María Soliña, torturada y acusada de brujería por la Iglesia para arrebatarle su riqueza
María Soliña sazonó con sus penas el Atlántico, entre cuyas olas arribaron los piratas berberiscos. El terror arrasó Cangas en 1617 y se llevó por delante a su hermano y a su esposo, Pedro Barba, quien contaba con un buen parné, fruto de su trabajo en un mar que le dio y le quitó la vida. María lloró cada noche su pérdida sobre la arena, donde suplicaba que el océano le devolviese sus cuerpos. Un acto de amor y la prueba del delito: ¿qué podía hacer una mujer sola en la playa más que procurar la carnalidad del diablo al amparo de la madrugada?
Tras el asalto de los otomanos a la costa pontevedresa, los poderes fácticos de la época vieron mermado su patrimonio, por lo que tanto la burguesía como la Iglesia la escogieron a ella para resarcirse. Aunque no era de alta cuna, poseía bienes y derechos, de los que fue desposeída a los setenta años tras ser acusada de brujería y juzgada en 1621 por el Tribunal de la Inquisición en Santiago de Compostela. María, más sola que su apellido —quizás en origen Soliño—, fue torturada hasta que se vio forzada a confesar para librarse del martirio.
Obviamente, no había hecho nada malo, pero quienes mandaban en el lugar querían seguir imponiendo su autoridad sobre el pueblo y, para ello, les hacía falta dinero. Sin embargo, no podían arrebatarle las riquezas sin levantar sospechas, por lo que también fueron detenidas otras mujeres humildes bajo la misma acusación. Algunas fueron ejecutadas, mientras que ella burló la muerte a costa del escarnio público, paseada tal vez por la misma calle que hoy lleva su nombre.
Aquel personaje legendario, motivo de orgullo local al cabo de cinco siglos, inspiró al dramaturgo Xosé Manuel Pazos, quien esbozó su figura en una obra teatral que terminaría cimentando una ópera compuesta por Nacho Mañá. Cautivado con la representación, el músico se propuso fusionar el género clásico con el folclore gallego y, cuatro años después, la llevará a escena el 8 y el 9 de mayo en el Auditorio de Cangas, donde los vecinos de la localidad podrán conocer a una singular María Soliña.
«Fue una víctima de su tiempo, aunque también una mujer valiente y revolucionaria», cree la soprano Carmen Durán, quien da voz a una represaliada que se aleja de la visión mítica. «Celso Emilio Ferreiro la hizo famosa con su poema, pero no me interesa la María Soliña que está en el imaginario colectivo. Sobre las tablas, ella lee, usa la poesía como arma y se defiende de su acosador», explica a Público la cantante y presidenta de la asociación cultural O Muíño da Coutada, convencida de que hoy encarna a todas las que han sufrido abusos de poder a lo largo de la historia.
Para representar la tortuosa vida de esta viuda de los defensores de Cangas ante los corsarios otomanos, Mañá decidió folclorizar un género que podría ser considerado elitista para llegar a todos los públicos. El resultado de «esta dura y bonita batalla» es «un espectáculo escénico que huye de cualquier clasificación convencional y que podría quizás bautizarse bajo el nombre de ópera folk gallega«, explica en un texto de su puño y letra el compositor cangués afincado en el Reino Unido.
En María Soliña. Ópera nun acto, la soprano Carmen Durán estará acompañada por el contratenor Christian Gil-Borrelli, por el bajo Antonio Alonso y por el tenor Jos Bustamante, aunque su intención de adentrarse en la cultura tradicional le ha llevado a incorporar al actor Lois Soaxe —quien da vida a un ciego— y a un coro integrado por vecinas del municipio. Junto a ellas, la Orquesta Sinfónica Vigo 430, dirigida por Roc Fargas y Castells.
