Quién diseña el malestar: las manos que dibujan la protesta en España
A principios de julio, la indignación por el asesinato homofóbico del joven Samuel en A Coruña se extendió por toda España como por una mecha. Los engranajes de los movimientos LGTBI de pueblos y ciudades se activaron. Tocaba salir a protestar. Otra vez. El Movimiento Marika de Madrid convocó una concentración en la capital bajo un eslogan que ha circulado por grupos de Telegram y Whatsapp: «Contra los nazis, marikonazos». La foto no está escogida al azar, ni los colores. Tampoco el lema. Sin embargo, la creación ya no es de su autor, sino que forma parte de la memoria colectiva. Lo mismo sucede con los carteles de las movilizaciones feministas, ecologistas, de educación o de vivienda. Buscamos a los diseñadores que llevan años dibujando y pintando el malestar en nuestro país. Es muy probable que no los encontremos.
Tras esa gráfica sencilla, hay muchas claves para el lector. El primero, la referencia histórica. La imagen principal de dos hombres besándose tiene su origen en la revista del grupo La Radical Gai, que desarrolló su actividad en los 90 en el madrileño barrio de Lavapiés, en los años más duros del VIH. El lema parte de un flyer de una fiesta de la misma década: «Mariconazos, si. Mariconazis, no. Basta de homofobia». «Creo que tenemos pocas referencias de nuestro contexto más cercano. Suelen venir del mundo anglosajón. Por eso, a mí me parece importante reivindicar nuestro propio imaginario y nuestros referentes», explica Andrew, miembro de la comisión de diseño del Movimiento Marika de Madrid. Hizo la primera reedición de este cartel en 2020 y un año más tarde lo recuperó para la convocatoria de Samuel. En este proceso decidió añadir algo de «pluma» a los protagonistas: un pendiente, una uña pintada o algo de eyeliner para romper la masculinidad hegemónica.
Al contrario de lo que pasa en otros campos creativos, en los movimientos sociales la autoría se diluye. Prima lo colectivo y el mensaje que se quiere trasladar. Por eso, los creadores son a veces amateurs y circunstanciales. Otras veces, son los profesionales que ponen su talento al servicio de su activismo, como Andrew, que es arquitecto. «En las estructuras horizontales no hay cargos ni jerarquías. Va en función de lo que se necesita, de quién quiere y quién puede», explica. En la comisión se decide la «idea motor» de una campaña, elle lo convierte en imagen y después se somete a una edición colectiva donde cada uno aporta sus correcciones e ideas. También ha diseñado uno de los últimos carteles del movimiento Orgullo Crítico, donde la estatua de la Cibeles aparece enmarcada en un triángulo, la seña rosa con la que los nazis marcaban a los homosexuales.
Estallido social y gráfica política: una relación larga
«La gráfica ha acompañado a lo largo de la historia todos los procesos sociales y políticos y cómo se han expresado», explica Alejo Sanz, responsable de comunicación de Izquierda Unida. No hay acontecimiento contemporáneo que no haya tenido su expresión gráfica, desde las revoluciones socialistas hasta la cubana, pasando por los agitados 70 estadounidenses con la irrupción de los Panteras negras o las brigadas muralistas chilenas. Mayo del 68 es una de las paradas imprescindibles, con el Atelier Populaire de la Escuela de Bellas Artes de París imprimiendo cientos de carteles. De ese contexto político también nació un grupo de diseñadores que aún hoy sigue siendo una referencia: el colectivo Grapus, que acabó disolviéndose por discrepancias internas.
En España, la agitación política y el grafismo también han ido de la mano. Si hay una explosión gráfica que perviva en la memoria reciente de los españoles es la cartelería de la de la Guerra Civil. La batalla también se libró en la trinchera de la propaganda. Después llegó la larga noche de la dictadura franquista, que impuso también un silencio en la gráfica política: «No había elecciones ni posibilidad de protesta. Los diseñadores trabajaban en la clandestinidad y buena parte de la gráfica que realizaron no se ha conservado», explica Pelta. De hecho, recuerda una conversación con uno de esos diseñadores que actuaron en la clandestinidad: «Cuando salía de casa, le decía a su mujer que si tardaba en volver, quemase todos los papeles».
La Transición dio después grandes nombres del diseño como Alberto Corazón, y grupos artísticos como el Equipo Crónica. En esa época, las protestas antiOTAN o el movimiento antimilitarista también dejaron carteles para la historia de la gráfica política, que parecía conservarse ya en circuitos más alternativos. En los 90 hizo su irrupción otro grupo artístico histórico: la Fiambrera Obrera, ligada a las redes vecinales de Lavapiés en Madrid y a la asamblea de La Alameda en Sevilla. Los millennials recordarán el movimiento Yomango, cuyo mensaje principal era animar al hurto en las multinacionales y que tuvo incluso sus propios libros.
