas volverán a quedar bajo el agua. Si las administraciones locales y la nacional no adoptan medidas de prevención y se anticipan, el costo de remediar seguras emergencias será mayor.
En Rosario, un ejemplo de lo que pasa cuando se ignoran las dinámicas del agua es la urbanización de barrio Empalme Graneros, sobre el valle aluvional del arroyo Ludueña, entubado en su tramo anterior a la desembocadura en el Paraná. Fueron necesarias numerosas obras de ingeniería para morigerar las inundaciones, desde la presa retardadora en 1995 hasta los sucesivos conductos aliviadores que aunque duplicaron la capacidad de drenaje cada veinte años, desde el primero en 1940 hasta el Aliviador 3, por debajo de calle Sorrento, no alcanzan cuando las precipitaciones exceden sensiblemente los promedios. En parte, además, por la impermeabilización creciente de la cuenca a consecuencia de los usos del suelo: avance de la frontera agrícola y urbanizaciones.