Resistencia indígena en el Alto Xingú
Para los Kuikuro brasileños, enfrentar con sabiduría al Coronavirus y no esperar por una ayuda del gobierno, les ha resultado la sanación preventiva para su pueblo ancestral.
Para los pueblos indígenas, la enfermedad es un “hecho social”. Específicamente para los Kuikuro brasileños, enfrentar con sabiduría al Coronavirus y no esperar por una ayuda del gobierno, les ha resultado la sanación preventiva para su pueblo ancestral.
El pasado doloroso, cuyas dimensiones históricas y sociales no están muy distantes en la memoria, evoca el recuerdo de su padre, cuenta Yanamá Kuikuro, líder de la comunidad principal de Ipatse, habitada por 390 personas mayores y niños.
“Mi padre solía contarme sobre una epidemia de sarampión que mató a muchas personas aquí en el Alto Xingú”. De ahí la importancia fundamental de los abuelos de las tribus, que atesoran la remembranza colectiva. La identidad de los Kuikuro, es preservada como pueblo originario de Brasil, asentado en las aldeas Ipatse, Akuhugi y Lahatuá del Parque Indígena de Xingú, estado de Mato Grosso, colindante con Bolivia.
«Tenemos que aislarnos y organizarnos». Le dijo a su hermano, jefe de la aldea de Ipatse, Afukaká Kuikuro, desde el año pasado cuando vio lo que venía, e insistió: -“Si le pedimos apoyo al gobierno, no llegará pronto”.
Por el protagonismo de sus jefes y la oportuna actuación colectiva, no hubo muertes y sólo cuentan unos 160 infectados. Resulta alentadora la dinámica de los líderes indígenas, por la cual ya han sido vacunados los aproximadamente 900 Kuikuro, que viven en las ocho aldeas de la cuenca del Alto Xingú.
Frente al resto de Brasil, resalta la habilidad de los Kuikuro en medio de una pandemia. Ha sido así, al presentar tanto las denuncias, como las propuestas e iniciativas en el combate ante la mortal pandemia.
En el gigante sudamericano, lloran a más de 300,000 personas muertas durante esta fatal epidemia. Mientras el presidente Jair Bolsonaro, se opuso al confinamiento, ha difamado a las vacunas y estimulado tratamientos no probados. Brasil continúa batiendo sus propios récords de fallecimientos diarios a causa de la pandemia, ya es la segunda vez que este límite se rompe, al llegar a los 4,249 decesos en 24 horas.
Y es que lo han pagado con sus vidas. “Desde el principio de la colonización, los pueblos indígenas tuvieron que aprender en sus cuerpos, lo que es una epidemia”. Afirma el antropólogo Carlos Fausto.
Llamados “los verdaderos peces aguja”, significado del sonido Kuikuro, vivieron la epidemia del sarampión con la muerte de los Kalapalo, los Kamayurás. “Entonces, cuando nos enteramos del nuevo virus, nuestros mayores lo recordaron de inmediato”, dice el líder indígena.
Procedimiento
Después de deliberar, no aceptaron el «kit Covid» distribuido por el gobierno, del cual desconfían. Era una combinación de tratamientos, aún no probados contra el virus, a experimentar con los indígenas.
Entretanto, comenzaron a tomar medidas a favor de la comunidad. De las casas Kuikuro, grandes malocas de base ovalada, cuya estructura revela un conocimiento arquitectónico patrimonial, fue construida expresamente una, para el aislamiento de los enfermos.
El presidente de la asociación Kuikuro, contactó con socios en universidades y Organizaciones No Gubernamentales, quienes junto al Colectivo Esperanza de la Amazonía, recaudaron el dinero para contratar a un médico y a una enfermera. Así mismo compraron cilindros y un concentrador de oxígeno.
Este último, es un equipo médico que comprime mayor cantidad de aire, en una forma más pura. El suministro es continuo y, a diferencia de un tanque de oxígeno, nunca puede agotarse mientras la batería esté alimentada. Ya tenían lo básico, para que funcionara su propio centro de salud.
