El modelo combativo que ha llevado a la CIG a ser el primer sindicato de Galicia
El rechazo que ha tenido en Galicia la propuesta de reforma laboral del Gobierno tiene mucho que ver con el auge de la Confederación Intersindical Galega (CIG), la central nacionalista que se ha convertido desde hace años en la primera del territorio con una estrategia de sindicalismo combativo y contrapoder que no deja espacio a las concesiones a la patronal.
La CIG, fundada en 1994 por la fusión de los sindicatos nacionalistas surgidos a principios de los años setenta y desarrollados durante los primeros años de la democracia, cuenta hoy con más de 75.000 afiliados en Galicia, más que CCOO y UGT juntos. Tiene más de 4.500 delegados y delegadas en empresas y administraciones públicas -CCOO y UGT están por debajo de los 4.000-, es mayoritaria en muchos sectores y en las dos grandes provincias, A Coruña y Pontevedra, y dispone de una enorme capacidad de movilización por su participación directa en decenas de luchas de la sociedad civil organizada. No sólo laborales, sino también vecinales, sociales y ambientalistas.
Si la CIG pone en marcha ese potencial movilizador contra la legislación aboral que ha propuesto Yolanda Díaz, el Gobierno se va a encontrar con un serio rival en la tierra de origen social y político de la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social. Y será justo en el momento en que las encuestas alertan de que el auge de la ultraderecha amenaza la mayoría parlamentaria del Gobierno y su continuidad en el poder.
«El fascismo nace por el fracaso de la izquierda», alerta Paulo Carril, de 48 años, secretario general del sindicato desde el año 2017. «Su caldo de cultivo se genera cuando los poderes públicos no resuelven en un sentido positivo el desencanto social que provoca la crisis, que puede hacer que los sectores desposeídos de la clase obrera y de cierta clase media entiendan que las políticas de izquierda no funcionan», añade.
En Galicia no existe unidad de acción sindical. Desde hace años la CIG acude separadamente a las manifestaciones del 1 de mayo, con marchas alternativas a las que celebran CCOO y UGT. Los dos históricos sindicatos acusan a los nacionalistas de despreciar los acuerdos y el diálogo y de debilitar la capacidad de negociación de los trabajadores. La CIG responde que lo que hacen CCOO y UGT es negociar desde las cúpulas al margen de éstos, de allanarse ante los intereses de la patronal, como ha sucedido con la reforma laboral, y de minar así la capacidad de respuesta de la ciudadanía ante la injusticia y la desigualdad.
«El motor del cambio siempre es la movilización social, y el sindicalismo tiene un papel fundamental no sólo como reserva ideológica», dice Carril, «sino como demostración de que las posiciones de clase, y en nuestro caso también nacionales, son las únicas capaces de dar soluciones en un momento crítico en el que el modelo neoliberal se está convirtiendo en ultraneoliberal».
La CIG es se define como un sindicato de clase que defiende la identidad nacional de Galicia, heredero de las luchas sociales de los años setenta y especialmente de las surgidas en torno a los sucesos del 10 de mazo de 1972, cuando la policía franquista asesinó a tiros en Ferrol a dos obreros, Amador Rey y Daniel Niebla, que participaban en una manifestación. Entonces se celebraron multitudinarias protestas en toda Galicia, con centenares de detenidos, torturados y represaliados, y desde entonces, cada año, el 10 de marzo se conmemora como el Día de la Clase Obrera gallega.
La estrategia sindical de la CIG y su auge en los últimos tiempos tiene mucho que ver con aquel modelo, tal y como explica Susana Méndez, secretaria de Organización: «Si somos la primera fuerza sindical de Galicia es porque somos una fuerza combativa que entiende el conflicto como herramienta para avanzar y lograr derechos y conquistas sociales». «Y eso está en las antípodas del pactismo de CCOO y UGT», añade.
Méndez también critica el ostracismo al que se ve sometida la CIG, no sólo por el ecosistema mediático de Galicia, sino por los poderes públicos y especialmente el Gobierno, que no les ha tenido en cuenta en ninguna negociación. «Somos el sindicato más representativo del país, pero el Gobierno se ha inventado el diálogo social, que no es una institución ni un organismo de representación, para negociar sólo con quien quiere y dejando al margen a miles de trabajadoras».
La actividad de la CIG no se recoge en los medios públicos y privados de Galicia ni siquiera de manera remotamente proporcional a la influencia en las relaciones laborales que le dan sus delegados y delegadas y la capacidad para abrir y conducir debates públicos que le dan sus militantes. Pero el sindicato ha encontrado en las redes sociales y en Internet una alternativa propia y eficaz para llegar a la sociedad. Su diario digital Avantar (traducido al gallego, saltar y avanzar hacia adelante), lejos de ser un órgano de comunicación interno, es la mejor herramienta informativa para quien quiera mantenerse al día de la actualidad sociolaboral.
Desde las luchas de las asociaciones de sanitarios, pacientes, padres y profesores contra los recortes en sanidad y educación, hasta las de las plataformas ecologistas y vecinales que defienden el medio ambiente y se oponen a dañinos proyectos eólicos y mineros, pasando por los movimientos feminista y LGTBI y el los colectivos ciudadanos que se enfrentan a la banca, a los fondos buitre o a las corruptelas del Gobierno de Feijóo. La CIG no deja sin cubrir prácticamente ni un sólo hueco de la respuesta social a la explotación, la desigualdad y las privatizaciones de bienes y servicios públicos. Y su mayor mérito reside en que siempre consigue vincular esas luchas a la estructura de un sistema de relaciones laborales injusto, discriminatorio y muy poco democrático.
«Quienes cuentan en este sindicato son las bases, no las cúpulas», afirma Roberto Pérez, delegado de la central en Inditex, la multinacional por antonomasia del país y sobre la que resulta prácticamente imposible encontrar un posicionamiento crítico en Galicia pese a la enorme conflictividad social en la que derivan las condiciones laborales de la mayoría de sus trabajadores y, sobre todo, trabajadoras.
«No somos un complemento del departamento de recursos humanos de la empresa», apunta el delegado de la CIG en la compañía de Amancio Ortega y su hija Marta. «Los trabajadores saben que nuestro sindicato significa compromiso y eficacia, que no nos dedicamos al politiqueo y que nunca firmamos acuerdos que no supongan beneficios para ellos».
La CIG es mayoritaria en muchos departamentos de Inditex, especialmente los más precarizados y feminizados, como el de las dependientas de las distintas marcas de la compañía. También en el sector del automóvil, el otro gran referente industrial de la economía gallega, y en parte de la industria naval, donde tomaron forma aquellas luchas sindicales de los últimos años del franquismo.
Francisco González Sío, secretario de Negociación Colectiva del sindicato y su delegado en GKN, la principal empresa auxiliar de la planta de Citroën en Vigo, asegura que esa estrategia combativa de la que la CIG dice ser heredera funciona, a su juicio, mejor que la política pactista que CCOO y UGT han desarrollado en las últimas décadas. «Somos el sindicato que más convenios colectivos ha firmado y el que más acude a los organismos de mediación. Pero los acuerdos que alcanzamos nunca son claudicaciones ante la patronal», sostiene.
González Sío explica que tiene «la misma forma de entender el conflicto y la movilización social» que tenían aquellos trabajadores de los años setenta, como sus padres. «El activismo entendido no como gamberrismo, sino como herramienta de solidaridad de clase y de reivindicación para la mejora de nuestras condiciones de vida». «Ser de la CIG significa eso: estar preocupado por tus compañeros y dispuesto a luchar por ellos», concluye.