En 2003 hubo otra explosión gráfica ligada a la convulsión política de los últimos meses de mandato del expresidente José María Aznar. La Guerra de Irak despertó conciencias y plumas y el grito «No a la guerra» tuvo también su traducción gráfica. Esa década dejó también activistas como Noaz o el colectivo Un Mundo Feliz, en el que se encuentra Sonia Díaz y Gabriel Martínez.
A finales de los 90, Alejo Sanz fundó junto con otros siete diseñadores el colectivo Autoinfo: «Hacíamos toda la cartelería de los movimientos de Madrid», recuerda. Colaborar con estos colectivos, exigía hacerlo con medios muy precarios: «Había que hacer una colecta y juntar 30.000 pesetas para sacar 2.000 carteles. Usábamos pocas tintas y formatos no demasiado caros». En contraste, recuerda la potente gráfica del movimiento independentista vasco, plasmada en murales, cartelería y pegatinas, con medios más potentes y organizados: «Tuvieron claro que había que dar la batalla cultural y tener una estética propia».
El 15-M y el «desborde gráfico»
Entonces llegó internet y uno de los momentos más efervescentes de la política actual: el movimiento 15-M, nacido el 15 de mayo de 2011. El diseñador gráfico Alfredo Almendro lo recuerda como un momento de «desborde gráfico». Fue un antes y un después. Esta vez, los mensajes contaban con un gran aliado para su difusión: «Ya existen las redes sociales. Todos nos empezamos a abrir Twitter», recuerda.
El diseño gráfico ya no dependía tanto de las limitaciones técnicas y los materiales de la impresión. Los bytes corrían rápido de móvil a móvil. Los carteles compartían espacio con los memes amateurs. Para recoger todo ese río creativo se crearon varias iniciativas, como la plataforma Voces con Futura, que recopilaba los diseños y lemas sin derechos de autor para que todo aquel que quisiera pudiera descargarlos. Un grupo de estudiantes y diseñadores profesionales, entre los que se encontraba Raquel Pelta, creó la página de Facebook Diseñadores Indignados para poner su talento al servicio de las reivindicaciones políticas.
El 15-M cambió el paisaje y sus ecos resuenan 10 años después, aunque no se hayan resuelto sus grandes reivindicaciones. «Inauguró una época de mucha más politización. Aumentó el interés y la legitimidad de la protesta social», explica Josep Maria Antentas, profesor del departamento de Sociología de la Unidad Autónoma de Barcelona. Esa euforia política fue recogida por el ilustrador Enrique Flores.
Esa confluencia entre la colectividad de los movimientos sociales, la sencillez y la rápida difusión que permite internet llega hasta hoy. Como ejemplo, los movimientos que trabajan por la vivienda. Casi todos los españoles reconocen la sencilla identidad gráfica de la PAH, que tuvo como precedente el colectivo V de Vivienda. «Somos parte del movimiento. Cuando hace falta madrugar para parar un desahucio o hacer un cartel, si podemos, lo hacemos», explica un miembro de la PAH y de la Coordinadora de Vivienda de Madrid. No es diseñador gráfico, sino que aprendió a hacer carteles cuando comenzó su activismo, igual que hizo con otras tareas: «Los espacios de militancia son también espacios de aprendizaje y experimentación colectiva», presume.
Los movimientos por la vivienda trabajan descentralizados. A veces, tienen que producir tantos carteles como desahucios paran a diario. Eso exige una forma de difundir concreta. La mayoría de carteles que produce este activista anónimo son improvisados a partir de la propia tradición del movimiento, como el color. Pero incluso esto tiene un significado: «Otras organizaciones sí tienen una línea gráfica más definida y más cuidada. En ese caso, de lo que se trata es de transmitir no solo una información concreta (como una convocatoria puntual), sino sobre todo que detrás hay organización, que hay una continuidad en la lucha y que la gente se identifique y se sienta llamada a formar parte de ella», analiza.
Colau, Carmena y la «memética» municipalista
Aunque los apresurados tiempos contemporáneos hacen que parezca un pasado remoto, el movimiento por la vivienda digna dio a una de las lideresas en torno a la que explosionó otro momento clave de la gráfica política: las elecciones municipales de mayo de 2015. El Movimiento de Liberación Gráfica de Barcelona nació en septiembre de 2014 para dar apoyo a la candidatura de la catalana Ada Colau y lo mismo ocurrió con el Movimiento de Liberación Gráfica (y Sonora) de Madrid para apoyar la candidatura de una lideresa entonces desconocida para la mayoría del electorado: Manuela Carmena.
«Había candidaturas nuevas y un mapa político muy particular en esa contienda electoral, marcado por el eje abajo-arriba», recuerda Almendro. La chispa prendió hacia finales del verano de 2014, cuando la comisión de comunicación de Guanyem Barcelona tenía ya su mecanismo «en marcha y engrasado» y empezaron a preguntarse cómo abrir un espacio de colaboración con el sector de la comunicación gráfica y audiovisual de Barcelona, tal y como cuentan en el libro Al final Ganamos las elecciones.
