Las fiestas de Franco: cómo la dictadura «fascistizó» las Fallas, los Sanfermines o la Semana Santa
Las fiestas son de Franco. Las Fallas, los Sanfermines, la Semana Santa… Porque la dictadura retorció la memoria social para legitimar la «Nueva España». Usó el régimen de terror como cimiento y la tradición y el folclore, travestidas de nacionalcatolicismo, como herramientas de «fascistización». Un retorcimiento facha al imaginario colectivo, como disecciona el libro El franquismo se fue de fiesta. Ritos festivos y cultura popular durante la dictadura (Universitat de València, 2022).
Ya no solo era sangre, guerra, muerte. La calle, las guirnaldas, la música, la vida, servían también para adoctrinar. «El franquismo dominó a una parte de la población a través de la violencia, la represión, y a otra desde la cultura popular, que resignificó, adaptando el imaginario a cada pueblo para mostrarse como perpetuadores de la tradición», sintetiza César Rina, profesor en la Universidad Extremadura, en conversación con Público.
La dictadura de Francisco Franco «reutiliza» las fiestas «para legitimarse». Estas ceremonias crean el anclaje entre el espacio público y las expresiones culturales al servicio del fascismo español. Una relación poliédrica que consolida y afirma la «fascistización» de la España nacionalcatólica, de la que todavía quedan rastros.
«En términos estéticos queda mucho», precisa Rina. «Muchas fiestas siguen imbricadas con mucha simbología, como banderas o crucifijos, que en sí no son fascistas pero tienen esa reminiscencia», continúa. «O temas que chocan con las leyes de Memoria Histórica, como los mantos de determinadas vírgenes con elementos falangistas, u otros enseres, o el caso candente de Queipo en La Macarena», ejemplifica.
Y El franquismo se fue de fiesta analiza la apropiación de los rituales «desde el enfoque de la historia cultural», apunta Rina, que coordina la obra junto a Claudio Hernández, profesor en la Universidad de Granada. El libro colectivo cuenta con especialistas que abordan «fenómenos festivos» como Las Fallas, los Sanfermines, la Semana Santa en Andalucía, las fiestas mayores de Catalunya, la romería de El Rocío, el folklore de la Sección Femenina, el Día d’Asturies, las fiestas rurales en Mallorca o los Carnavales de Cádiz.
Fallas y Carnaval
Un caso paradigmático: las Fallas de València. La fiesta sufre una «reinvención integral» durante el franquismo para “legitimarse ritual y simbólicamente” a nivel local, narra en su capítulo Gil-Manuel Hernàndez. En los años 40, como ejemplo, «muchos festejos falleros culminaban con el canto del Cara al sol y gesticulación ritual fascistizante», amén de la actuación «de la censura», asegura.
«La cultura festiva supuso un privilegiado mecanismo de movilización social para fomentar la aceptación, el consenso y el control social de la población», sostiene. Y si hay fiesta «subversiva», pareja al ritual fallero, es el Carnaval de Cádiz. Las dos comparten enfoque, desde la «crítica e ironía», e invasión franquista, «que primero prohíbe, más tarde intenta dar un tono fascista y luego religioso», apunta César Rina.
Emerge «la conciencia por parte de las nuevas autoridades franquistas de que las agrupaciones controladas de manera férrea, así como debidamente organizadas, valdrían de bálsamo anestésico para la población», explica Santiago Moreno. Un enérgico contraste con la «eclosión de libertad y alegría» en la Segunda República que genera «un Carnaval tan libre» que pasa a «fiesta prohibida» por «sus connotaciones políticas y sociales» y a «sobrevivir en la clandestinidad más de una década».
Pero el terror fundacional del franquismo también ataca con el asesinato y la «represión física» a «las gentes del Carnaval», confirma el historiador. La dictadura trajo detenciones, aparato censor… a una celebración «incontrolable», en palabras de Rina. Las fiestas, al cabo, mantienen esa dualidad: generan ciertos espacios para la contestación, incluso para la mezcolanza de clases sociales, «pero no quita que son una expresión jerárquica del orden social». Con un énfasis especial en los ritos religiosos.
Rocío y Semana Santa
Caso de El Rocío (Huelva). Esta devoción popular –como paradigma de las romerías hispanas– sirve a la construcción simbólica del régimen de Franco ligando «los valores nacionalcatólicos tradicionalistas» y «prácticas rituales fascistizadas», explica José Carlos Mancha. La «legitimación sagrada» de la dictadura casa con la «criminalización del periodo republicano» y el «control» político con «cuestiones identitarias» y «comportamientos báquicos y paganos».
Porque la «religiosidad popular» resulta clave para la «construcción ritual» y la búsqueda de «legitimidad de la dictadura franquista», como perfilan en su apartado sobre Semana Santa en Andalucía los coordinadores del libro. Esta «resignificación», con el apoyo efusivo de la Iglesia católica al régimen fascista, facilita el «proyecto de renacionalización y recatolización social», según Claudio Hernández y César Rina.
La «Nueva España» ejecuta «el control sobre las hermandades, depurándolas a conciencia y llenándolas de individuos afectos al régimen». O impulsa la «militarización y fascistización de las cofradías, de sus ritos y su estética, al calor de la ‘cultura de la victoria’ y del ascenso falangista», escriben. Un poso nacionalcatólico que sigue vivo en casos como las vírgenes adornadas con «elementos falangistas» o el genocida Queipo enterrado con honores en un edificio religioso.
‘Spain is different’
«Es una manera muy intensa de hacer propaganda», refresca César Rina. «El pueblo participa, por eso para el franquismo era muy importante apoderarse de estas fiestas», prosigue. «Y van a intentar hacer lo mismo con los Sanfermines»: de la cultura «nacionalcatólica y fascista» pasa, con el regreso del escritor Ernest Hemingway, a «baluarte de esa España festiva y que atrae turistas, el Spain is different».
«El régimen aprovechó la difusión internacional para ofrecer una imagen de apertura e incluso de tolerancia» mientras los «nativos» se adaptaron al fervor turístico y «a las veleidades de unas autoridades que buscaron sacar provecho», cuenta Francisco Javier Caspistegui. Al franquismo no le importó ni la «paradoja» de usar a un defensor de la República como Hemingway, autor de Por quién doblan las campanas –que dedicó a la guerra civil– o Fiesta.
Y el franquismo asesta además un golpe a la participación de las mujeres en los ritos populares. «A la Sección Femenina le correspondió la integración del hecho folclórico regional en las fiestas de la victoria», refleja en su capítulo Lucía Prieto. En esta iconografía fascista «sus afiliadas» representan «un rol de figurantes» que equilibra la presencia militar y litúrgica. Un «papel ornamental» que explota en los productos ofertados «en las zonas más castigadas por la represión franquista» como «recordatorio» del triunfo sublevado.
El franquismo se fue de fiesta toca además los ritos festivos «en las periferias rurales de posguerra» con un texto de Antoni Vives desde el caso del municipio de Artà (Mallorca). O el Día d’Asturies como ejemplo de la relación de la dictadura con las celebraciones populares, por Enrique Antuña, y «la politización de las fiestas mayores en la Catalunya franquista», por Jordi Carrillo.
«Ya no solo era terror y una labor despiadada de represión, las fiestas populares han sido una vía para reafirmar el régimen», en palabras de César Rina. La dictadura creó e instauró «tradiciones que se venden como milenarias pero son creadas por el franquismo. Y adaptó, para imponer su legitimidad, el “marco festivo». Espacios que siguen siendo, a ráfagas, las fiestas de Franco.