No todas las revoluciones han tenido programa

22-06-2024
Cultura e Identidad
Ojalá, República Dominicana
Compartir:
Compartir:

En el afán de difundir informaciones y análisis que contribuyen a la formación y la creación conciencia en el pueblo dominicano, Comunidad Ojalá comparte este interesante artículo del profesor Juan Bosch titulado «No todas las revoluciones han tenido programa», en el que analiza la Revolución Haitiana, sus motivos y el desenlace de la misma.

El artículo fue publicado en la revista Política: Teoría y Acción, Año 2, No. 18, junio de 1981.

————————————————————————————————-

No hay en la Historia dos revoluciones iguales en sus orígenes y sus desarrollos, y sólo en mentes absolutamente burocratizadas puede darse la concepción de que todas las revoluciones deben seguir un esquema invariable de desenvolvimiento.

Lo que sí es sumamente parecido en las revoluciones que responden a un mismo fin histórico y social es su concepción del Estado revolucionario y, por tanto, son también muy parecidos los procedimientos de esos Estados a partir del momento en que las revoluciones toman el poder.

Veamos el ejemplo de la revolución de Haití o haitiana, que fue, sin duda alguna, la más compleja y, al mismo tiempo, la más profunda de la América Latina en el siglo XIX, lo que salta a la vista cuando, al analizarla de manera detallada, encontramos que fue, al mismo tiempo, una guerra social, de esclavos contra amos, una guerra racial, de negros contra blancos; una guerra de liberación nacional o de independencia de la colonia francesa de Saint-Domingue contra su metrópoli; una guerra internacional, de colonos de Francia y militares franceses contra ingleses y españoles y también una guerra civil entre los haitianos negros del Norte y los haitianos mulatos del Sur.

Aunque la de Haití se clasifica entre las revoluciones de América Latina del siglo XIX, en realidad empezó en el XVIII, la noche del 14 de agosto de 1791, con un levantamiento de esclavos encabezados por un capataz de cuadrillas de esclavos que era él mismo esclavo, conocido con el nombre de Bouckman, sin otro apelativo.

Lo de situarla en el siglo XIX se debe a que terminó al comenzar el año 1804 con la derrota de las fuerzas francesas y la fundación de la República de Haití, la primera de la América Latina, la primera república negra del mundo y la segunda en la historia, puesto que la primera había sido la de los Estados Unidos
y la Revolución Francesa no había culminado en la formación de un Estado republicano.

Pero no fue original sólo en esos aspectos; lo fue también, y, sobre todo, en un hecho insólito, nunca antes visto en los anales humanos: que los esclavos pasaron de un salto a jefes militares, a generales, y después a presidentes y ministros de la República y hasta a emperadores y reyes, como fueron los casos
de Cristóbal, Dessalines y Soulouque.

Pero nada de eso es lo más notable de esa revolución. Lo más notable consiste en un aspecto que seguramente no aceptaría un marxista-leninista de los que no pueden comprender la historia si trata de acontecimientos que no siguen a la letra lo que está dicho en libros de consulta, y nos referimos a la condición de clase de los hombres que hicieron, y también de los que dirigieron esa revolución haitiana,
puesto que siendo todos ellos esclavos, y, por tanto, ninguno de ellos era capitalista, su revolución culminó en el establecimiento de un Estado capitalista; de un capitalismo atrasado, propio de los países que hoy llamamos del Tercer Mundo o de capitalismo tardío, pero, en fin de cuentas, capitalista, puesto que no fue ni feudal ni socialista, cosa, por otra parte, que de ninguna manera podía suceder dado que no podía dar un salto en la historia hacia atrás ni podía darlo hacia adelante.

Otro detalle que llama la atención en la revolución haitiana es que ni Bouckman ni los esclavos que se lanzaron con él a la lucha en esa histórica noche del 14 de agosto de 1791 eran letrados, lo que equivale a decir que no tomaron el camino revolucionario por motivos ideológicos sembrados en sus cerebros a través de libros o siquiera de panfletos.

