Dalton Trumbo y la dignidad de Robert Rich

17-10-2021
Cine
Página 12, Argentina.
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Octubre de 1960. Se estrena Espartaco, la película protagonizada y producida por Kirk Douglas sobre la revuelta de los esclavos contra Roma. Es una superproducción dirigida por Stanley Kubrick y con un elenco de lujo que incluye a Laurence Olivier, Tony Curtis y Charles Laughton; y está basada en la novela de Howard Fast (en la que aparece la frase “Volveré y seré millones”). 

En los créditos se lee el nombre del guionista. Para algunos pasa desapercibido, para otros, no. Hace más de diez años que ese nombre no se ve en pantalla. El plano con el nombre de Dalton Trumbo es la imagen que termina con la lista negra en Hollywood.

El macartismo entra en escena

El guionista que resumió en su caso el efecto del macartismo en el cine había nacido en Colorado en 1905. Trabajó como periodista antes de llegar a Hollywood. En 1939 apareció su novela Johnny tomó su fusil, un manifiesto antibélico. Un año después se estrenó Kitty Foyle, por la cual fue nominado al Oscar. De a poco, ganó posiciones como uno de los guionistas mejor pagos. Hacia 1943 se afilió al Partido Comunista y estuvo en el Pacífico como corresponsal de guerra. En 1946, escribió un artículo titulado “La amenaza rusa”, que se publicó en Script Magazine. Era un texto crítico de la agresividad del gobierno de Truman hacia la Unión soviética. «Si yo fuera ruso me alarmaría y pediría a mi gobierno que tome medidas de inmediato contra lo que parecería un golpe casi seguro dirigido a mi existencia”, dice en un pasaje.

El creciente anticomunismo en Estados Unidos ya veía a Hollywood como un nido de rojos. 1947 fue el año clave. El Congreso formó el Comité de Actividades Antinorteamericanas, presidido por John Parnell Thomas, un duro que a los pocos años de la fiebre anticomunista caería en desgracia por delitos de corrupción. Su sucesor fue el senador Joseph McCarthy.

El Comité sacó a flote lo peor de los testigos, que iban a declarar a sabiendas que serían encausados por desacato si, bajo juramento y ateniéndose a la Primera Enmienda (norma constitucional que protege en los Estados Unidos el derecho de reunión, de libre profesión de culto y de expresión), se negaban a declarar (derecho también contemplado por la Quinta Enmienda, que protege contra la autoincriminación). En un país donde se proclama que la ley está por encima de los hombres, el Comité pisoteaba esas enmiendas constitucionales

Once hombres, entre guionistas, directores y productores, se negaron a dar nombres. En octubre de 1947, el Comité decidió encausarlos por obstruir su labor. Uno de los once era Bertolt Brecht, que se fue a Suiza un día después de declarar. Los otros, los llamados Diez de Hollywood, tendrían el triste privilegio de integrar la primera lista negra. Eran Alvah Bessie, Herbert Biberman, Lester Cole, John Howard Lawson, Albert Maltz, Samuel Ornitz, Adrian Scott, Edward Dmytryk, Ring Lardner Jr. y Dalton Trumbo.

Comienzan las delaciones

El establishment de Hollywood se plegó a la acusación de desacato: en una reunión en el hotel Waldorf Astoria de Nueva York, los jerarcas de los estudios anunciaron que no contratarían a los acusados hasta tanto no demostraran su inocencia; es decir, que no tuviesen vinculaciones con el Partido Comunista. Bajo la presidencia de McCarthy, el Comité tuvo su apogeo para 1952, con cientos de personas que pasaron a integrar la lista negra.

El director Edward Dmytryk, que integró la primera lista negra, cedió a las presiones y, deseoso de recuperar su carrera, testificó ante el Comité en 1951, confirmando las adhesiones izquierdistas de 26 personas ligadas al mundillo de Hollywood, entre ellas, tres guionistas que estaban con él en la lista original: Lawson, Maltz y Scott. Según el director, estos lo incitaban a incluir mensajes izquierdistas, abierta o subliminalmente, en sus películas.

Ninguno de los tres volvería a trabajar tras el testimonio de Dmytryk, de acuerdo a la alianza de los estudios con Washington. Maltz se las rebusco, como se estiló hacer entre los exonerados, con un seudónimo, y fue así que escribió el guión de El manto sagrado en 1953.

Si Dmytryk actuó por el ansia de recuperar su carrera, se puede decir en su descargo que se quebró a los cuatro años de ser incluido en la lista negra y que no tenía el convencimiento de Adolphe Menjou. El veterano actor (el maquiavélico general que pivotea entre la hombría de bien de Kirk Douglas y el fanatismo de George Macready en La patrulla infernal) fue gustoso a prestar testimonio. Agregó el declarante: “Yo cazo brujas si las brujas son los comunistas. Soy enemigo de los rojos. Si quieren ser comunistas, que se vayan a Rusia”. Fuera del Congreso, Humphrey Bogart y Lauren Bacall (que presenciaron el testimonio de Trumbo), junto a otros actores formaban el Comité en defensa de la Primera Enmienda, en apoyo a los expulsados del sistema.