No todo fue fácil en el camino. Algunos miembros de la comunidad hicieron resistencia, ante el impedimento de salir de las aldeas, la obstinación de lavarse las manos frecuentemente, más el uso de mascarillas en las áreas comunes. Otros, ni siquiera creyeron que todo era tan grave, hasta que llegaron los contagios.
Los de Kalapalo fueron los primeros en enfermar. Cuando vieron que en los hospitales no los cuidaban bien, apenas si les daban de comer y eran trasladados a centros médicos fuera del territorio indígena, enviaron mensajes de advertencia.
Tempranamente, los Kuikuro adaptaron una aplicación móvil para rastrear a los sospechosos de contagio. En julio del 2020, el virus letal alcanzó Ipatse, mediante personas que llegaron de otros municipios. Las 160 personas que resultaron infectadas, fueron aisladas de inmediato.
Cuando eso sucedió, ya se habían preparado con la compra de alimentos. La comunidad continuó con la recaudación de fondos, a partir de donaciones, para adquirir otras provisiones escasas y útiles: anzuelos, hilo para pescar, fósforos, combustible para el generador y la lancha. Cuando llegaban los envíos, eran debidamente desinfectados.
Fue entonces cuando el Ministerio de Salud de Brasil, informó que los médicos y enfermeras, los quilombolas, descendientes de esclavos y los indígenas, serían priorizados en la vacunación, que allá llegaron más tarde, en avión, en barco y en automóvil.
Cuarenta y cinco millones son indígenas, en Latinoamérica
Un 8 % de la población en América Latina, indican los datos registrados hace una década por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) -unos 45 millones- son indígenas.
De ellos, se estima que en Brasil, unas 900,000 personas viven en 305 tribus, aunque la mitad de los indígenas brasileños están fuera de la Amazonia.
Hasta ahora, el Gobierno brasileño ha reconocido 690 territorios para sus habitantes indígenas, aproximadamente el 13% de la superficie del país. Esos datos no son del todo confiables, porque muchas familias mixtas han sido expulsadas de sus territorios e intentan recuperar su identidad originaria.
Sobre ellos la contingencia sanitaria ha hecho más visible la desigualdad y el racismo contra las poblaciones originarias. El presidente de Brasil Jair Bolsonaro, no ha dado protección legal a la tierra indígena, en los años que lleva al mando. Los expedientes en trámite siguen paralizados, mientras disminuyen los inspectores en Amazonia. Tampoco funcionan los órganos que velan por la protección del medio ambiente y de los indígenas.
La gota que colmó la copa, fue cuando el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, insultó a las organizaciones indígenas de su país al decir que «el indio (…) está convirtiéndose cada vez más en un ser humano como nosotros». El video circuló por las redes sociales, mientras añadía: «el indio ha cambiado y está evolucionando». Pretende “integrar a la sociedad” a las comunidades indígenas “para que sean dueñas de su tierra», añadió como nota de color.
La Asociación de Pueblos Indígenas de Brasil (APIB), congregación de 300 tribus, demandó al jefe de Estado «por un crimen de racismo». Representados por Raoni Metuktire, símbolo de la lucha por los derechos indígenas y la preservación de la Amazonia, y Almir Narayamoga Surui, otro emblemático jefe indígena, solicitaron a la Corte Penal Internacional en La Haya (CPI) que investigue por «crímenes contra la humanidad» al presidente de país, Jair Bolsonaro. Lo responsabilizan de los daños ambientales, asesinatos y persecución que se registran en la Amazonia.
Ser indígena en Brasil implica vivir frente a la violencia de los invasores y la discriminación. En el sistema de salud, la vivienda, la inseguridad alimentaria, falta de acceso al agua potable y una infancia marcada por la desnutrición crónica de un 25% de los niños indígenas, menores de cinco años. Las enfermedades infecciosas y parasitarias, son las condiciones propicias para “una epidemia perfecta”, si no detienen la Covid.
