La huella de las metrópolis europeas permanece en el paisaje vegetal de sus ex colonias siglos después
Entre el norte de Australia, el sur de Sudáfrica y el este de Canadá hay miles de kilómetros de distancia. Como los hay entre el Pacífico mexicano y Canarias o entre el sudeste asiático y Surinam. Sin embargo, sus floras son más parecidas de lo que dictaría la naturaleza. Es la huella aún visible del colonialismo europeo. Un grupo de investigadores ha solapado la extensión y duración de cuatro grandes imperios con la distribución actual de miles de especies vegetales. Han comprobado que muchas regiones comparten paisaje décadas y siglos después de que aquellos imperios cayeran. El británico fue el que más modificó el entorno y el holandés, el que menos. Entre medias están el español (el segundo más transformador) y el portugués.
En sus viajes, los humanos siempre han llevado consigo parte de la flora de su tierra de origen. Ya sea para alimentarse, por estética, por nostalgia de su paisaje o de forma accidental, la introducción de especies exóticas que acaban por adaptarse al nuevo medio (naturalizadas) es una constante en la historia humana. Pero el trasiego se multiplicó hasta escalas nunca vistas con el inicio de la era de los imperios coloniales cuando, desde 1492, los europeos conectaron entre sí todos los rincones del planeta. Ecólogos expertos en invasiones biológicas han usado la información más reciente alojada en GloNAF, una base de datos mundial con la distribución de plantas naturalizadas, para determinar su presencia en casi 1.200 regiones que en el pasado fueron colonias de una o más metrópolis. Los resultados los acaban de publicar hoy lunes en la revista científicaNature Ecology & Evolution.
Como era de esperar en imperios tan extensos y diversos como los cuatro estudiados (británico, holandés, portugués y español), hay una gran heterogeneidad de paisajes. La variable que más influye en la diversidad de la flora es la climática. Pero enseguida observaron que al comparar entre regiones distintas y distantes pertenecientes al mismo imperio, algunas tienen un grado de similitud vegetal mayor que el que indicarían el clima, la latitud o el simple azar. Esta semejanza es mayor entre algunas de las antiguas colonias británicas, seguidas de las españolas, las portuguesas y, por último, las holandesas.
El botánico de la Universidad de Viena Bernd Lenzner, primer autor del estudio, dice que hay una serie de explicaciones para esta tendencia a la uniformidad dentro de cada imperio. “Una, que nosotros consideramos importante, es que el Imperio Británico fue, por un lado, muy duradero, pero también muy reciente”. En efecto, en su análisis, observan que cuanto más tiempo perteneció una región a un imperio, mayor parecido vegetal. La longevidad imperial también explicaría buena parte del paisaje común en varias zonas del antiguo imperio español. Algunas, como varias ecorregiones mexicanas o andinas, pertenecieron a la corona española 290 años.
El cuándo de cada imperio también influye. El imperio español empezó antes que el británico. La expansión del primero se hizo en barcos de madera, la del segundo, en navíos y trenes con máquina de vapor, lo que facilitó la conexión entre las distintas partes del territorio británico. En los siglos XVI y XVII, protagonizados por los españoles, apenas hubo planes para la introducción consciente y naturalización de especies de un sitio a otro. No fue hasta los siglos XVIII y XIX, la época dorada de los ingleses, cuando se popularizaron los jardines botánicos y las sociedades de aclimatación, que buscaban clonar la campiña inglesa en las colonias.
También el estilo de gobernar de cada imperio es relevante. “Las políticas comerciales restrictivas de los imperios europeos aseguraron que las plantas se intercambiaran predominantemente entre regiones ocupadas por el mismo poder. Por lo tanto, el conjunto de especies intercambiadas entre regiones se limitó al territorio del imperio y, como resultado, estas zonas se volvieron más similares en su flora en comparación con las de fuera”, cuenta Lenzner. Tanto España como Portugal y, en menor medida, Inglaterra, solo permitían el intercambio dentro del imperio, lo demás era contrabando. El caso del imperio holandés, el de menor similitud floral entre sus colonias, mostraría la conexión contraria. Países Bajos mantuvo políticas comerciales más abiertas, lo que habría facilitado mayor heterogeneidad. Aunque hay casos tan extremos como la introducción comercial de la producción de caucho en el sudeste asiático, separado por miles de kilómetros y dos océanos de la actual Surinam, zona de origen del árbol que llora del que se obtiene el látex natural.