El motor de esa explosión gráfica fue la «ilusión» de cambio, que hizo que mucha gente se atreviera a participar, incluidos los creadores. Si el objetivo era no parecerse en nada a los partidos políticos tradicionales eso exigió también una forma de trabajar la gráfica menos clásica, que incluyeron carteles, viñetas y también memes. «Había imágenes de Manuela Carmenamontando en bicicleta o caracterizada de subcomandante Marcos», recuerda Alejo Sanz. Carmena era una dirigente poco común: tenía una edad elevada y una imagen nueva y amable que hacía de némesis perfecta a otra política conservadora: Esperanza Aguirre.
«Este año, han intentado repetir la movilización con las campañas a favor del voto, pero no ha calado igual», recuerda Jonay Ramírez, que forma parte de la cooperativa de diseñadores Freepress, especializada en diseño social. Fue miembro del periódico Diagonal, pero ahora trabaja desde este frente con oenegés y proyectos de economía social.
Aún así, su pasado activista le hace observar con interés todas las campañas que brotan de los movimientos sociales, de los que destaca dos, No somos delito y Yo sí sanidad universal: «Son campañas articuladas desde distintos colectivos, movimientos y personas particulares que, ante una problemática o reivindicación concreta, se coordinan y aúnan esfuerzos para crear una identidad común y planificar una estrategia», explica.
¿Y ahora? La comunicación sencilla, rápida y ‘amateur’
Raquel Pelta, experta en diseño social e historiadora del diseño, señala esa línea común en el activismo gráfico: «Siempre es más importante el mensaje que la estética. Los activistas tienen que comunicar rápido». De hecho, algunas de las imágenes más reconocibles por los españoles como el cartel del «No a la guerra», con tipografía que imita la sangre o la grafía más reconocible del movimiento educativo Marea Verde («Escuela pública de todos para todos») son incluso poco estéticas.
Pelta menciona a la diseñadora Pilar Villuendas, que, en los años setenta, trabajó con colectivos y asociaciones de vecinos. «Podría haber recurrido al diseño suizo, pero apostó por una gráfica más espontánea y más próxima a los gustos populares porque era la manera de facilitar la comprensión del mensaje».
El 8-M: lo prioritario no es la belleza
Es algo en lo que coincide Nora, una de las diseñadoras actuales de la comisión de comunicación del 8M de Madrid: «Lo prioritario no es la belleza o la modernidad sino construir una comunicación, igual que construiremos otras áreas». Ellas no diseñan pensando en las personas ya politizadas, sino que necesitan que el mensaje llegue a todas. Por ello, apuesta por «descomplejizar el diseño».
La forma de trabajar de este colectivo feminista está alineada con sus posiciones políticas y, por tanto, se hace de manera colectiva. «Existe el diseño fuera de la lógica del capitalismo», recalca Nora. Dentro del movimiento madrileño, hay una comisión que comprende varios grupos de trabajo. Unas compañeras llevan prensa, otras redes sociales y otras se encargan de diseñar campañas, cartelería o imágenes para redes.
El movimiento es tan amplio, que en la asamblea decidieron crear unas plantillas para que cada barrio, grupo o incluso, cualquier mujer desde su casa pudiera imprimirlos y personalizarlos. Es un movimiento descentralizado, pero esta forma de trabajar ha contribuido a crear una identidad gráfica propia, dominada por el morado, amarillo y negro, colores que remiten a las sufragistas.
Los acuerdos políticos de la asamblea penetran hasta en las decisiones más concretas, como la elección de las tipografías: «Queríamos que fueran tipografías feministas y de nuestros territorios. Por eso, en una de las campañas contactamos con Noe Blanco, una tipógrafa que vive en Catalunya. Nos prestó una tipografía que hizo para su máster en La Haya y nos dejó utilizarla para el logo», explica sobre las sinergias que se crean.
El ecologismo normativo
En 2018, el movimiento Fridays for Future se extendió por todo el mundo de la mano de la activista Greta Thunberg. Su logo verde, con un planeta tierra dibujado en blanco, lleva impreso el nombre de cada ciudad donde se replicó rápidamente. «Es una identidad gráfica que usamos para cosas más oficiales o notas de prensa. A nivel de cartelería hay mucha diversidad», explica Ainhara, que pertenece a la comisión de comunicación del movimiento. Funcionan también de manera asamblearia, aunque también hay un grupo de diseño a nivel internacional, de la que cada territorio replica carteles si lo estima oportuno.
El planteamiento gráfico de este grupo tiene sus bases propias e intenta diferenciarse del «ecologismo normativo». Esto incluye huir de las imágenes «infantiles» o cuidar la diversidad cuando aparecen personajes en los carteles. «Intentamos que no todos sean blancos o no sean hombres. No nos olvidamos de que el movimiento indígena es el que está en primera línea», explica.