La pandemia no creó desigualdades, las exacerbó y reveló las divisiones existentes entre los grupos sociales. Los Kuikuro que habían quedado profundamente marcados por la epidemia del sarampión -alcanzó la región en 1954- recuerdan la gran velocidad con que la enfermedad arrancó la vida de familias enteras, sin que hubiese tiempo para enterrarlos con sus ritos funerarios. Ese triste pasado, lo heredaron los actuales líderes de las comunidades. Advertidos, actuaron en consecuencia.
El Alto Xingú
La explotación intensiva de esta reserva natural, inicialmente con la participación de militares pertenecientes a la Comision Rondon, una agencia del gobierno brasileño creada en 1907, para establecer un sistema de comunicación telegráfica entre las más grandes ciudades del noroeste del país, condujo a un proceso increíblemente rápido de despoblación.
Los choques bacteriológicos y virales, llevaron a que la población de la región se redujera de 3,000 a 1,840 personas en 1926 y algo más de 700 indígenas hacia el final de los años 1940, como resultado de las primeras epidemias causadas por las enfermedades infecto contagiosas provenientes del Viejo Mundo.
Quienes los abordan desde entonces, encontraron que las aldeas Kuikuro son circulares, perfectamente construidas alrededor de una plaza central, estructurada de acuerdo con sus principios de organización política y social del Alto Xingú. En su población originaria o «Lamakuka», existieron fortificaciones defensivas; plazas grandes, una de 150 metros de ancho, varias calles y represas para piscicultura.
La plaza actual, está orientada según los puntos cardinales en relación con el entorno, los puertos y puentes. Es evidente la concepción de un diseño arquitectónico, el conocimiento de la geometría y un sofisticado conocimiento de astronomía, las estrellas y constelaciones, asociados a acontecimientos míticos.
También el Alto Xingú, demuestra las tecnologías amerindias para sostener poblaciones numerosas y sedentarias. Cultivan especialmente la mandioca, que constituye el 90 % de su alimentación. De éstas sólo utilizan 6 variedades, de las 46 que conocen, porque la mayoría son venenosas.
Recolectan la miel, los frutos silvestres, consumen huevos de tortuga y de hormigas, lo que complementa la dieta tradicional. No comen ningún “bicho de la tierra o de pelo”, excepto el mono, una especie de Cebus o mono de cola larga. También se alimentan de Jacus -un ave-, de pavos y algún tipo de palomas. Los Kuikuro, conocen casi cien especies de peces comestibles. Un 15 % de su dieta es de pescado, alcanzados fundamentalmente, con arpones y redes.
La producción tradicional de útiles, como cestos, bancos, esteras y adornos plumarios, son de uso cotidiano y ceremonial. Se usan para la magia, el pago de servicios o para sellar una alianza de casamiento.
Igualmente se celebran los “ulukí”, intercambios ritualizados entre las aldeas. Los Kuikuro, como los otros grupos caribe, participan del sistema económico y ritual del Alto Xingú. Se distinguen en la fabricación de artesanías, cintos de caracoles de tierra y collares, de un alto valor cultural. Estos adornos, también son utilizados para el intercambio por las ollas de cerámica, hechas por los pueblos Aruak.
Las manualidades de los Kiukuro, vendidas -al por menor- en los mercados de “arte indígena” de las ciudades o cuando los compradores llegan hasta las aldeas, son una fuente de ingreso económico, para adquirir recursos indispensables. Entre otros, el combustible, los avíos de pesca, las municiones, alimentos incorporados a la dieta, como el arroz, la sal, el azúcar y el aceite, entre otros. Ante la cotidianidad, el hombre o la mujer, se responsabilizan y dirigen todos los trabajos.
Familia Kuikuro
Para las relaciones entre parientes, el sistema se asemeja a los habitantes originarios del extremo meridional del subcontinente indio, conocido como dravídico. Los primos paralelos -los hijos de los hermanos del mismo sexo- son considerados hermanos y para el matrimonio, la preferencia es entre primos cruzados.
Una vez casados, la pareja reside en la aldea de la mujer, donde el hombre trabaja para su suegro, hasta que tenga su primer hijo, en cuya línea de descendencia y herencia, son reconocidos por igual a la madre y al padre.