El trabajo, que se apoya en el análisis de redes, desvela que las regiones centrales de cada imperio también tienen una mayor similitud en su paisaje vegetal. En particular, las zonas con relevancia comercial, capitalidad administrativa o puertos de importancia presentan más convergencia vegetal dentro de cada imperio. Es el caso de la costa del actual Estado de Guerrero, Baja California (México) y Nariño (Colombia). En el Imperio Británico, destacan el este de Australia y la India.
En sentido contrario, de las colonias a las metrópolis, apenas observan modificaciones significativas en el paisaje natural de los antiguos imperios, más allá de los jardines de plantas exóticas o las especies agrícolas (no incluidas en el estudio). Una excepción sería la naturalización de diversas especies de cactáceas, como las chumberas, en buena parte de España o el sur de Italia. Pero sí funcionaron como repetidores. Lo comenta Franz Essl, también de la Universidad de Viena y autor sénior de esta investigación: “Sirvieron como centro para la propagación de plantas exóticas, ya que en muchos casos se introdujeron nuevas especies desde las colonias primero a la madre patria y, posteriormente, se extendieron a otras regiones dentro del imperio”.
Las invasiones biológicas protagonizadas por animales, como la de los conejos en Australia o la de los gatos en muchas islas, son bien conocidas. Pero el impacto de la flora extraña también puede ser definitivo. “Coincido en que casos notorios de especies bien conocidas por los humanos, como los conejos, destacan por su carácter dañino. Pero las plantas no nativas pueden alterar profundamente hábitats y ecosistemas”, recuerda Essl. Y pone dos ejemplos. Por un lado, la uña de gato (Carpobrotus edulis). Originaria de Sudáfrica, “se introdujo como especie ornamental en las regiones mediterráneas de todo el mundo, donde se ha vuelto muy abundante a lo largo de las costas (también en España) y donde supera a las especies de plantas nativas especializadas”, dice. Por el otro, Essl menciona también el problema de muchas islas. En un trabajo previo mostraron que más de una cuarta parte de todas las islas estudiadas han acumulado más especies de plantas exóticas que nativas. Ejemplos destacados son Hawai o Mauricio, imaginadas por muchos como paraísos casi prístinos. “Allí, las especies de plantas exóticas han transformado fuertemente los ecosistemas insulares”, advierte el científico.
Un factor que agrava el impacto del colonialismo vegetal es que las plantas están en la base de todo ecosistema. Otro, es el tiempo. “Sabíamos que las especies exóticas pueden tardar décadas en establecerse y propagarse dentro de una región en la que han sido introducidas y que este proceso a menudo se desarrolla con un retraso sustancial”, recuerda. Pero añade: “Detectar tales legados después de varias décadas, a veces incluso siglos, después del colapso de los imperios europeos, es algo a tener en cuenta. Esto demuestra que debemos ser muy cuidadosos y conscientes de qué especies movemos alrededor del mundo”.
La investigadora de la Universidad Friedrich-Alexander (Alemania) Nussaibah Raja no cree que la idea del colonialismo vegetal sea nueva, pero destaca la relevancia de esta investigación: “Creo que este trabajo es el primero en reconocer realmente el impacto del colonialismo en la distribución global de la flora y cómo esto cambió radicalmente el mundo tal como lo conocemos”. Para ella, añade en un correo, este tipo de investigaciones están indicando “un cambio hacia la aceptación de cómo los eventos históricos han afectado a la ecología”.
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