Contra el impuesto a las remesas
El autor es dominicano, residente en Lawrence, Massachusetts, reacciona ante la propuesta del cónsul dominicano en New York, de gravar con un 1% las remesas.
“Los dominicanos que hemos emigrado dejando nuestra familia, nuestras raíces, nuestra esencia en este exilio económico amargo como retama, que somos sin embargo leales a una nacionalidad que no olvidamos y a la que nos hemos fundido por amor a lo nuestro, volvemos a ser castigados una vez más por el hecho de haber nacido en el país”.
He visto en un periódico de circulación nacional las “enjundiosas” declaraciones del impoluto cónsul dominicano en New York acerca del cobro del 1% a las remesas de los dominicanos.
Hombre de dilatada carrera, como el Ave Fénix, el cónsul Eligio Jáquez vuelve y vuelve, en la eterna repetición de los mismos actores en la comedia política dominicana.
Dado que explica que el impuesto tendrá carácter de ayuda social, me imagino, por el volumen de lo enviado, la gran cantidad de edificios comunales que construirán a los dominicanos en el área de New York; los programas de salud que competirán con el medicaid, desplazándolo; los centros de ayuda económica, la creación de una agencia policiaca que ayude en asuntos de criminalidad y, en su retiro, su cheque del seguro social consular.
Como será un trabajo agotador contar los dólares generados, me imagino al cónsul, sus parciales políticos y etc. comprar buenos vehículos, buenos apartamentos y casas (fincas incluidas, que de eso sabe el cónsul) como emolumentos por su tediosa tarea.
Los dominicanos que hemos emigrado dejando nuestra familia, nuestras raíces, nuestra esencia en este exilio económico amargo como retama, que somos sin embargo leales a una nacionalidad que no olvidamos y a la que nos hemos fundido por amor a lo nuestro, volvemos a ser castigados una vez más por el hecho de haber nacido en el país.
Las remesas, cuyo influjo económico sostiene como un puntal de acero la economía dominicana, llegan y se desparraman en cada lugar del territorio dominicano valorizando negocios, banca e industria, generando empleos y seguridad social y cívica y son, muchas veces, superior a lo generado por el turismo, aparte de que no necesitan grandes inversiones y son un flujo constante.
Ese dominicano o dominicana que se fue, mirado a veces como ciudadano de segunda clase, mantiene la economía del país no solo con la remesa, porque, ¿quiénes compran lo producido en el país? ¿Los alemanes, los franceses, los norteamericanos? El desarrollo de la industria y de las exportaciones dominicanas también lo promovemos los emigrantes con las compras que generamos de productos que quizás pudieran ser mejores, peroque están atados a nuestra esencia.
El nuevo cónsul en New York, con algunas pifias en su pitcheo político, saca un sable de agresión contra una comunidad que, como la dominicana, ha conocido sus deberes patrióticos, sostiene la economía y recibe, cuando recibe, una palmada o, como en este caso, una estocada haciéndonos sentir como el rabo de la vaca del cuento.
De prosperar la petición de este “SEÑOR”, debemos comenzar a dejar de enviar remesas, apretarnos los pantalones, cerrar el corazón a los sentimientos y entender que los malos políticos del pasado nos botaron del país y que vuelven, sonrientes y bien comíos, a enterrarnos la daga del dolor y la traición.