Barrick Gold: no todo lo que brilla es oro. También puede ser muerte

15-07-2021
Energía y minas
Ojalá, República Dominicana
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“No todo lo que brilla es oro”, dice un viejo refrán, y en el caso de la Barrick Gold, si bien puede brillar el oro, la tragedia humana y ambiental que deja a su paso la explotación minera es de tal magnitud que obliga a preguntarse si realmente vale la pena semejante tipo de minería y semejante desgracia.

“Es un suicidio ecológico”, dice Ezequiel Echevarría, profesor de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra. “La República Dominicana es una nación insular superpoblada, cuyos 10.8 millones de habitantes no tendrán adónde ir si la minería continúa consumiendo los recursos del país y contaminando sus ecosistemas”.

Esas declaraciones de Echevarría aparecen en el reportaje “La compañía minera canadiense que los dominicanos consideran peor que Colón”, de la antropóloga Jaclynn Ashly, aparecido recientemente, el 8 de julio, en la publicación canadiense JACOBIN.

El trabajo de Jaclynn Ashlyes abarcador. Indaga en las comunidades afectadas por la enorme explotación minera; expone la tragedia de decenas de hombres, mujeres y niños de la zona; consulta a especialistas dominicanos y extranjeros y trata de contrastar sus informaciones con las que ofrece la propia Barrick Gold que, desde luego, es casi impenetrable, no aporta informaciones sensibles sobre la explotación, aunque se muestra obsequiosa con los medios locales que se conforman con sus “recorridos” para la prensa y los visitantes.

El trabajo de Jaclynn Ashly no deja piedra sobre piedra. Revela las interioridades terribles de una  realidad devastadora. Hombres y mujeres con la piel afectada posiblemente por el contacto con las aguas contaminadas de los pequeños ríos y arroyos de la zona; imposibilitados para criar ganado de ninguna naturaleza pues todos mueren a causa del mismo problema, y ahora la espada de Damocles de la ampliación de los trabajos de Barrick hacia el municipio de Monte Plata, donde se propone construir la nueva presa de cola o de relaves que almacenará los ácidos procedentes del lavado de los minerales.

Los habitantes de los alrededores del río Cuance y otros pequeños cursos de agua luchan contra la extensión de la explotación minera y saben muy bien por qué lo hacen. Lo deja muy claro el trabajo de Ashly: la vida cerca de la explotación del lado de Pueblo viejo, se ha convertido en un infierno y a ningún gobierno parece importarle. Ninguno accede siquiera a reubicarlos en otro lugar, como exigen, no digamos a intervenir fiscalizando las operaciones  de Barrick.

En efecto, el presupuesto nacional del Estado se ha vuelto dependiente de Barrick Gold. Recientemente, la empresa facilitó unos 400 millones de dólares en adelanto de impuestos al nuevo gobierno dominicano. Todo lo relativo a la empresa se maneja en el más absoluto secreto habida cuenta no sólo de las protestas de los moradores de las provincias Sánchez Ramírez y ahora también de Monte Plata, quienes ven que no hay la prometida inversión en las comunidades, sino también a causa de la sensibilidad local y mundial ante los desastres y la tragedia eterna que representa la minería.

En dos o tres décadas más, Barrick habrá terminado su explotación. Sus accionistas podrán retirarse satisfechos de las enormes ganancias garantizadas por la fortuna acumulada mientras los gobiernos pegan parches a la economía del país. Pero, como lo explican los científicos abordados por Jaclynn Ashly, República Dominicana quedará eternamente contaminada y, con el paso de los años, el precio a pagar será cada vez mayor.

La historia de la mina de oro de Cotuí, sin lugar a dudas una de las mayores del mundo, comenzó durante el gobierno del profesor Juan Bosch, en 1963, algo que posiblemente la antropóloga Jaclynn Ashly, como casi todos los dominicanos, no conoce. Es la historia de una gran tragedia, como ella destaca; de un gran saqueo que recibió un paliativo cuando el presidente Danilo Medina logró en 2012 renegociar el contrato leonino que había firmado la empresa con el gobierno anterior.

La historia que contó Bosch hace muchos años en el Listín Diario habrá que recordarla un día de éstos. Por ahora, el trabajo de Jaclynn Ashly, es lo suficientemente elocuente como para que dominicanos y dominicanas de hoy, gobierno incluido, volvamos a preocuparnos por el destino de las comunidades envenenadas por la minería y por el futuro de nuestro país a la luz de lo que revela este reportaje conmovedor.