El caso Kazan

“Yo cazo brujas”, dijo Menjou. De ahí a Las brujas de Salem de Arthur Miller hay un paso. Su drama sobre la fiebre inquisitorial iba a estar directamente basado en McCarthy y sus acólitos. Consagrado desde el estreno de Muerte de un viajanteMiller debió testificar. No dio un solo nombre y se le retiró el pasaporte. Lee Cobb, el actor que hizo de Willy Loman en el estreno de Muerte de un viajante se quebró y dio una veintena de nombres.

Elia Kazan declaró en el apogeo del Comité, en 1952, y dio los nombres de personas vinculadas a pequeños grupos teatrales con los que había trabajado casi 20 años antes. Hacía mucho que no tenía noticias de varios de ellos, y sin embargo los nombró. Miller le quitó el saludo para siempre. Kazan respondió desde el cine en 1954 con Nido de ratas, un dramón en el que Marlon Brando se quiebra y delata las actividades ilícitas de un grupo de mafiosos en el puerto de Nueva York. Orson Welles diría en Francia en 1982 que «Kazan es un traidor» y que la película glorificaba la delación.

El guión de Nido de ratas era obra de Budd Schulberg, otro delator. Kazan se equiparaba con el boxeador semi analfabeto de Brando que apenas podía distinguir el bien del mal. Del mismo modo, los izquierdistas ilustrados pasaban a la categoría de rufianes que explotaban a los obreros portuarios. Cobb, el humillado Willy Loman de Miller, el que mandó al frente a 20 personas para salvar su carrera, personificó al líder de la banda delatada por Brando. Por si fuera poco, como apoyo moral al personaje de Brando, hay un cura católico en la piel de Karl Malden que lo insta a testificar. ¿Quién podía contradecir los consejos de un sacerdote acerca de qué es correcto y qué no lo es? Casi medio siglo más tarde, al recibir el director un Oscar honorario en 1999, las heridas no habían cicatrizado: la mitad de los asistentes no se levantó a aplaudir de pie a Kazan; muchos optaron por quedarse en sus asientos cruzados de brazos.

Lardner y su testaferro

Vayamos a otro nombre de la primera lista negra:  Ring Lardner Jr. Firmaba así para diferenciarse de su padre, un notable escritor satírico de los años 20. Junior era el más joven de los Diez de Hollywood: tenía 32 años cuando entró a la lista negra, y fue el último en morir, a los 85, en 2000. No dudó en continuar trabajando con varios seudónimos al quedar fuera del sistema; esto es, con el nombre prestado de otro guionista, que era el que aparecía en pantalla. 

Lardner llegó a reconocer, poco antes de su muerte, que uno de esos guiones ganó un Oscar, pero que él jamás diría cuál ni reclamaría la estatuilla para sí, porque consideraba que el otro guionista, al prestarle el nombre, le había hecho un enorme favor. Con su nombre se quedó con la estatuilla por el guión de MASH, de Robert Altman, en 1970. Al subir a recoger el premio no hizo ninguna alusión a su pasado. 

«La barbarie que se hace pasar por virtud americana»

Llegamos a Dalton Trumbo. O Robert Rich. Porque Trumbo decidió seguir escribiendo sin pedir prestado el nombre a otro colega, salvo que fuese inevitable. Simplemente pasó a firmar así, como Robert Rich, y peregrinó en el desierto durante más de una década para ver demolido, casi de un plumazo, en 1960 el sistema impuesto en 1947.

No dio un solo nombre ante el Comité. «Este es el comienzo de un campo de concentración estadounidense», fue lo último que dijo cuando le ordenaron retirarse. Pasó once meses preso por desacato y se fue a trabajar a México. Como Robert Rich ganó un Oscar en 1956, pero no lo pudo ir a buscar sino hasta 1975, como Dalton Trumbo. Antes, había escrito el guión de La princesa que quería vivir, que lanzó al estrellato a Audrey Hepburn. Ian McLellan Hunter fue el autor que le prestó el nombre. El guión recibió un Oscar, oportunamente recibido por Hunter, hermanado luego con Trumbo en la lista negra. En los 90, se hizo público que había sido su testaferro y se cambiaron los créditos de la película, así como hubo una estatuilla entregada a la viuda de Trumbo, fallecido en 1976.

El calvario del guionista tuvo alcance global con la biopic que protagonizó Bryan Cranston en 2015. Antes, fue el tema de Trumbo, el documental de Peter Askin que recrea las cartas de éste en las voces de Michael Douglas Liam Neson, entre otros, así como a través de los testimonios de sus hijos y viejas entrevistas a éste. Hay momentos tocantes, como la carta a la madre de Ray Murphy, un joven testaferro de Trumbo que murió repentinamente, y en la que el libretista recuerda la época de ambos en el Pacífico, justo antes de empezar a actuar en campañas antifascistas que lo llevaron a ser citado por el Comité y al desacato por acogerse a las enmiendas. 