Para nombrar a un Kiukuro, lo determinan los abuelos hacia los nietos, aunque también bilateralmente. O sea, llevan todos los nombres por los cuales su madre lo denomina, y todos por los cuales su padre lo llama.
Los nombres pueden variar en la “iniciación” masculina y femenina, así como también, al momento en el que nacen los hijos y nietos. Nuevos nombres pueden ser comprados, aunque raramente legados.
Cada casa Kuikuro es de quien la construye, igual sucede con una fiesta o aldea, todas tienen su “dueño” (oto). El complejo sistema de “dueños” y “jefes”, define la dinámica política y la vida ritual, donde las mujeres pueden ser jefas.
Pero convertirse en jefe es hereditario, preferentemente si el Kuikuro posee méritos. Se requiere una trayectoria política individual, prestigio a través de la generosidad, en la distribución de sus riquezas, habilidad como líder. Precisa un conocimiento del ritual, en los discursos ceremoniales y en la capacidad oratoria.
Aunque hablan dialectos de la misma lengua caribe alto Xingú o amonap, cada uno de los grupos: Kuikuro, matipú, kalapalo y nahukwá se considera distinto de los otros. La mayoría de los Kuikuro, todavía hablan su lengua caribe nativa, amenazada en extinguirse. Para el comercio, pueden usar el portugués.
Las narrativas tradicionales o akinhá ekugu, describen al universo como es, explican el origen de los rituales, los cantos, las plantas y las categorías de seres. Todo lo que existe, merece explicación.
Brasil tiene mayoría de pueblos indígenas
Cuentan 826 pueblos indígenas en Latinoamérica, de los cuales una mayoría están en Brasil, son 305 pueblos originarios. En Colombia (102), el Perú (85) y en México (78); y en resto en Costa Rica y Panamá, en cada uno de los cuales, viven nueve pueblos indígenas, y luego El Salvador (3) y el Uruguay (2).
Un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) –con datos de nueve países latinoamericanos- indica que los pueblos indígenas, significan el 30 % de las personas que viven en la pobreza extrema. Dentro de ello, el 7 % son las mujeres indígenas, que viven con menos de 1,90 dólares diarios.
Por eso, la proeza de los Kiukuro de perpetuar su etnia, debería ser premiada.
Los jefes fueron los primeros en recibir las vacunas Sinovac, para dar el ejemplo y evitar el temor. Antes, averiguaron que fue desarrollada por la farmacéutica Sinovac Biotech Ltd, de la República Popular de China, y que tiene una eficacia del 91.25%, a lo que le suman las medidas de control epidemiológico establecidos en la aldea.
Para enfatizar, pusieron fotos de los jefes en las redes sociales, recibiendo su primera dosis, “como un ejemplo para que otras personas en Xingú, también reciban la vacuna”, dicen.
“Nuestra lucha aquí, aún no ha terminado. La situación en Mato Grosso es crítica, los casos están aumentando y el cupo de las UCI está colapsando. Muchos jóvenes están muriendo con esta variante (P.1) del virus”.
Desde inicios de marzo del 2021, el colapso de los servicios de salud, amplifican la inseguridad y desigualdad, en el estado brasileño de Mato Groso, al oeste del país. No cuentan con suficientes camas de terapia intensiva, para la alta demanda de personas contagiadas. Se trata del tercer estado brasileño en colapsar, después de Santa Catarina (sur) y Minas Gerais (sureste).
Ya se han registrado más de 45,000 casos de contagios y 620 muertes entre el medio millón de personas de los territorios indígenas de Brasil. La estadística oficial, es considerada una “emergencia nacional”, por la asociación indígena del país, que afirma un número de muertos aún más alto.
Es evidente, no solo el impacto, sino también las modalidades de resistencia y enfrentamiento del movimiento etnopolítico indígena. Los Kuikuro, actualmente son el pueblo más numeroso en el Alto Xingú y quizá así podría seguir, cuando todo esto acabe.