Lo que los llamó a la guerra revolucionaria fue el agotamiento total del modo de producción esclavista capitalista que los explotaba de manera inhumana, y ese agotamiento no se debía ni a ellos ni a sus amos sino a la tremenda expansión en que se hallaba el modo de producción capitalista, de cuya existencia los esclavos de Haití no tenían ni siquiera una idea.

La revolución sin programa

La profunda, la implacable revolución haitiana se inició en el ingenio azucarero Limbé, del aristócrata francés Sebastian-Francois-Ange Le Normand de Mézy, amo de Bouckman y de los esclavos que trabajaban allí, y al amanecer de ese día estaban sublevados los esclavos de toda la zona donde se hallaba el Limbé, que era la de Acul y Peti-Anse, Dondon y la Marmelade, Plaina dur Nord y la Grand Riviere. En todos esos lugares había ingenios y, por tanto, había esclavos, puesto
que el azúcar haitiano se elaboraba a fuerza de trabajo esclavo.

La violencia del estallido revolucionario se mide por sus efectos, que fueron asombrosos, ya que a las pocas horas de iniciado en la zona mencionada ardían los ingenios, los cafetales, las mansiones de los amos y también las barracas de los esclavos, pero además los amos, sus mujeres, sus hijos, sus auxiliares franceses habían muerto y sus cadáveres habían sido entregados a las llamas en que ardían los edificios, y a la semana de haber comenzado la rebelión la guerra revolucionaria se había extendido de tal manera que la ciudad de Cap-Francais, hoy Cabo Haitiano, que era la mayor del país, estaba rodeada por millares de esclavos armados que destruían todo lo que hallaban a su paso.

A los cuatro meses de iniciada la sublevación, los campos de caña y los cafetales de la región de Cap-Francais estaban demolidos. Allí se encontraban hasta mediados de agosto los mejores establecimientos azucareros y de café de la colonia, y a mediados de diciembre (1791) toda la región era un conjunto impresionante de ruinas. 200 ingenios de azúcar –la cuarta parte de los que había en todo el territorio de Saint-Domingue– habían sido sometidos al fuego y de ellos quedaban sólo cenizas; miles de cafetales desaparecieron consumidos por los incendios; más de mil blancos y más de 10 mil esclavos habían muerto en la lucha.

Bouckman estuvo entre los muertos; había caído prisionero y los amos de ingenios no podían perdonarlo, de manera que apenas le tuvieron a su alcance lo fusilaron, pero la revolución no se detuvo ante el cadáver de su iniciador.

Esa revolución que no había comenzado a organizarse sobre la base de un programa sino con reuniones secretas para coordinar el levantamiento, iba a seguir, aunque hubiera caído su jefe, porque en pocos meses en su seno se habían formado varios jefes nuevos, entre ellos dos que no tenían nombres completos,

Pues ése era un lujo propio de los amos. Los dos a que aludimos se llamaban, uno Jean Francois y el otro Biassou, y entre los oficiales de Biassou había uno que era conocido por Pierre y también por Francoise Dominique Toussaint, a quien la historia iba a honrar con el nombre de Toussaint Louverture, una de las
grandes figuras de América. La vida no le dio a Toussaint Louverture la oportunidad de leer libros revolucionarios, pero se convirtió en el gran líder de su pueblo, al cual dirigió durante la mayor parte de los años que duró su lucha por la liberación.

Naturalmente, que si una revolución tiene un programa debe ser mejor llevada que si no lo tiene, pero a lo que responden las masas cuando se lanzan a una revolución no es a un programa sino a su necesidad de poner fin a la explotación de que son víctimas, haya o no haya programa conocido de ellas.

La ley primera de la naturaleza social es la misma de la naturaleza física: El deber de todo lo que existe es seguir existiendo en sí mismo o en su especie, y en la historia de los hombres llega el momento en que, para seguir existiendo, es necesario luchar a muerte, y eso lo saben por instinto los pueblos, aunque no sepan qué cosa es un programa revolucionario.