La maldición de Barcelona 1992: cómo el éxito español arruinó los juegos para siempre
9 de agosto de 1992, filo de la medianoche. Los primeros acordes de ‘Gitana hechicera’ de Peret comienzan a sonar como colofón final de los Juegos Olímpicos de Barcelona. «Ahí está, esa hechicera gitana / con su poder, te llenará de ilusión / también cambiará tu vida / pues sus hechizos son buena suerte / salud, amor y fortuna / si se lo pides con devoción». Los políticos y empresarios que estaban tomando nota del éxito barcelonés no podían saberlo, pero la letra de la canción resumía perfectamente la maldición que estaba a punto de caerles.
El aparente éxito barcelonés (dejaremos sus consecuencias y efectos negativos para más tarde) ha terminado derivando, paradójicamente, en una de las mayores crisis olímpicas, que ha concluido con un Tokio 2020 pesadillesco y unos Juegos Olímpicos otorgados a dedo a Brisbane. Barcelona 1992 fue una excepción, un «milagro», como se ha descrito a menudo. Pero la mejor lección de aquella cita no era «si quieres, puedes», sino «no lo intente usted en casa». Desde hace 30 años, los organizadores han intentado sin éxito replicar aquel episodio con un costo riesgo-beneficio cada vez mayor.
«Barcelona era un caso especial porque tenía mucho que ofrecer y era desconocida»
«El éxito de Los Ángeles en 1984 y Barcelona en 1992 hizo que otras ciudades tomaran nota y dijeran ‘si ellos pudieron hacerlo, nosotros también podemos convertir los Juegos Olímpicos en la gallina de los huevos de oro’, pero eso no ha ocurrido», explica a El Confidencial Robert Baade, profesor de Economía en el Lake Forest College y uno de los grandes especialistas a nivel mundial de la economía olímpica. Baade denomina «la maldición global de los Juegos de Barcelona» a esa imposibilidad de imitar su modelo. «El COI, por su parte, se ha beneficiado de que el éxito de esos dos Juegos Olímpicos disparase el interés en organizarlos». Un interés cada vez más frío. https://d-14179635212014458088.ampproject.net/2107092322000/frame.html
Barcelona fue la excepción que no confirmaba ninguna regla. Una tormenta perfecta muy arriesgada que, al menos a nivel de imagen internacional y dotación de infraestructuras, salió bien. «Barcelona es un caso único, suelo utilizar el término ‘joya escondida’ para definirla, porque coincidió que era una gran ciudad que tenía mucho que ofrecer y que era desconocida», razona Victor Matheson, de la Universidad de Minnesota, otro referente en economía olímpica. «Cuando iba a la universidad en los 80, ningún americano habría ido a España. Barcelona pasó a formar parte de la lista en la que ya estaban París, Roma o Londres».
Barcelona ‘92 fue una apuesta que podría haber salido mal, pero no lo hizo. Aún hoy sigue siendo uno de los Juegos Olímpicos más caros, con un coste aproximado de 12.625 millones de euros según los cálculos del profesor Ferrán Brunet. «Lo que hizo diferente Barcelona es transformar la ciudad y en eso tuvo éxito», prosigue Matheson, que recuerda que decisiones como la instalación de los recintos en Montjuic, al aire libre, desde los que se podía ver un horizonte reconocible que invitaba a ser visitado, contribuyeron a ese ‘boom’ turístico.
«La relación entre coste-beneficio de los Juegos se ha ido deteriorando con el tiempo, y Barcelona es una de las pocas excepciones», prosigue Baade. «Lo que la gente no ha entendido del modelo de Barcelona era su compromiso para cambiar la ciudad a través de los Juegos. Cuando consideras el riesgo que Barcelona asumió, es muy poco habitual que una ciudad comprometa tal cantidad de recursos«. La mayoría de ciudades, por otra parte, no han sido capaces de generar el mismo consenso político que la Ciudad Condal. «Barcelona ha sido el modelo a seguir para otros JJOO, era una estrategia de riesgo que salió bien. Pero no es habitual. Otras ciudades y países quieren jugársela a ver si replican ese éxito. Pero los tiempos han cambiado y el mal rendimiento económico de los Juegos se ha traducido en un declive en el interés por organizarlos».