Además, figuran como invitados el gaiteiro Anxo Lorenzo y el zanfonista Anxo Pintos, miembro del desaparecido grupo folk Berrogüetto. Basada en la obra de Xosé Manuel Pazos A defensa da Vila. María Soliña, J.R. Bustamante firma el libreto, Pilar Velasco se encarga de la iluminación y al frente de la dirección de escena se encuentra el cineasta Sigfrid Monleón, nominado en cuatro ocasiones a los Premios Goya en las categorías de mejor documental y de mejor guion adaptado.
Más allá del apartado musical e interpretativo, el ideario de la ópera ha sido apuntalado por la doctora en Filosofía Chis Oliveira Malvar, quien sostiene que la caza de brujas respondió a «una política de control social» y a una «violencia institucionalizada, sistemática y estructural contra las mujeres de carácter ejemplarizante: matar a algunas para asustar a todas«. La también doctora en Pedagogía por la Universidade de Santiago de Compostela afirma que fue «el mayor feminicidio» de la historia, pese a que según ella apenas ha despertado interés entre los especialistas.
«No la quemaron, pero fue condenada a llevar durante seis meses el sambenito, el hábito de penitente que la marcaba como bruja proscrita. Y ya no sabemos más de ella, pero se mantuvo en la memoria colectiva, convirtiéndose en el símbolo del sufrimiento del pueblo de Cangas, aunque con una imagen deformada como bruja o loca», escribe Oliveira en María Soliña, miedo a la mujer sin miedo, donde recuerda que la filósofa Silvia Federici analiza el uso de la violencia como herramienta para que «hicieran el trabajo gratis sin protestar» durante la transición al capitalismo. Una tarea doméstica, invisible y sin remunerar.
Las transgresoras, añade la experta en educación sexual con perspectiva de género, fueron objeto de una caza de brujas en los siglos XVI y XVII. «Las víctimas fueron mujeres solas, que tenían conocimiento de la medicina tradicional, solteras o viudas, mujeres sabias que no estaban al servicio de ningún hombre. No resultaban útiles al sistema que se avistaba, y, por encima, daban mal ejemplo y resultaban subversivas para el nuevo orden social. La ignorancia presidía la vida cotidiana y, en aquel entonces, la magia, la brujería y todo lo sobrenatural, que no controlaba la religión, era considerado una amenaza para el poder», concluye Oliveira.
Así, María Soliña, una viuda que rogaba cada noche que las aguas le devolviesen a su marido y a su hermano, héroes de la defensa frente a los corsarios berberiscos que arrasaron Cangas, fue víctima de una superstición alentada por la Iglesia católica, según la catedrática de Filosofía en el Instituto Alexandre Bóveda de Vigo. «En el imaginario colectivo creado por el patriarcado, las brujas son mujeres sin esposo, llenas de maldad, celos y viejas. Sus poderes mágicos proceden del diablo y son para hacer el mal», explica Oliveira, quien subraya que la persecución prosigue en algunos países y en las redes sociales.
«Hoy desde el feminismo sabemos que las brujas fueron mujeres con poderes fruto de su inteligencia y conocimientos. Mujeres no domesticadas, sabias e independientes, parteras, curanderas y, en algunos casos, visionarias o chamanas; mujeres valientes que transmitían sus saberes de generación en generación», escribe la profesora. «Porque la bruja es un icono feminista, símbolo de la liberación. Siempre estuvo ligada a lo subversivo que no se pliega a las normas convencionales. Brujas podemos ser todas, porque nosotras somos las nietas de aquellas que quemaron y de las que no pudieron quemar», concluye.
Carmen Durán le dará voz a todas ellas el 8 de mayo en el pueblo donde purgó un pecado inexistente María Soliña, aunque el éxito de la convocatoria ha llevado a los organizadores del acto a ofrecer otra función al día siguiente. Los espectadores podrán descubrir a una legendaria vecina cincelada en clave contemporánea, diferente a la figura que habíamos conocido a través del relato oral transmitido de generación en generación. Algunos verán a un icono del feminismo antes del feminismo. Otros, como decía la protagonista en la obra de Xosé Manuel Pazos, asistirán a «un cantar de amor que traspasa barreras y tumbas».