Askin recrea en el documental la carta que Trumbo envió al director de la escuela de Los Ángeles a la que concurría su hija tras regresar de México. La niña fue literalmente segregada al saberse que su padre estaba en la lista negra.

Askin recrea en el documental la carta que Trumbo envió al director de la escuela de Los Ángeles a la que concurría su hija tras regresar de México. La niña fue literalmente segregada al saberse que su padre estaba en la lista negra. “Según creo, la Asociación de Padres y Maestros y los defensores de los alumnos han celebrado reuniones secretas a fin de hablar del carácter de la señora Trumbo y del mío y sobre qué hacer con nosotros. Mitzi, que empezó el curso con muchos amigos, lleva tres meses siendo el objeto de la mofa, el escarnio y el odio de los que más quería. Las pequeñas conspiraciones de los niños dirigidas contra ella se inspiran en secreto en las de los padres, y está siendo silenciosa e incesantemente perseguida y boicoteada y evitada durante toda la jornada escolar. Este lento asesinato de la mente, del corazón y del espíritu de una niña es el orgulloso resultado de las reuniones patrióticas celebradas por algunos padres y patrocinadas por la Asociación de Padres y Maestros y los defensores de los alumnos. Me gustaría que vieran lo apropiada y valientemente que nuestra hija trata de librarse del desconcierto de su primer encuentro con la barbarie que se hace pasar por virtud americana. Una barbarie que comenzó en su escuela entre alumnos”.

Fue en esa época cuando Trumbo escribió el guión de The Brave One (El niño y el toro, Irving Rapper, 1956), un drama taurino ambientado en México sobre un niño campesino que quiere evitar que el novillo con que se ha encariñado sea usado en las corridas por un famoso torero. Una especie de Platero y yo trasladado a la tauromaquia. El film le valió el Oscar a Robert Rich, que no asistió a la ceremonia. Al día siguiente aparecieron seis personas del mismo nombre, registrados en el sindicato de guionistas, que reclamaron el premio. La incógnita era total, y la Academia de Hollywood inició un sumario. Sin embargo, era un secreto a voces que Rich era Trumbo. El guionista no confirmaba ni negaba la autoría.

Foto de prontuario de Trumbo: el guionista estuvo once meses en prisión. 

Espartaco como yo colectivo

En otra de las cartas que Askin recrea en su documental dice Trumbo, al saber de la candidatura al Oscar por el guión de The Brave One: “El propio nombre, Robert Rich, se presta magníficamente a hacer bromas, y podría ser incluso la invención de un bromista. Pero, no obstante, contiene, como en todo buen chiste, un elemento esencial de tragedia, u horror, o desgracia, o destino terrible. Robert Rich es el artista desconocido. Es el fugitivo estadounidense de nuestro tiempo. Y tengo el propósito y la determinación de que su nombre se recuerde como símbolo de esta deshonra nacional mucho después de que la propia lista negra haya sido destruida”.

En 1960 se derribó el muro de silencio impuesto por la lista negra. Testimonia Kirk Douglas en el documental de Askin que cuando uno llega casi a los 90 años, como él en ese momento (murió a los 103), mira hacia atrás y analiza qué cosas lo enaltecen, en su caso se le infla el pecho de orgullo por haber contratado a Trumbo para escribir Espartaco. Douglas decidió que Trumbo figurara en pantalla. Por primera vez en más de una década, el nombre de Trumbo aparecía en los créditos de una película. Dos meses más tarde se estrenó Éxodo, de Otto Preminger, otro film escrito por Trumbo, y en el que también se ve su nombre en pantalla. No hubo represalias y fue el fin de la persecución: se podía volver a trabajar en Hollywood.

Una escena de Espartaco era mucho más que un guiño a lo que había pasado. Los romanos aplastan la rebelión de los esclavos. Craso, el general que personifica Laurence Olivier, quiere al cabecilla. Hace saber a los prisioneros que evitarán la crucifixión si identifican a Espartaco. La vida a cambio de la delación. Kirk Douglas se apresta a dar un paso al frente, pero sus compañeros proclaman, como un solo gran yo colectivo: “¡Yo soy Espartaco!”.

Trumbo nunca acusó públicamente a nadie por haberlo incriminado a él y a otros en el Comité. Fue siempre muy crítico del período, y llegó a decir que en el fondo todos fueron víctimas. Menos condescendiente respecto de la liviandad con que se atropelló la Primera Enmienda, reflexionó en una entrevista, anticipándose de manera profética al Acta Patriótica de George W. Bush: “Si a todo un país le garantizaran justicia, educación, salud, seguridad, en fin, todos los beneficios habidos y por haber, a cambio de entregar su libertad de expresión, me preguntó cuántas personas aceptarían. Temo decir que, en mi opinión, la mayoría diría que sí”.