Los Ángeles fueron los juegos de Coca-Cola y McDonald’s, los de la inversión privada
Barcelona tuvo que competir en 1986 con Ámsterdam, Belgrado, Birmingham, Brisbane y París para los Juegos de 1992, pero Los Ángeles fueron los únicos candidatos para celebrar los de 1984. La competición angelina fue el punto de giro para unos juegos devaluadísimos tras el trágico Múnich 1972 y la catástrofe económica de Montreal 1976, pero por otras razones diferentes a las de Barcelona. «Tuvieron éxito porque fueron muy baratos, y al ser los únicos candidatos, podían dictar las condiciones al COI y no al revés», añade Matheson. Fueron los primeros Juegos con una gran inversión de capital privado, los de Coca-Cola y McDonald’s. El primer caso de éxito. El segundo, Barcelona. Y entonces…
Los juegos que arruinaron Grecia
Ninguno de los juegos posteriores ha conseguido crear el mismo efecto que Barcelona. Atlanta 1996, explica Matheson, porque «nunca podría haberse convertido en un destino turístico si tiene que competir con Nueva York, el Gran Cañón o Disneylandia». Mientras que en Barcelona un 85% del presupuesto se destinó a la construcción de infraestructuras, el presupuesto de Sídney 2000 fue tres veces menor, por lo que apenas transformó la ciudad. Y entonces llegamos a Atenas.
«Mientras que Barcelona perseguía integrar los Juegos en un plan más amplio para la ciudad, Atenas no tenía ningún plan«, responde Samuel Rosenthal, investigador en la Universidad de Rutgers y autor de una tesis sobre Barcelona 1992 y Atenas 2004. Mientras que Barcelona se centró en reformas cuatro áreas concretas, Atenas construyó en zonas no urbanizadas. Mientras que Barcelona implicó a arquitectos y urbanistas que enfatizaron un buen urbanismo, Atenas no lo hizo. Cuando Atenas consultó a arquitectos, como a Calatrava para el Estadio Olímpico, su trabajo no tuvo en cuenta el contexto de la ciudad». Los Juegos ahondaron en la deuda griega, y a menudo se han considerado el catalizador del ‘crack’ económico griego.
Al otro lado de la balanza se encuentra Pekín 2008, un macroevento más propagandístico que otra cosa. Londres 2012 probablemente pecase de redundancia, como recuerda Matheson: «Londres fracasó porque ya era un gran destino turístico que se llenaba de visitantes cada verano, así que los Juegos Olímpicos no cambiaron gran cosa». Los de Londres fueron uno de los juegos más caros de la historia, con un coste aún en discusión pero que pudo rondar los 19.000 millones de dólares. Pero tal vez el final del Sueño Olímpico se encuentre en Río de Janeiro, en uno de los países con una mayor desigualdad económica y social.
Río, la antesala de la debacle
Una vez más, la sombra barcelonesa planeaba sobre la organización de los JJOO ya desde su propia concepción. Para la candidatura, Río contrato a especialistas involucrados en los juegos catalanes como el arquitecto Lluís Millet, responsable de infraestructura y urbanismo del Comité Organizador. Algunas de sus propuestas, como la sorprendente ubicación en la ciudad universitaria de la Isla del Fundão, encontraron la resistencia local.
Como explica Gabriel Silvestre, investigador de Planificación Urbana de la Universidad de Newcastle y autor de una comparación entre Barcelona y Río, era el signo de «cómo expertos extranjeros ajenos a la realidad local buscan validar sus propuestas. El compromiso inicial de los consultores catalanes en la redacción de la propuesta de Río 2004 se ubicó en circunstancias inusuales donde los expertos extranjeros recibieron un cheque en blanco para desarrollar sus propuestas».
En algunos casos, propuestas «audaces e inviables». Pero Barcelona estaba muy cercana y era un buen comodín argumentativo para sacar adelante cualquier proyecto. «Después de eso, las autoridades políticas y deportivas en Río se distanciaron de esos consultores y reformularon un plan que favorecía las intervenciones urbanas en áreas ricas de la ciudad mientras todavía citaban a Barcelona para legitimar caros proyectos como el Parque y la Villa Olímpicas en una zona de clase media o una extensión de 16 kilómetros de suburbano que unía un barrio rico con otro barrio rico, el proyecto más caro de Río 2016«, añade Silvestre a El Confidencial. En 2015, el alcalde de Río de Janeiro, Eduardo Paes, defendía que el legado que dejarían los juegos de la ciudad sería «el mayor desde los Juegos de Barcelona».
Los problemas de Río reflejan bien la dinámica que han llevado a cabo los Juegos Olímpicos durante las últimas décadas, vinculadas a los sucesivos intentos (fallidos) de convertir las ciudades anfitrionas en capitales turísticas. Como recuerda Matheson, Río está demasiado lejos geográficamente (de Asia, de Europa, de Norteamérica) como para convertirse en un reclamo turístico como Barcelona. «Esto nos muestra cómo la ‘estrategia de megaeventos’ puede ser utilizada como un fin en sí mismo con costes que superan todos los beneficios», concluye Silvestre. «¿Pueden eventos como los Juegos Olímpicos utilizarse para beneficiar a la sociedad? Es posible, pero los ejemplos son cada vez más escasos, las críticas son cada vez más duras y muchas apuestas están siendo paralizadas por la oposición ciudadana».
«El modelo Barcelona de megaeventos se ha convertido en un fin en sí mismo»
En opinión del urbanista, la experiencia de Barcelona era producto de un momento y un lugar determinados. «El plan formulado por primera vez en 1982 e implementado después de 1986 logró conseguir muchas cosas interesantes para la ciudad de carácter distributivo, particularmente en lo que se refiere a la renovación del espacio público como la playay la reorganización del sistema de transporte, incluyendo las rondas», explica.
«El problema se encuentra en que lo que se ha definido de manera vaga como el modelo Barcelona de megaeventos se ha convertido en un fin en sí mismo: el marketing de ciudad global que puede cambiar la percepción sobre una ciudad, los dividendos políticos que ofrece a sus líderes, el uso de arquitectura icónica y la transformación a gran escala de áreas para simplemente ayudar al evento con poca rendición de cuentas. Estas ‘ventajas’ han sido promovidas por los actores públicos y privados de Barcelona que asesoraron a los gobiernos de todo el mundo que estaban interesados por esas ‘claves del éxito’ y usadas instrumentalmente por los que aspiraban a organizar megaeventos para legitimar sus planes».
Tokio, última parada
Los Juegos Olímpicos de Tokio no necesitan reflejarse en el espejo de Barcelona para sentir que ya han sido objeto de una maldición. En su imaginario, el modelo era el de aquellos juegos de 1964 que volvieron a situar en el mapa al país nipón tras una traumática Segunda Guerra Mundial, seguida por la ocupación aliada. Pero son un buen ejemplo de que, como en las puertas del infierno de Dante, todo aquel que quiera imitar el modelo barcelonés debe dejar fuera toda esperanza.
«Económicamente, Tokio ya ha pasado a la historia como uno de los peores juegos«, concluye Matheson. «La diferencia con otros juegos como Sochi o Pekín es que intentar sacar adelante un desastre así en una democracia es terrible para la gente que está al mando. Montas los juegos como un legado para la posteridad y lo único que consigues es que todo el mundo en Japón quede mal». Hay mucha carne en el asador para muy poco beneficio (económico, pero también social y político), Las grietas, como la retirada de Toyota como ‘sponsor’, son cada vez más evidentes.
«El COI no puede permitirse que los Juegos se cancelen de forma definitiva, y no solo a nivel económico», concluye Baade. Tampoco sus políticos. Este otoño probablemente se celebrarán unas delicadas elecciones generales que pondrán a prueba el monopolio del Partido Liberal Democrático de Yoshihide Suga después de la renuncia de Shinzo Abe y tras unos mediocres resultados en las elecciones locales. «La estrategia de Japón ha sido la de adoptar una posición por defecto, es decir, nunca tomaron una decisión oficial sobre si seguían adelante», añade el profesor.
«Japón compite con China en el sudeste asiático, que va a organizar los Juegos Olímpicos de Invierno de 2022 en Pekín. Desde la perspectiva de Japón, no puede permitirse fracasar y que China tenga éxito». La otra gran pregunta es saber qué ocurrirá con la reputación de los juegos si Tokio fracasa. Pero esa es otra historia.
No es oro todo lo que reluce
El debate sobre los matices del éxito de Barcelona es inacabable, pero incluso fuera de España, urbanistas y especialistas en economía olímpica son conscientes de que la propia capital catalana también fue víctima de su propio éxito. «A corto plazo, la ciudad fue capaz de aprovechar la inversión en los juegos para su propia planificación», valora Rosenthal. «Pero a largo plazo, los Juegos Olímpicos representaron un cambio ideológico en esa planificación. La ciudad pasó de intervenciones públicas a pequeña escala a proyectos de infraestructura privados a gran escala para atraer más inversión privada, sobre todo, del sector servicios. El resultado ha sido la expulsión de los residentes y los negocios, así como una creciente desigualdad económica. La gentrificación no ocurre solo en Barcelona, pero los juegos ayudaron a acelerar el proceso. En resumidas cuentas, el éxito de Barcelona debería ser matizado: fue un éxito, ¿pero para quién? En Barcelona, como ocurre con la mayoría de ciudades olímpicas, los residentes son los últimos en beneficiarse de los juegos».